¿Cuál es la línea que define el límite entre el respeto y el exceso? ¿Cuándo algo pasa de ser creativo a violentar libertades y espacios ajenos?
Sin duda, estas preguntas han coexistido con el arte y la cultura a lo largo de la historia, y estos tiempos no son la excepción, ya que durante los últimos días surgieron tres polémicas que dan testimonio, tanto del ingenio humano como de lo delicada que puede ser la tela que teje lo correcto ante temas sensibles. Y abre nuevamente la misma pregunta: ¿Dónde termina la expresión artística y comienza el oportunismo?
La apropiación de lo popular
Gandhi, una cadena de librerías especialmente conocida por su ingeniosa publicidad, decidió intervenir bardas con anuncios que simulan los carteles de bailes gruperos y peleas de lucha libre, con frases como “Pura doble P: Pedro Páramo” y “Leer también es banda”. En general, la campaña fue bien recibida, pero no faltaron las críticas que acusaron a la librería de gentrificación cultural.
A ojos de muchos, esta campaña no es más que otro acto de gentrificación con el que se toman símbolos de la “baja cultura” para vender “alta cultura”. Y eso es problemático en un montón de sentidos.
¿Es apropiación cultural que una empresa de libros, generalmente asociada a la “alta cultura”, tome prestada la estética popular para vender sus productos? ¿O es acaso una forma de incluir a sectores que han sido históricamente ignorados por las estrategias de fomento a la lectura? Mientras unos ven el guiño como una forma de integración, otros lo consideran un acto de elitismo disfrazado de cercanía.
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La muerte como marketing
Por otro lado, Duolingo llevó el marketing de guerrilla al extremo con su campaña Dúo o Muerte. Todo comenzó con el anuncio de la desaparición de Duo, el famoso búho de la aplicación, lo que generó una ola de especulación entre los usuarios. Poco después, la empresa confirmó su “muerte”, agregando una narrativa de misterio que incluyó peritajes ficticios y acusaciones a Elon Musk y su Cybertruck como responsables del “asesinato” de la mascota.
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La estrategia, que en otros contextos podría ser vista como una genialidad del marketing viral, no tardó en ser criticada. En países con crisis de violencia y desapariciones, como México, muchos la consideraron de mal gusto. Aunque Duolingo apostó por el humor negro, lo hizo en un terreno delicado, lo que generó incomodidad en una audiencia que lidia con noticias reales de violencia todos los días.
Cuando el arte desafía la fe
Mientras Gandhi juega con lo popular y Duolingo con la muerte, La Venida del Señor juega con lo sagrado. La exposición de Fabián Cháirez, artista conocido por sus representaciones subversivas de la masculinidad y la religión, provocó la indignación de grupos católicos. Imágenes de la Virgen María y el cirio pascual con una fuerte carga erótica han hecho que feligreses se planten en la Academia de San Carlos a rezar frente a las obras, para exigir su retiro.
Curiosamente, los más escandalizados han sido los mayores promotores de la muestra. Probablemente, de no ser por los rezos y protestas, la exposición habría pasado desapercibida fuera de los círculos de arte contemporáneo. Pero como ha sucedido tantas veces en la historia, la censura termina siendo el mejor marketing.
¿Dónde está la línea?
El debate sigue abierto. ¿Gandhi es culpable de apropiación o de inclusión? ¿Duolingo cruzó la línea del humor negro o simplemente encontró una estrategia efectiva? ¿El arte de Cháirez atenta contra la fe o la cuestiona legítimamente?
Quizá la verdadera pregunta sea si las líneas que separan lo correcto de lo ofensivo están realmente trazadas, o si vivimos en un mundo donde la percepción de lo que es “demasiado” se redefine con cada nueva controversia.
Lo único claro es que, en el mundo del arte y la publicidad, pocas cosas generan más interés que cruzar la línea.