Es 23 de diciembre de 2024, media noche y pronto será Navidad. Tengo sobre mi escritorio apuntes, libros y recortes de periódicos, sí, aunque usted no lo crea, además de la información electrónica, sigo teniendo inusitado gusto por el periódico en papel y los libros, diferentes a la frialdad electrónica, aunque necesaria.
Escucho a Mozart, el Réquiem, la última obra que compuso por encargo antes de su muerte, que quedó inconclusa en ese momento. Usted dirá, qué extraño gusto de escuchar esa pieza en estas fiestas navideñas, de la natividad, donde hay paz, cordialidad y cánticos, angelitos y luces de colores por toda la ciudad, pero no lo puedo evitar.
Recuerdo una obra de teatro, “Un cuento de Navidad”, del extraordinario dramaturgo Emilio Carballido, fallecido en 2008, sobre dos Santa Claus que se ganaban la vida retratándose con niños en las calles de un Distrito Federal que ya se fue; qué capitalino no se retrató alguna vez en aquellas épocas con Santa Claus o los Reyes Magos en la Alameda Central, de niños y cuando éramos inocentes y angelicales, obra que no deja de ser actual, con esa sátira y sensibilidad mexicana que sólo Carballido sabía trabajar, divertida, que no me queda más que recomendarla estimado lector cuando esté en cartelera.
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Además, tengo sobre mi viejo escritorio, éste que mi padre me heredó, médico legista de profesión y quien me enseñó que los humanos mueren fácilmente, cuando alguna vez lo acompañé, de escasos diez años de edad, a una diligencia y vi por primera vez un muerto, que me amargó tanto como la barbarie y los muertos que hoy veo cotidianamente en mi país; decía -me aparté del tema-, también tengo aquí algunas obras de ese magnífico compositor popular Chava Flores, de aquella época cuando la Bartola podía pagar con dos pesos la renta, el telejono y la luz y sobraba para el alipus. Cuando decían, al igual que hoy, que la gasolina no aumentaría de precio, que no había corrupción y los diputados y senadores, que se pintan de cualquier color, eran igual de inútiles y socarrones como hoy.
Chava Flores le cantaba a nuestro México y sus personajes, a los gorrones, que me traen gratos recuerdos de mis amigos, esos que en las fiestas se dedicaban a vaciar las botellas, botellones y platones, decía Flores, cómo bebían y comían; le cantaba a la Ciudad de México antes llamada Distrito Federal, cuando el metro era grandote, rapidote, segurote y limpiote, diferente al camión del compadre Jilemón que iba al panteón, todo era ordenado, ahí no admitían guajolotes, tamarindos, huacales con elotes ni costales con carbón, nos narraba el autor; hoy el metro ya no es ni grandote, ni rapidote, ni segurote, ni limpiote y se descarrila, sin responsables ni culpables.
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Tengo apuntes sobre el gran Cri Cri, que alguna vez utilicé en alguna pieza teatral, ese del ratón vaquero que cayó en la ratonera con su traje de cowboy, hablaba inglés y asolaba a mundo y medio; o aquella pieza del rey de chocolate con nariz de cacahuate, que vivía en un castillo con murallas de membrillo y torres de turrón, que a pesar de ser tan dulce tenía amargo el corazón; castillo tal vez igual de bonito al Palacio Nacional del Zócalo, antes propiedad de todos los mexicanos.
Al rey el marqués de piloncillo, mayordomo del castillo, lo limpiaba con la lengua, pero todo terminó mal; la princesa Caramelo no quería vivir con él, porque en lugar de pelo le brotaba pura miel, el rey al ver su suerte al llorar tan fuerte tiró el castillo y un merengue lo aplastó. Moraleja: es común que los reyes tengan inclinaciones a la grandiosidad, con aspiraciones casi mesiánicas e incapacidad para escuchar. En fin, son tantas las historias que uno puede contar en una noche de paz.
Finalmente, deseo expresar mis deseos para un México mejor, erosionado en sus instituciones, salud, educación y seguridad, pilares esenciales en cualquier sociedad; mis mejores deseos en esta navidad a mi familia y amigos, apreciados lectores y personal de este estimado diario Eje Central.