Sea que la entrega de los veintinueve delincuentes más buscados por la DEA hubiera sido un acuerdo alcanzado desde una posición de fuerza en la que el Presidente Trump dice que se encuentra; o hubiera sido el cumplimiento espontáneo de compromisos internacionales, asumidos por el Gobierno de México en contra de principios constitucionales bien identificados, amén del supuesto estado de profunda corrupción en que la Presidenta dice que se encuentra sumido el Poder Judicial, lo cierto es que la extradición/destierro/expulsión de tales capos constituyó un hito en la relación de nuestro país con los Estados Unidos, un gesto que debió aplaudirse y valorarse por nuestro vecino del norte antes de calificar el cumplimiento de la obligación que unilateralmente impuso a sus socios, de combatir el contrabando de fentanilo como condición para cobrar o no aranceles al comercio desde hoy martes.
Fue lamentable que el episodio se entrelazara con la desafortunada visita del presidente de Ucrania a la Casa Blanca, que por su desenlace ha robado todas las primeras planas a nivel global.
La verdad de las cosas, sin embargo, es que el esfuerzo no dejó los frutos deseados, y la imposición de los aranceles se ha convertido en una realidad. Era de esperarse, el Presidente Trump no puede jugar tanto con las ideas y abstenerse de dar un golpe. Debe demostrar que habla en serio. Habrá que esperar la continuación de la negociación y la apertura de aquello que subyace detrás de la cortina discursiva de la delincuencia y la migración, antes de alcanzar una conclusión confiable.
El Presidente de EEUU gobierna para su electorado, y castigar a quienes él ha identificado como responsables de la migración descontrolada y el contrabando de sustancias tóxicas que han terminado con la vida de sus nacionales, es la medida justa que él debe de impulsar para congraciarse con quienes lo llevaron al poder. El problema es que los aranceles, como medida de negociación, ocasionarán un efecto búmeran en su propia contra. El castigo va a tener que evolucionar pronto, antes de causar un descalabro cierto a la economía de ambas naciones o, incluso, del mundo entero.
La estrategia de su parte es muy clara, él asume un papel impredecible, capaz de adoptar cualquier determinación por absurda o peligrosa que sea. Eso impone respeto –o más bien temor– a cualquier interlocutor con el que deba discutir y firmar cualquier acuerdo.
La expulsión indiscriminada de migrantes ocasiona un fenómeno de escasez de la mano de obra que perjudica a muchos productores en estados cuya economía depende de la agroindustria, la construcción y los servicios. La erradicación del consumo de fentanilo no termina con el cierre de las fronteras, sino que implica el combate contra las bandas de distribución del fármaco en sus localidades y el tratamiento médico de la patología, dos aspectos mínimos de atención pública de los que no se escucha hablar. La imposición de aranceles tendrá un efecto inflacionario para los mismos norteamericanos, que deberán asumir el costo inmerso en el precio de compra de muchos bienes fabricados en los dos lados de la frontera.
Es por virtud de todas estas complejas circunstancias que debemos presumir, quizá, que el objetivo no termina con los dos instrumentos de ataque elegidos por el Presidente Trump. El problema es que, en su implementación, ha sido inteligentemente acertado, pues ya ha visto lo mucho que a sus socios, Canadá y México, les duele el bloqueo del comercio con su principal mercado de destino: Estados Unidos de América. En la estrategia de defensa, quizá faltó atender a la imprevisibilidad como factor de intercambio frente a tan experimentado negociador.
Se avecinan mesas en las que seguramente se impondrá mayor presión. Desde luego que ésta no podría disminuir en el ámbito de los instrumentos que ya se han echado a andar: la migración y el tráfico de fentanilo. Sin embargo, es previsible que la presión avance hacia otros objetivos, y el más claro y elemental, el que más interesa a Norteamérica para la conservación de su protagonismo y hegemonía geopolítica global, se llama TMEC.
Ante la inminente reapertura de las negociaciones del Tratado que vincula a los tres mercados, resulta absolutamente necesario que México anticipe y tome medidas para proteger aquellos puntos que, frente a tan importante contraparte comercial, pudieran ser vulnerables.
Las asimetrías existentes en la materia laboral son evidentes. México no podría adoptar políticas de progresividad salarial equiparables a las de los Estados Unidos, porque el país no tendría la posibilidad económica de afrontarlo. Además, si así se le impusiera, perdería cierto atractivo que hoy aprovecha para atraer capital destinado a la construcción de centros de producción, altamente demandantes de mano de obra. ¿Cómo compensarlo? Quizá sería conveniente identificar puestos y responsabilidades, regiones y capacidades, como elementos distintivos del salario, y abrir la posibilidad a que haya un libre tránsito de trabajadores a los que ofrecer iguales oportunidades y calidad de vida.
Hay un gran interés global de participar en el mercado de la generación, distribución y comercio de energía en nuestro país. Con justo temor, se ha protegido dicho mercado a efecto de no hacer víctimas a los mexicanos de cualquier práctica de depredación que nos conduzca a pagar cuotas desproporcionadas por un recurso tan elemental como el de la electricidad. ¿Cómo lograr una modificación constitucional que haga a México más competitivo en este sector esencial, sin claudicar a la soberanía que el país debe ejercer tratándose de la regulación del mercado?
Cualquier inversión que llegue a México desde el exterior, demandará certidumbre jurídica. El modelo de justicia que se pretende implementar está francamente reprobado. ¿Qué pasos deben empezarse a dar, así sea en la narrativa cotidiana, para justificar un cambio radical a la reforma judicial? No se trata de abandonar el anhelo de contar con un mejor sistema de justicia, pero sí el de pensar en un modelo que respete su autonomía y la división de poderes.
En suma, la imprevisibilidad de nuestra contraparte no es absoluta. Existen factores que nos permiten predecir hacia dónde podría dirigir su brújula. México se encuentra en un buen momento para ajustar sus baterías de defensa y proteger sus recursos más preciados.