Dicen que la ficción, a veces, supera la realidad. La reciente entrega de los Oscar nos puso en contexto, cuando Cónclave (2023), dirigida por Edward Berger, se alzó con el premio a Mejor Guion Adaptado. Inspirada en la novela homónima de Robert Harris, la película nos lleva al corazón de una elección papal, donde las intrigas y los dilemas morales ocupan el primer plano.
Aunque el filme toma licencias dramáticas —como toda buena ficción debe hacerlo—, logra capturar con precisión la complejidad de las alianzas políticas y las tensiones ideológicas que caracterizan un evento tan trascendental. El Cónclave, ese misterioso y solemne proceso que determina el futuro de la Iglesia Católica, es retratado aquí como un microcosmos de poder, fe y humanidad en conflicto.
Mientras tanto en el mundo real, la afortunada recuperación del Papa Francisco, tras la neumonía lateral que lo llevó al hospital, no borra la sombra inevitable que se cierne sobre el Vaticano.
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Las dinámicas que la película de Berger retrata no están tan alejadas de la realidad actual: el próximo cónclave tendrá en sus manos la responsabilidad de decidir el rumbo de la Iglesia para las próximas décadas. Desde su ascenso al papado en 2013, Jorge Mario Bergoglio, conocido como el Papa Francisco, ha delineado la Iglesia católica con un estilo pastoral cercano, un mensaje de inclusión y una reforma estructural que ha generado aplausos y resistencias en igual medida. Sus médicos insisten en que “todo está bajo control”, para fortuna de los más de mil 300 millones de católicos en el mundo, que miran al Vaticano no solo como un centro de fe, sino como un faro de estabilidad espiritual y moral.
Francisco ha desafiado normas tradicionales, incluyendo su disposición a abdicar si su condición física o mental le impidiera cumplir con sus deberes. “Un papa que siente que no puede continuar tiene el derecho y, en algunos casos, el deber de renunciar” (Francisco, 2014). Esta postura, inspirada por la histórica renuncia de Benedicto XVI en 2013, marca un contraste radical con la práctica previa de desempeñar el cargo hasta la muerte.
La posibilidad de un relevo en el Vaticano plantea también interrogantes sobre el futuro de las reformas impulsadas por Francisco. Entre sus principales logros destacan la reorganización de la Curia Romana, los esfuerzos por combatir los abusos sexuales en la Iglesia y la promoción de una ecología integral a través de la encíclica Laudato Si’. No obstante, sus cambios han enfrentado resistencia de sectores conservadores que critican su enfoque progresista, especialmente en temas como el papel de las mujeres en la Iglesia, la inclusión de personas LGBTQ+ y el celibato sacerdotal.
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Sin embargo, también ha enfrentado críticas por no avanzar con mayor rapidez en cuestiones como la transparencia financiera del Vaticano y la implementación efectiva de mecanismos contra el abuso sexual. Según el periodista John L. Allen Jr., experto en temas vaticanos, “el legado de Francisco dependerá tanto de las reformas que haya consolidado como de la capacidad de su sucesor para llevarlas adelante” (Allen, 2023).
El Cónclave, compuesto por cardenales menores de 80 años, es el encargado de elegir a un posible sucesor. Francisco también ha dejado su huella en este cuerpo al nombrar a 97 de los 137 cardenales electores, provenientes de diversas regiones y con perspectivas más globales (Vatican Statistics, 2023). Este cambio podría influir en la elección de un papa que continúe con su visión o que busque un equilibrio entre tradición y modernidad.
La salud del Papa Francisco no solo es un recordatorio de la fragilidad humana, sino también una invitación a pensar en el futuro de la Iglesia católica.
La posibilidad de un relevo en el Vaticano debe ser vista no como una crisis, sino como una oportunidad para mantener la relevancia de la fe en un tiempo de incertidumbre y cambio. Como dijo Francisco en una de sus homilías: “La fe no es una luz que disipa todas las sombras, sino una lámpara que guía nuestros pasos en la noche”.