El 24 del presente mes se cumplieron tres años de la invasión rusa a Ucrania, guerra aún sin fin, que ha causado un dramático número de muertes y ataques a instalaciones civiles, en contra del derecho internacional humanitario. En 2014 Rusia ya había anexado a Crimea. Este conflicto atestigua la fragilidad del orden internacional, de sus instituciones y del Derecho Internacional, y la fuerza de los criminales internacionales, que pueden llegar al genocidio.
Como todo conflicto armado, son deplorables sus alcances. Según la ONU, desde que se inició el conflicto en febrero de 2022, han fallecido alrededor de 12,650 civiles, a lo que se suman 29,000 heridos; más del 80% de las víctimas se produjeron en territorios bajo control de Ucrania y el 15% en los ocupados por Rusia.
De acuerdo a la Oficina de las Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios (OCHA), en torno al infierno del conflicto armado se destruyen escuelas, viviendas y medios de subsistencia; en este escenario en 2025 el 36% de la población ucraniana es proclive a la asistencia humanitaria, esto es casi 13 millones de personas, en tanto que alrededor de 10 millones de personas continúan desarraigadas, incluidos 3,7 desplazamientos internos.
Por lo menos el 20% de los niños ucranianos han perdido a un familiar cercano, 2,500 han muerto o han resultado heridos desde que se iniciaron las hostilidades en 2022, a la vez, jóvenes y niños manifiestan problemas de salud mental debido al aislamiento, informa la UNICEF.
La OMS también reporta frecuentes ataques a centros sanitarios y a ambulancias, que alcanzan un número de 2,200. De acuerdo a una encuesta, 80% de los encuestados aseguró tener dificultades para obtener medicamentos, el 25% expresó complicaciones para acceder a los deteriorados servicios médicos y 35% pospusieron la atención médica. Un número cercano a 100,000 personas, incluido un alto número de niños, se quedaron sin calefacción con temperaturas bajo cero, incluidas escuelas, centros de salud y guarderías, así como daños ambientales y contaminación del agua, el aire y la tierra.
La ONU también ha reportado denuncias de ejecuciones de soldados ucranianos a manos de militares rusos. El 95% de los soldados ucranianos liberados denunciaron torturas. De igual manera prisioneros rusos también describieron situaciones similares.
Amnistía Internacional informa que tanto las fuerzas militares ucranianas como rusas han utilizado municiones de racimo, en el caso de Ucrania proporcionadas por Estados Unidos, así como el uso de minas terrestres antipersonales y antiataque. Bien son conocidos los daños que causan las municiones de racimo en civiles e infraestructuras, prohibidas por la Convención sobre Municiones de Racimo (2008), ataques que pueden ser lanzados desde helicópteros, aviones, vehículos terrestres o sistemas de artillería.
Contra todo pronóstico, Rusia no ha logrado apoderarse de Ucrania, apoyada por Estados Unidos hasta hace poco y Europa, aunque alrededor del 15% de su territorio está bajo el control ruso. Según la BBC News, alrededor de 148,000 soldados ucranianos y rusos han muerto en los tres años de guerra.
Un final cercano para la paz no se aprecia y menos un final feliz. El presidente Donald Trump, quien se mueve entre el supermacismo, la oligarquía de su país y las ambiciones de Putin, ha decidido poner fin a esta guerra por diversas razones, entre éstas en función de sus intereses políticos, militares y económicos, y se acerca a Rusia y se aleja de Ucrania, la pieza más débil del ajedrez y del cual puede sacar provecho con contratos de recursos minerales y tierras raras . Trump reclama a Ucrania US$ 500,000 millones por el apoyo prestado durante la guerra.
Estamos ante un escenario de dos potencias que están decidiendo el destino de Ucrania, al margen de las naciones europeas y del mismo presidente ucraniano, el perdedor. Estamos lejos de un acuerdo para la soberanía, la integridad territorial y la independencia ucraniana, como lo ha expuesto la ONU.