Donald Trump regresa a la presidencia de Estados Unidos rodeado de aduladores y halcones que le susurran al oído escenarios peligrosos. No descarta el uso de la fuerza militar para apoderarse de Groenlandia y del Canal de Panamá. No ha renunciado a la idea de intervenir unilateralmente para capturar o ejecutar a los líderes de los carteles mexicanos. Para Marco Rubio, quien se espera sea ratificado hoy como su secretario de Estado, emplear la fuerza militar es una opción, aunque, matiza, es preferible la diplomacia y la cooperación con México. De acuerdo con analistas consultados, más práctico que una invasión a gran escala tipo rusa contra México serían ataques quirúrgicos de fuerzas especiales como el de los Navy Seals Six, que eliminó a Osama Bin Laden en Abbottabad.
¿Está preparada Claudia Sheinbaum para un escenario así? No parece. No ha delineado qué va a hacer en caso de una acción militar unilateral, más allá de repetir que México es un país soberano y se le respeta. Ve con buenos ojos las declaraciones de Rubio, pero no será él quien tome las decisiones, sino Trump. Contener a los carteles como demanda Trump no es viable para una presidente que sigue la fallida política de “abrazos no balazos” de su antecesor. Su mejor opción está en el plano diplomático: trabajar con los elementos menos belicosos en el gobierno entrante y pedir el respaldo de organizaciones multilaterales. El gobierno mexicano que lidiará con Trump es un gobierno carente de voz y respeto en el mundo, aliado a dictadores y autócratas, y peleado con líderes regionales con acceso a Washington.
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Vladimir Putin debe sentirse reivindicado. Como anillo al dedo le cae la beligerancia neoimperial de Trump. Pocos podrán criticar su guerra de conquista territorial contra Ucrania cuando el presunto líder del mundo libre quiere hacer lo mismo con Groenlandia y Panamá. Trump repite las razones de seguridad nacional que Putin esgrimió para justificar su sangrienta invasión hace tres años.
Trump también dice que quiere anexarse a Canadá, aunque no por la fuerza, y rebautizar el Golfo de México a “Golfo de América”. Justin Trudeau le mandó decir que Canadá jamás será parte de Estados Unidos; el presidente panameño se envolvió en la bandera nacional en defensa del canal; Dinamarca reiteró que Groenlandia no está en venta y Sheinbaum impartió una clase de historia a modo, con proyección de un mapa del siglo 17, para demostrar que en realidad Estados Unidos debería rebautizarse “América Mexicana”.
Es debatible la seriedad con que deben tomarse las pretensiones imperiales de Trump. Pueden ser táctica negociadora o posicionamiento mediático o para sembrar incertidumbre entre aliados y adversarios. En editorial de la casa, The Wall Street Journal consideró que, en el caso de Canadá, Trump sólo está “troleando”. En contrapartida, consideró que el apetito por Groenlandia puede tener más sustancia. Su riqueza mineral y ubicación estratégica en el Ártico hace mucho que son deseadas por Estados Unidos. Donald Trump Jr. visitó Groenlandia la semana pasada, acompañado de asesores sobre seguridad nacional de su padre.
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La obsesión por el Canal de Panamá tampoco es nueva. El exembajador de Estados Unidos en Panamá John Feeley, recuerda que, en 2017, Trump le dijo al presidente de ese país, Juan Carlos Varela, en la Oficina Oval que el tratado Torrijos-Carter, “era un mal negocio”. Ratificado por el Senado de Estados Unidos en 1978, dicho tratado cedió el canal a Panamá. Incumplirlo es una violación del derecho internacional. Con todo, Feeley descarta el uso de fuerza militar. “No la minimizo, pero no tiene futuro. Trump ganó prometiendo a su electorado que no iniciaría guerras extranjeras innecesarias. El canal funciona, ¿qué necesidad hay de matar soldados para defenderlo?”, preguntó en entrevistas con ABC y Univisión.
Pero para Trump, no hay mayor expresión de fuerza y poder que saberse el comandante en jefe del ejército y arsenal armamentista más poderoso del mundo. Moverlos a su antojo en el tablero mundial puede ser irresistible para un hombre impulsivo y errático como él.