La espía rusa Lydia Vasilieva llegó a El Kuchitril, que estaba prácticamente vacío. En el fondo, sin embargo, donde la última vez estaba el cubano conocido como Calvo. Con su bata médica impecablemente blanca, la miró fijamente a Lydia mientras encendía un cigarrillo sin filtro con absoluta calma.
—¿No está prohibido fumar en espacios cerrados en la Ciudad de México? —le preguntó ella con discreción, en voz baja, pues el murmullo de fondo de la vieja televisión era el único sonido que acompañaba la tensión flotando en el aire mientras se sentaba a su lado.
—Sí, lo está, pero ni que estuvieses embarazada —contestó él sin inmutarse y continuó—: Las cosas han cambiado, moya dévochka (mi niña); esto es mucho más grande de lo que te imaginas.
Lydia frunció el ceño. Le molestaba esa forma de hablarle del militar, un estilo familiar-coqueto y, a la vez, tan condescendiente. La punta del cigarrillo de Calvo se tornó rojo vivo; luego, arrojó el humo lentamente antes de decirle:
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—La Operación Matrioska, como esas muñequitas rusas que se encajan una dentro de otra, tiene muchas capas. Tú y muchas otras personas están dedicadas a infiltrar la cultura latinoamericana, a meter ideas en las cabezas de la gente sin que se den cuenta.
—Lo sé bien —contestó Lydia, sin ocultar su confusión. ¿Por qué demonios tenía que repasarle a ella su encargo más elemental?
Calvo asintió.
—Tales agentes usan X, Instagram, Facebook, TikTok y otras redes sociales; el entretenimiento, las noticias y a los influencers para crear narrativas y sembrar dudas. El verdadero objetivo es provocar una reacción en cadena.
Entonces, el militar vestido de médico se inclinó hacia adelante y, bajando la voz, agregó:
—Filtramos listas de agentes soviéticos asentados en toda América Latina, algunos falsos y otros verdaderos, incluyendo nombres de académicos, políticos y hasta periodistas, para crear paranoia en los norteamericanos.
Lydia entrecerró los ojos. ¡Malditos! ¿La habían utilizado como chivo expiatorio?
Calvo sonrió al leer su rostro y apagó el cigarrillo con cierta violencia en un cenicero de vidrio.
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—Lo mismo hemos imbuido agentes en universidades norteamericanas de élite, a los que becamos para que organicen protestas pro-Hamás, que hemos subsidiado el fentanilo oriental. Así, los estadounidenses se dedican a expulsar migrantes y justifican aumentar su imperialismo y presencia militar aquí. Ya tú sabes: recursos, bases, entrenamientos, acuerdos de seguridad y comerciales. Todo con la excusa de frenar la “amenaza externa”. Pero, en realidad, nosotros ya controlamos la narrativa para distraerlos de otros objetivos que en el Kremlin nos interesan más.
—¿Y Gabriel? —preguntó Lydia, la voz apenas un susurro.
Calvo soltó una carcajada seca.
—Un peón inocente. Su detención no fue casualidad. Era una pieza más para reforzar la idea de que los rusos están infiltrados en todos lados. Su “arresto” aparece en los titulares, la gente se asusta y los gobiernos se confrontan.
El cubano se recostó en la silla.
—Así que, mi kiska, ahora sabes la verdad. Eres parte de una operación que está reescribiendo la historia en América Latina. Te hemos utilizado para atizar el fuego. Pero te llegó el tiempo de elegir: huir a la libertad y sin pasado o hacer espionaje en su forma más pura. Infiltrarte en círculos privilegiados, ganarte la confianza de quienes manejan el poder, recolectar información sensible y enviarla discretamente a Moscú. Mantener un perfil bajo no es una opción; es una obligación. Aquí no hay espacio para errores. Todo lo que hagas podría marcar la diferencia entre el éxito y la traición.
La pregunta es: ¿qué decides hacer?