Un exceso de mal gusto en una campaña confrontativa, podría repercutir en el resultado final de la elección presidencial de Estados Unidos.
El reciente insulto a Puerto Rico por parte de uno de los seguidores de Donald Trump, –quien secundó en principio el calificativo de “isla basura”, así después lo haya querido matizar con una explicación tardía– en un acto de campaña en el Madison Square Garden de Nueva York, demostró no sólo insensibilidad e ignorancia, sino complejo racial y desconocimiento geopolítico.
El comediante Tony Hinchcliffe, uno de los doce oradores del mitin del expresidente, pretendía provocar risa al decir que Puerto Rico es “una isla de basura flotante”. Trump en ese momento no sólo no lo condenó, sino que no se disculpó ni con la concurrencia ni con los puertorriqueños. Días después su equipo de prensa negó que lo dicho por el comediante reflejara la opinión de Trump.
TE PUEDE INTERESAR: México-EU: pausa, soberanía y ¿tensión diplomática?
Pero el daño estaba hecho, las reacciones por parte de la comunidad boricua asentada en la Unión Americana no se hicieron esperar: desde Bad Bunny hasta J.Lo (Jennifer López), expresaron su indignación y su pronto apoyo a la campaña de la demócrata Kamala Harris.
La pregunta aquí es ¿cuántos estadounidenses apoyan lo dicho por el comediante?
La relación entre Estados Unidos y Puerto Rico es una de las conexiones políticas más complejas y antiguas en la historia de América.
Como territorio no incorporado desde 1898, tiene un estatus especial: sus ciudadanos son estadounidenses, pero la isla no goza de los mismos derechos que los estados de la Unión. Esta relación ambigua está marcada por tensiones de soberanía, identidad y desigualdad económica, temas que cobran particular relevancia en el contexto de discursos nacionalistas como los promovidos en la campaña de Trump.
Para comprender la profundidad de esta relación, es esencial entender los antecedentes históricos. Tras la Guerra Hispanoamericana, Puerto Rico fue anexado por Estados Unidos y, aunque los puertorriqueños obtuvieron la ciudadanía en 1917, no tienen derecho a votar en elecciones presidenciales y solo cuentan con un delegado en el Congreso sin voto. Esta situación ha sido fuente de constantes luchas por la igualdad y la soberanía, especialmente en una época de crisis económica y deterioro de la infraestructura en la isla. La crisis de deuda y el devastador huracán María en 2017 expusieron estas desigualdades, cuando la respuesta federal fue limitada comparada con la de otras crisis en el continente.
SIGUE LEYENDO: La cruzada contra la chatarra
En este contexto, el aumento de discursos en la política estadounidense es altamente preocupante para Puerto Rico. Recordemos que el expresidente, como una figura influyente en la política conservadora, ha promovido una retórica que exalta el nacionalismo blanco y los valores tradicionales de lo que él define como “americanos verdaderos”. Estos discursos tienden a reforzar las divisiones raciales, culturales y económicas, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, y afectan directamente la visión que el electorado estadounidense tiene sobre sus territorios y minorías.
En términos de políticas económicas, esta exclusión resulta en una mayor dependencia financiera de la isla en relación con Estados Unidos, reduciendo las posibilidades de desarrollo económico sostenido. Así, la retórica del candidato republicano contribuye a mantener una estructura de poder en la que los ciudadanos puertorriqueños, a pesar de ser parte de Estados Unidos, siguen siendo tratados como “ciudadanos” de segunda clase.