Nadie puede negar las similitudes personales existentes entre el presidente Donald Trump y el expresidente Andrés Manuel López Obrador: ambos extraordinariamente hábiles para comunicarse con su electorado; ambos idealistas con relación a su propio proyecto de país; ambos interesados en la manera en que su nombre quedará inscrito en la historia; ambos impredecibles a la hora de definir el rumbo de su gobierno; ambos acostumbrados a ordenar y a someter a sus colaboradores; ambos especializados en engrandecer sus acciones; ambos imbatibles a la hora de buscar la aceptación y la adoración de sus votantes…y muchos “ambos” más. Para los efectos de lo que queremos señalar en esta opinión, nos bastan los anotados.
Dentro de los manuales para lidiar con un jefe con personalidad narcisista, existen métodos propuestos que tienen como propósito evadir cualquier práctica que potencialice su personalidad. Desde luego, no discutir ni pretender ganar cualquier argumento en su contra; no alimentar en modo alguno la discusión con elementos que favorezcan su necesidad de ser admirados; establecer claramente las fronteras y mantenerse firme alrededor de ellas; tratar de ser empático para entender las causas de su personalidad y predecir sus acciones.
En la construcción de cualquier diálogo con una persona egocéntrica, las recomendaciones que arroja el “método de la piedra gris” incluyen la conveniencia de mostrarse desinteresado y sin apego emocional con el interlocutor; no incidir en disputas con él y mantener respuestas cortas; y procurar que las interacciones sean breves y objetivas, a efecto de no incurrir en altercados que sean evitables.
A pesar de lo muy aparentemente democrático que quiso hacerse ver el proceso de designación del candidato de Morena para contender por el cargo para Presidente de la República en el 2024, sabemos la influyente y decisiva intervención que tuvo el entonces presidente López Obrador en él. Sabía que de su sucesor dependería la continuidad de su proyecto de Nación, que podría quedar trunco para la fecha en que él dejaría la oficina de Palacio Nacional de no asegurar a un sucesor comprometido.
Si debiéramos hablar de alguien que ya ha probado ser diestro en las artes de lidiar con la personalidad de un presidente egocéntrico, no podríamos dejar de reconocer en Claudia Sheinbaum a una experimentada servidora pública. No sólo por haber sido reconocida como la candidata a suceder al expresidente, sino también porque, evidentemente, tuvo el acierto de haberlo acompañado de manera exitosa a lo largo de doce años, en un proceso de interacción permanente en el cual tuvo la habilidad de reconocer su rango, su momento, y no incurrir en contradicciones ni arrebatos que pudieran ser infructíferos o que pudieran diezmar sus propios intereses y su propio proyecto.
Es posiblemente esa experiencia la que ha servido para anticipar la manera en que el gobierno debe de actuar ahora frente a un contendiente de mayor peso. La respuesta mesurada a los arrebatos que han marcado el inicio de la segunda administración Trump, son posiblemente un bálsamo que ha servido para atenuar el dolor del terrible golpe ya dado mediante la imposición de aranceles al comercio. Se trata de una táctica que, con sus adecuaciones, tendrá que perdurar otros cuatro años más.
Con independencia de la corta o larga duración que vaya a tener la nueva política económica y diplomática de los EEUU, una cosa es cierta: si bien es cierto que el diálogo entre Claudia Sheinbaum y el expresidente López Obrador fue fructífero y produjo efectos beneficiosos para ella, no puede pasar desapercibida la inmediata coincidencia ideológica existente entre ambos interlocutores; los dos son políticos liberales ligados a una corriente pretendidamente social demócrata. En cambio, si hay un signo claro que el presidente Trump ha lanzado a todos los confines de la tierra, tiene que ver con su repudio por las ideologías de la izquierda y todo lo que las acompaña.
Con toda su experiencia en el establecimiento de un diálogo productivo con una persona egocéntrica, ¿cómo enfrentará la presidenta Sheinbaum el reto de convencer al presidente Trump sobre la necesaria alianza de la que México debe ser parte con Norteamérica, perteneciendo ella a una corriente ideológica claramente antagónica?
Con los tambores de una posible recesión batiendo, los días de la ideología de la cuarta transformación deben de estar contados. México no tiene espacio de maniobra para sostener el dispendio social que ha venido impulsando, y cerrar los ojos al rumbo de una economía mucho más vinculada a la producción. La interlocución de nuestra presidenta con el líder norteamericano está, de un modo u otro, ligada al necesario cambio de rumbo ideológico que pregona el partido que hoy gobierna a nuestro país.
Si en algún momento se pensó en que una reforma fiscal más agresiva contra el contribuyente cautivo podía ser una manera de sostener el gasto público, difícilmente esa estrategia servirá en el futuro, de frente al ofrecimiento fiscal de los Estados Unidos de América. O nos volvemos en un país más atractivo para la inversión, con políticas económicas y administrativas más flexibles, aún en el campo del derecho del trabajo, que favorezca la continuidad en la llegada de capital de inversión, o, como lo anuncian ya los 18 puntos de la Estrategia de México para superar los aranceles, dependeremos de nuestro maíz y nuestros frijoles para sobrevivir.
El objetivo va a ser difícil, pero es muy probable que muy pronto nuestros gobernantes deberán de echar mano, otra vez, a la narrativa que sirvió para impulsar el “nefasto” y muy productivo período neoliberal. ¿Cómo le va a hacer nuestra clase política para transformarse en “odiados” conservadores?