En la suite presidencial, Lydia se sentó en la sala y le preguntó al funcionario y empresario A.B. sobre cuándo había rentado la habitación, si ella había estado con él por un buen rato. ¿Acaso tenía planeado dormir con alguien esa noche? ¿Estaba esperando a alguien cuando ella se atravesó en sus planes?
—¿No irá a sorprendernos una de tus amantes? —le preguntó con cierta coquetería.
—¿Te molestaría? —le reviró el empresario con malicia, pero observando cuidadosamente sus reacciones con mucho interés.
—Solo si fuese una mujer fea o celosa —replicó ella con humor y agregó, para distraer un poco la tensión—: Whisky, derecho, por favor.
El empresario y político, sin perder el control, tomó una botella de whisky japonés del bar y sirvió dos tragos en vasos old fashioned de cristal cortado. Se giró con calma y le extendió uno a Lydia. Ella lo tomó con un leve asentimiento, pero no bebió de inmediato. En cambio, deslizó la yema del dedo por el borde del cristal, como si pensara en algo. A.B. se sentó a su lado y bebió un buen sorbo.
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—Varios amigos tenemos acceso a diversas habitaciones en distintos hoteles cuando surge la necesidad —comentó A.B., como si se excusara, pero consciente de la impresión que eso dejaba en cualquiera—. Nunca se sabe cuándo uno necesitará una reunión discreta para arreglar temas de negocios —se justificó.
Luego la miró con una sonrisa medida y continuó:
—Entonces, dime… ¿quién eres realmente?
Sin apresurarse en responder, bebió un sorbo lento, dejando que el licor le calentara la garganta antes de levantar la mirada y sostenerle la vista.
—No tengo idea de quién eres tú tampoco —respondió ella finalmente—. Por mi parte, solo soy una mujer de negocios con ganas de relajarse un poco. Te vi y me gustaron tus modales finos y enérgicos… con experiencia.
A.B. inclinó la cabeza, observándola con una mezcla de interés y cautela.
—¿Cómo te llamas y de dónde eres? Mexicana no eres.
Lydia apoyó la copa en la mesita frente a ella.
—Soy ucraniana —continuó con tono casual, como si fuera un dato sin importancia—. Me llamo Georgina Madiveitioski. Trabajo para un consorcio árabe. Estamos buscando proyectos de inversión en energía en Washington y en América Latina. Buscamos oportunidades, asociaciones estratégicas y, en este momento, México es un punto clave. Recién llegué y estaba buscando algo de distracción. ¿Tú eres?
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A.B. entrecerró los ojos, evaluándola.
—Me llamo A. Soy empresario también. Hago un poco de todo porque soy muy amiguero.
Hizo una pausa antes de añadir:
—Seré curioso… Cuéntame, ¿qué clase de proyectos buscan tus socios?
Lydia sonrió, girando levemente la copa entre los dedos.
—Son mis jefes, no mis socios. Y depende de con quién hablemos. En algunos países, exploramos acuerdos para infraestructura; en otros, invertimos para evitar energías renovables. En otros, en vías de desarrollo, financiamos para ayudar en la extracción de recursos. Pero, en México, todo es, por ahora, muy inestable. Depende de las reformas, las alianzas y, claro… los contactos adecuados.
Bebió otro sorbo y le sostuvo la mirada.
En respuesta, A.B. se acercó con seguridad y la besó.
Ella sintió en su aliento el dulzor de la malta, mezclado con un sutil toque a caramelo quemado y madera envejecida, y le devolvió el beso con mucha más pasión.
Instantes después, ella detuvo el escarceo, se puso de pie y le dijo:
—¿Te importa si me doy un regaderazo?
—Al contrario.
Continuará…