Desde México, con amor III

21 de Octubre de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Desde México, con amor III

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Cuando la rusa Lydia Vasilieva entró a El Kuchtril, tenía la remota esperanza de encontrarse con Gabo, su esposo, pero en su lugar, encontró un local casi vacío, salvo por un par de mesas. En una de ellas, la más cercana a la calle, estaba un grupúsculo de universitarios. En la otra, al fondo, debajo de un viejo televisor cúbico, estaba un hombre joven, bastante moreno y calvo, vistiendo una bata médica.

Por un momento, Vasilieva, no supo qué hacer. Sacó de nuevo su celular para ver si tenía otro mensaje y para no desencajar con el ambiente, se sentó sola en una de las varias mesas disponibles, lo más cerca de la entrada que pudo, pero sin sentirse intrusa en el grupo de estudiantes, por si tenía que salir huyendo. Cuando la persona que atendía el local llegó con ella, limpió con un trapo húmedo la superficie de melamina y le preguntó si quería un café o una cerveza, sin brindar ninguna otra opción. Aunque le habría caído bien el trago a pesar de la hora, pidió la dosis extra de cafeína, pues consideró que le ayudaría a mantenerse más nerviosa y por ende, alerta.

Aunque Lydia Vasilieva parecía estar mirando la pantalla de su móvil, en realidad estaba pendiente de su alrededor, y así fue como se percató de que, a los pocos minutos, entraba al local una mujer delgada, espigada, de facciones finas y grandes ojos grises. Inmediatamente la identificó, pues su atractivo y sus atributos físicos eran inconfundibles: se trataba de la violinista Iryina Tredechenko, a quien hacía algunos años había visto interpretar piezas clásicas en el Conservatorio Tchaikovsky, en la Bolshaya Nikítskaya; era tan hermosa que confirmó que jamás podría pasarle desapercibida. Ella, también parecía confundida y fuera de lugar, pues entró, miró a su alrededor, se sentó en la primera zona que estaba a su disposición y también se quedó absorta en la pantalla de su celular.

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Faltaban cinco minutos para la hora y sonó una chicharra. Los jóvenes se levantaron estruendosamente y partieron rumbo al plantel de la esquina a tomar clase. A los segundos, la dependienta del lugar le llevó una cerveza y al entregarle la cuenta le dijo: “son cincuenta pesos, güera”. A punto estuvo de reclamarle que se había confundido de orden cuando entonces vio que la cerveza era una rusa Baltika (“). Entonces revisó el papel de la cuenta. Decía que el consumo era una cerveza “”, que significa “pelón”. Inmediatamente levantó la vista y su mirada se topó con la de la violinista, que había recibido también una cerveza. Ambas, casi al mismo tiempo, se pusieron de pie y acudieron a la mesa del calvo y joven médico moreno.

Con una sonrisa y un spasibo, las recibió en su mesa poniéndose de pie. Luego de que todos se sentaran, comenzó a hablar en español. Su acento era notablemente caribeño. Comentó que aunque se desempeñaba como médico y despachaba desde un consultorio público, todo era una fachada, pues en realidad era militar. Les dijo que llegó a México con una misión médico-humanitaria cubana durante la pandemia, pero que su real labor, era fungir de contacto con los cientos de agentes de inteligencia que estaban en el país, y asesorar a los que se sentían amenazados y evaluar si el riesgo era real o sentido, y asesorarlos sobre los pasos a seguir.

A la violinista Iryina Tredechenko le confirmó que debía abandonar el país de forma inmediata, o se quedaría sin ningún tipo de apoyo económico. La artista se levantó, maldijo al cubano y se fue. A ella, Lydia Vasilieva, le dijo que se volviera a casa e hiciera vida normal. Si su esposo Gabo no la contactaba en 48 horas o algo importante sucedía, sería contactada de forma inmediata.

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Continuará…