1.
Los primeros días del gobierno de Donald Trump han sido caóticos pero podrían cambiar el mundo. Como el “coco”, Trump se ha deleitado en asustar a todos con la imposición de aranceles con cualquier motivo, pretendiendo reducir el enorme déficit de los Estados Unidos y al mismo tiempo sacar ventaja en otros temas inconexos pero importantes en su agenda. A ello suma la mano dura en la persecución migratoria, las deportaciones inhumanas y despidos masivos a la burocracia.
2.
De alguna forma, esta actuación le ha traído resultados. Los adversarios geopolíticos de los Estados Unidos parecen tomarle la medida porque sienten que un arreglo entre autócratas es posible. Así, Rusia ha sondeado el concluir la guerra de invasión, por entrar pronto a su cuarto año, mediante una negociación avalada por Trump para obligar a Ucrania (y Europa) a aceptar cesiones territoriales a cambio de algún armisticio de paz. China ha golpeado las expectativas de Wall Street y las empresas tecnológicas, enriquecidas exorbitantemente ante el advenimiento de la inteligencia artificial, al lanzar un competidor para NVDIA y OpenAI/ChatGPT, llamado DeepSeek, replanteando el derrotero de la competencia por la hegemonía mundial. Ciertamente, los Estados Unidos consideran la rivalidad con China como su principal preocupación, pero la nación asiática ha dado muestras de poseer una capacidad mayor a la estimada para descontar, como sucediera subrepticiamente con el coronavirus Covid-19 originado muy probablemente en un laboratorio en Wuhan y, según la traza de los hechos, dispersado con singular descuido desde los aeropuertos chinos al resto del mundo. Al mismo tiempo, Corea del Norte, sostenida militar, tecnológica y financieramente por Beijing, ha seguido mostrando su poderío apoyando el esfuerzo bélico ruso en Ucrania y avanzando en sus capacidades nucleares y de misiles, amagando la seguridad del Indo Pacífico. Por su parte, Irán, recientemente derrotado en Gaza, Líbano y Siria por el empuje israelí, ha adoptado una actitud disuasoria, evitando caer en provocaciones.
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3.
Las amenazas, paradójicamente, han sido especialmente duras para los amigos y aliados de Estados Unidos. Un día sí y otro también, el presidente Trump y sus voceros amenazan a Canadá y México con la imposición de aranceles, tanto porque considera que no cumplen en el combate al narcotráfico y en la contención de migrantes, como por los grandes déficits comerciales existentes que, en una lectura aviesa, considera subsidios.
4.
Tras un hábil movimiento de la presidenta Claudia Sheinbaum, los aranceles entraron en pausa, los temas están en remediación y las exacciones se aplicarían hacia marzo, abril o ya no, dependiendo de cuán convincentes sean los resultados. Sobre el déficit comercial, la situación es más compleja. El déficit no obedece a prácticas desleales, como sucede con China, pues no hay dumping o subsidios escondidos. Obedece al excesivo consumo de los estadounidenses, afectando inclusive el ahorro interno, financiado todo con crédito o con subvenciones fiscales. Este déficit, de gran consumo y exiguo ahorro interno, no se resuelve con aranceles o castigos a los países proveedores de bienes y servicios, pues en la confusión, sólo habrían de agravar el problema con incremento de precios o escasez de productos.
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5.
El objetivo de fondo de tal coacción es el Acuerdo Comercial Estados Unidos-México-Canadá (USMCA por sus siglas en inglés y T-MEC en español), preparando el terreno para ajustes más agresivos o bien, el tratado dejará de existir. La revisión del acuerdo trilateral está en ciernes y se perfilan las píldoras tóxicas: reglas de origen (elevándolas de 75 a 80 ó 90 por ciento), apertura del mercado energético, garantías a inversiones, propiedad intelectual y resolución de controversias en tribunales de Estados Unidos, fronteras y puertos seguros, contención migratoria y cualquier otra cosa que se le ocurra a Mr. Donald. Vienen, pues, días de vértigo.