Para los argentinos, el nombre correcto son Las Malvinas, mientras que para los británicos ese mismo territorio es Flaklan. Para los musulmanes se llama Palestina el territorio que se encuentra entre el mar Mediterráneo, el valle del río Jordán, el río Litaní y el Neguev, sin incluir el Sinaí, mientras que ese mismo territorio para Israel se llama Cisjordania. Para Corea del Norte es el mar de Japón lo que para Corea del Sur es el mar del Este. El Golfo de Irán es el mismo que conocemos como el Golfo Pérsico; y ya, más cerca de nosotros, el famoso Río Bravo, como lo llamamos los mexicanos, para los estadounidenses es el Río Grande. Así que no deberíamos preocuparnos tanto por el interés de Donald Trump por llamar Golfo de América al Gofo de México. El nombre podría ser lo de menos.
Lo más importante de esto es el interés que existe de parte del presidente estadounidense a los yacimientos petroleros que se encuentran en estos más de 1.6 millones de kilómetros cuadrados. Esta zona, rodeada por Tamaulipas, Veracruz, Tabasco, Campeche y Yucatán del lado mexicano, y Florida, Alabama, Misisipi, Luisiana y Texas, del lado estadounidense es una de las regiones de producción de petróleo más importante del mundo. Simplemente representa el 14 por ciento de la producción total de crudo y el 5% del gas natural seco de Estados Unidos. Para México también es vital puesto que de esta zona extraemos la mayor parte de nuestro petróleo y por consiguiente es pieza fundamental para la economía nacional. Y aunque parezca mentira, la Isla de Cuba también podría levantar la mano puesto que parte de su territorio también colinda con el Golfo de México, llamado así desde el siglo XVI.
Sin embargo, existen una serie de acuerdos internacionales que delimitan esta zona fronteriza y que fueron establecidos por la Convención de Naciones Unidas sobre el derecho del mar entre Estados Unidos y México, Estados Unidos y Cuba, y México y Cuba. Por lo que Trump necesitaría que varios organismos, entre ellos la Organización Hidrográfica Internacional, la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del mar y el Grupo de Expertos de Naciones Unidas en Nombres Geográficos, para lograr su cometido; es decir, nada fácil. No basta que Google, haciendo caso a la Casa Blanca, de manera unilateral, cambie los nombres en sus mapas para que todos creamos que ya Trump se apoderó, por lo menos del nombre, de esta zona marítima.
La presidenta Sheinbaum, que ha mostrado serenidad y fortaleza al hablar de las negociaciones con su contraparte estadounidense, no debería perder tiempo en defender un nombre sino mostrar firmeza en cuidar el petróleo que ahí se encuentra. Los acuerdos internacionales nos respaldan, la historia está con nosotros y el nombre difícilmente permeará en el dominio público de manera inmediata. El Golfo de México seguirá siendo mexicano y, en dado caso, la zona estadounidense se podrá llamar Golfo de América, Al final, todo depende del lado en el que se mire.
Hablando de guerras: Con una trayectoria llena de éxitos y dejando a un lado “al joven”, Heriberto Murrieta nos cuenta de su pasión por los toros, del aprendizaje al haber trabajado al lado de uno de los periodistas más importantes que ha tenido México y de su miedo a la inseguridad que se vive en nuestro país. Heriberto Murrieta, nos responde si la fiesta taurina es arte o crueldad, nos dice si el fútbol también es su pasión y nos deleita con un lenguaje rico y claro sobre lo que aprendió de Jacobo Zabludovsky. No se pierdan esta entrevista en el podcast “En la Trinchera con José Luis Arévalo”, que pueden ver en YouTube por Canal Cero Networks.
Los espero en mi próxima Trinchera