Desde México, con amor XI

24 de Febrero de 2025

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Desde México, con amor XI

js zolliker

El funcionario, cuya verdadera identidad será protegida para fines de estos relatos, pero que de ahora en adelante identificaremos como A.B., la observó en silencio por un instante mientras ordenaba su comida y bebía un poco de whisky single malt japonés. Luego, inclinó ligeramente la cabeza y sonrió con la suficiencia de quien cree haber entendido todo.

—Me gusta tu estilo —dijo con voz pausada, tomando un sorbo de sake—. Directa, sin rodeos. ¿Quién te envió?

Lydia Vasilieva se permitió un pequeño gesto de desconcierto, suficiente para que él creyera que la había tomado por sorpresa.

—¿Enviar? ¿Estás pendejo? —respondió, arqueando una ceja y ladeando la cabeza—. ¿Eres o te crees muy importante? Créeme que, si yo quisiera una cita de negocios, no lo haría en un speakeasy recomendado por TikTok, y menos en un hotel en Polanco.

Él sonrió más ampliamente, pero no le quitó la mirada de encima. No se fiaba.

—Dime, ¿cómo funciona? —continuó con fingida curiosidad—. ¿Primero conversamos un rato o prefieres que vayamos directo a lo que vienes a hacer?

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Lydia dejó escapar una ligera risa, suficiente para parecer entretenida, no sorprendida. Tomó con la mano un nigiri que el chef había mandado en un omakase de su autoría, no lo sumergió en la ponzu y lo devoró de un bocado antes de contestar:

—Eso depende de qué buscas tú y de qué busco yo.

El funcionario apretó la mandíbula apenas un segundo, luego sonrió. Estaba metido en el juego, aunque aún no sabía si era él quien lo controlaba.

—Acompáñame —dijo finalmente, poniéndose de pie—. Conozco un lugar más secreto y más divertido que este.

La espía rusa Lydia Vasilieva permaneció sentada. Lo miró dos veces y asintió. Pero, para sorpresa del empresario, solicitó la cuenta.

Él, con cierta prisa, le dijo que le cargarían todo a su tarjeta. Ella se negó.

—No soy ninguna puta —le replicó—. Si voy contigo, es por gusto. Y yo invito esta comida en agradecimiento de que me muestres un poco más del México secreto.

Después de dejar una buena cantidad en efectivo, que el cajero no quería aceptar pues miraba desconcertado al empresario y funcionario, Lydia tomó su vaso old fashioned de cristal cortado y, sin soltarlo, le dijo:

—Te sigo.

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A.B. se introdujo en la cocina, como si fuese el dueño del lugar, hasta que llegó a un ascensor de servicio.

—La mayoría de los hoteles de las grandes ciudades nos brindan este servicio a sus clientes más habituales —le explicó.

Ella le sonrió con complicidad, pero sin demostrar un ápice de sorpresa.

A los pocos pasos, al descender del elevador, llegaron a la habitación presidencial. El empresario puso su teléfono en el lector de tarjetas y la puerta se abrió.

La habitación era enorme, al grado de que tenía una alberca interior. El funcionario se quitó el saco y la corbata y los arrojó sobre la cama con esa calma ensayada de quien está acostumbrado a que el mundo gire a su alrededor. En su pantalón, se notaba que se sabía dueño de la situación, y ella pensaba permitírselo.

—¿Qué te sirvo de beber? —le preguntó.

Continuará…