Un niño de 13 años es arrestado y acusado de asesinar a una estudiante de su escuela. Desde la perspectiva de la investigación policíaca, la psiquiátrica y el dolor de la familia, esa es la premisa de Adolescencia, una ingeniosa serie que, en cuatro episodios grabados en plano secuencia, aborda un tema mucho más profundo: la cultura INCEL.
La historia sigue la detención de Jamie, un adolescente solitario cuya visión del mundo ha sido moldeada por discursos de odio en internet. La serie explora cómo la frustración, el aislamiento y la misoginia pueden convertirse en una combinación explosiva cuando las comunidades digitales alimentan el resentimiento. La ficción se mezcla con una realidad cada vez más alarmante: el surgimiento de una subcultura que rechaza a las mujeres y las culpa de sus propias inseguridades.
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El término INCEL, abreviatura de “involuntary celibate” (célibe involuntario), surgió en los años 90 como una forma de describir la dificultad de algunas personas para encontrar pareja. Sin embargo, en los últimos años, se ha convertido en algo más oscuro: una comunidad en la que los hombres se victimizan y justifican su resentimiento hacia las mujeres, al punto de celebrar o incitar la violencia. En este contexto, la idea de que el deseo romántico o sexual es un derecho negado injustamente se convierte en una excusa peligrosa para el odio.
No se trata solo de una teoría: la cultura INCEL ha sido el origen de múltiples ataques. Uno de los casos más conocidos es el de Elliot Rodger, el joven de 22 años que en 2014 asesinó a seis personas en Isla Vista, California, antes de quitarse la vida. En su manifiesto, titulado Mi mundo retorcido, dejó claro su desprecio hacia las mujeres, a quienes culpaba de rechazarlo, y hacia los hombres que sí tenían éxito con ellas. “Si yo no puedo tenerlas, nadie debería”, escribió. Desde entonces, Rodger ha sido convertido en una especie de mártir dentro de estos círculos, inspirando ataques similares en distintas partes del mundo.
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Lo “INCEL” no sólo afecta a las mujeres: refuerza una cultura de presión sobre los propios hombres. Dentro de su narrativa, aquellos que no logran encajar en el modelo de “masculinidad alfa” son vistos como fracasados. De este modo, terminan encerrados en una espiral de autodesprecio y odio que los aísla aún más. En lugar de fomentar el crecimiento personal o la construcción de relaciones saludables, se refuerza la idea de que el mundo está diseñado en su contra.
Aquí es donde entra la gran pregunta: ¿cómo combatir un fenómeno que se esconde en foros anónimos y redes sociales? La radicalización de estos jóvenes no ocurre de la noche a la mañana; es un proceso que inicia con la soledad, la falta de educación emocional y la ausencia de modelos masculinos positivos. Si no se les ofrece otra alternativa, seguirán encontrando refugio en espacios que los convencen de que la violencia es la única respuesta.
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El problema no es la frustración amorosa, sino la forma en que se canaliza. La serie Adolescencia nos muestra cómo una combinación de factores puede llevar a una tragedia: un niño ignorado por su familia, consumido por ideas peligrosas en internet y empujado hacia la violencia como única salida. La solución, entonces, no es demonizar ni ridiculizar a quienes se sienten solos, sino ofrecer herramientas que los ayuden a entender que su valor no depende de su éxito romántico o sexual.
El odio no nace de la nada. Se alimenta de experiencias de rechazo, de comparaciones injustas y de la falta de redes de apoyo. La masculinidad tóxica ha convencido a muchos hombres de que su valía se mide en conquistas y dominación, y cuando la realidad no encaja con esa idea, algunos terminan buscando culpables en lugar de respuestas.
Si algo nos deja claro Adolescencia es que el problema no desaparecerá por sí solo. La radicalización, como cualquier otra forma de extremismo, necesita ser enfrentada desde su raíz. Y para ello, primero hay que entender que los INCELs no sólo son un grupo de hombres frustrados en internet: son el síntoma de un problema mucho más profundo, que seguirá creciendo mientras sigamos ignorándolo.