El expresidente Manuel López Obrador, la nueva presidenta con “a” y el Congreso obradorista, se han encargado de destruir los organismos de transparencia, regulación y vigilancia de los poderes del Estado, que ahora serán controlados por diferentes secretarías, a lo que se sumó la reforma judicial. Se pueden observar motivos esenciales para hacerlo como la obsesión por la centralización del poder y la impunidad ante actos de corrupción y negligencia gubernamental. Esto ciertamente representa una amenaza a los derechos ciudadanos y a la transparencia de la gestión pública.
Los organismos afectados son el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales; la Comisión Federal de Competencia Económica; el Instituto Federal de Telecomunicaciones; el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social; la Comisión Reguladora de Energía; la Comisión Nacional de Hidrocarburos; y la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación.
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Qué tan pronto nos alcanzó el pasado y destruyó lo mucho y poco logrado. Hoy retornamos vehementemente a aquella época de papá gobierno del entonces acérrimo príismo, de los subsidios y las dádivas; a aquella a la que el literato peruano Mario Vargas Llosa llamó la dictadura perfecta, del poder de un solo hombre y su partido político; del destape, los acarreos y las urnas embarazadas; del chayote, las casillas zapatos, de la operación tamal, del ratón loco y el carrusel; de los moches y los mapaches (hoy con el crimen organizado); de los chapulines y la veneración a líderes políticos y sindicales charros.
En la clase dirigente predomina la fijación por el poder, por el partido único y por el control político absoluto. El obradorismo se ha encargado de destruir los principales postulados constitucionales de una República representativa, democrática y federal, de estados libres y soberanos. Se ha encargado de echar abajo los contrapesos políticos, democráticos y de transparencia. Ambos períodos, el de ayer y el de hoy, se han distinguido por su profunda corrupción e impunidad. Hay un profundo amor por el pasado que no se puede desprender.
En los dos últimos períodos sexenales encontramos líderes populistas, muy lejanos de verdaderos Jefes de Estado. Se han encargado de dividir irresponsable y socialmente a la Nación, mediante la manipulación política. Lo mismo es escuchar un discurso echeverrista de cuatro horas de duración de la historia príista más recalcitrante, que una mañanera obradorista o de la nueva presidenta con “a”. En el obradorismo prevalece el amor por la autocracia y la dictadura; por el narcisismo, la arrogancia y la mitomanía; por el autoritarismo, el oscurantismo y la corrupción. En el Maximato se decía que había un presidente, pero el que mandaba vivía enfrente, hasta que lo echaron a patadas. Lo mismo se dice ahora.
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Retornamos a la historia de un partido único y una oposición casi inexistente, con violaciones a las leyes electorales y elecciones de Estado. Se ha dispuesto indiscriminadamente del ahorro público para proyectos faraónicos, elefantes blancos y programas asistencialistas con fines electorales, mismos que se continuarán incrementando, ya que esta variable es un eslabón fundamental para el éxito del populismo y la reelección de MORENA. Seguramente, se intensificarán en todos aquellos sectores sociales que puedan proporcionar votos, eso ya no tiene marcha atrás.
En el transcurso del Siglo XX, el líder sindical Fidel Velázquez acuñó la famosa frase política “el que se mueve no sale en la foto”, utilizada por el príismo para mantener un férreo control sobre políticos y procesos electorales, que bien se puede extrapolar al autoritario obradorismo, donde sólo se puede respirar con la anuencia del líder máximo. En fin, no me vengan con ese cuento de que la ley es la ley.