Tal y como se lo había advertido la espía “Violinista”, también conocida como Iryina Tredechenko y ahora refugiada bajo el alias de Anna Valerevna, el timbre de su departamento sonó de repente, sin previo aviso. Ella, con fuertes náuseas que atribuía a su recién descubierto embarazo, abrió la puerta solo para descubrir que había recibido un pedido del supermercado que, por supuesto, no había solicitado.
Recordando la advertencia sobre esta posibilidad, Vasilieva buscó cualquier indicio de un mensaje oculto o algo que llamara su atención. Sin embargo, al no encontrar nada, dudó si debía tirarlo todo a la basura por temor a un posible intento de envenenamiento. Luego pensó que, en realidad, no había cometido ninguna falta. Su trabajo en CELAC y CELAGdata había sido impecable.
Es cierto que había manipulado datos en publicaciones periodísticas entregadas a ciertas fuentes y, en ocasiones, en artículos académicos para cumplir con los objetivos de sus superiores, en particular para resaltar diferencias socioeconómicas con el modelo actual, fomentar el descontento y subrayar divisiones y emociones de insatisfacción. Pero nada que pudiera ponerla en riesgo, al menos con sus superiores. Quién sabe con los norteamericanos…
Debido a la acidez estomacal y las náuseas, Lydia decidió abrir un paquete de galletas saladas. Fue entonces cuando encontró el mensaje. Dentro de uno de los rollos sellados se encontraban órdenes muy claras: debía presentarse de inmediato en la sucursal de Estafeta en Circuito Interior José Vasconcelos 105, esquina con Benjamín Hill, y reclamar un paquete a su nombre. Reconociendo el tono seco y abrupto de sus superiores, no lo dudó ni un segundo y salió de inmediato.
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Tan pronto llegó a la dirección indicada, notó que estaba muy cerca de la clínica gubernamental donde había reportado la desaparición de su esposo. Aquello le llamó la atención. Entró y solicitó un paquete a su nombre, pero el empleado le pidió un número de referencia de 10 dígitos.
Como no se le ocurrió otra cosa, dio el número de teléfono que le habían asignado sus superiores. Para su sorpresa, funcionó. En el interior de un pequeño contenedor de cartón, la espía rusa Lydia Vasilieva encontró una nueva instrucción: presentarse en la calle Carlos B. Zetina, número 8 Bis A, y tocar el timbre con un patrón de una, dos y cuatro veces.
Para su sorpresa, el lugar al que llegó era un conjunto de casas dúplex pintadas de amarillo huevo. En la puerta de la que debía solicitar entrada había una muñeca rusa tradicional, de esas que tienen otras en su interior.
Una anciana de aspecto amable le abrió la puerta, la condujo a una pequeña habitación y le ofreció un té de manzanilla. Ante su negativa, la mujer cerró la puerta. Entonces, la pantalla de un viejo monitor sobre el escritorio se encendió y apareció un mensaje claro y directo:
Ella era parte de la Operación “Matrioska”, un programa de inteligencia diseñado para infiltrar progresivamente la cultura mexicana con influencia rusa, como las capas de una cebolla. No mediante espionaje tradicional, sino a través de la manipulación en redes sociales, entretenimiento, influencers y narrativas políticas.
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Se le advirtió que debía mantenerse alerta, seguir las instrucciones al pie de la letra y entrevistarse con Calvo inmediatamente después, en el ya conocido Kuchitril.
La espía Lydia Vasilieva se despidió de su enigmática anfitriona y, sin demora, llegó al lugar indicado. Se sentó directamente en la mesa del militar cubano, quien se hacía pasar por médico, y de inmediato lo increpó sobre la Violinista:
—Está en Dubái sana y salva, pero eso no te concierne —le respondió con su marcado acento caribeño—.
Ella cometió un error muy grave. Manejaba desde un call center dedicado muchas cuentas afiliadas e iba a publicar un mensaje en las redes sociales de RT International criticando a Trump, pero confundió el usuario y lo envió desde la cuenta oficial de la embajada rusa en México. Algo gravísimo. Pero tranquila, ahora te explico con más detalle…
Continuará…
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