Recientemente ha aparecido, en español, un libro de la economista italiana Clara E. Mattei, titulado El orden del capital, con la siguiente anotación en la portada: “Cómo los economistas inventaron la austeridad y allanaron el camino al fascismo”. La autora proviene de una familia de luchadores contra el fascismo. Su padre, detenido por los nazis, se suicidó en la cárcel, y su tía, comunista, fue reconocida por el gobierno italiano como una gran luchadora contra el régimen fascista.
Mattei es profesora de economía y directora del Centro de Economía Heterodoxa (CHE), creado recientemente en la Universidad de Tulsa, en Oklahoma, Estados Unidos. Esperemos que el centro sobreviva a los embates contra las universidades americanas.
El libro es muy interesante, pues demuestra algo que en general pasa desapercibido: se suele pensar que la austeridad es producto del neoliberalismo y que comenzó en los años setenta del siglo pasado. Sin embargo, para la autora la austeridad ha sido el mainstay (soporte o pilar) del capitalismo moderno y su gran protectora. Por ello, está presente de siempre en las políticas públicas.
Mattei también menciona la opinión del economista escocés, Mark Blyth, quien en uno de sus libros demuestra que la austeridad no ha servido para los propósitos que los distintos gobiernos capitalistas han mencionado, como la reducción de la deuda o el impulso al crecimiento económico.
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Con una impresionante cantidad de notas y bibliografía, el libro hace un recorrido desde el fin de la Primera Guerra Mundial, cuando la austeridad se convirtió en la piedra angular para evitar el colapso del capitalismo. Como señala la autora, en los años veinte del siglo pasado se utilizó ampliamente como respuesta a la crisis social y las huelgas derivadas de las carencias surgidas tras la guerra.
El título del libro se deriva de la idea de que para que el capitalismo funcione, es decir, para que la gente venda su fuerza de trabajo a cambio de un salario, debe existir un orden uniforme en la sociedad. En otras palabras, el crecimiento económico presupone cierto orden sociopolítico, un “orden capital”.
Mattei hace una referencia concreta a dos países: Inglaterra e Italia. En ambos casos señala que, para los economistas, la austeridad es una condición necesaria para la continuidad del capitalismo. Esto se debe a que una de sus funciones fundamentales es el traspaso de recursos de la clase obrera y campesina -la mayoría-, hacia la minoría rentista.
Según la autora, dos conferencias internacionales sobre finanzas, celebradas en Bruselas en 1919 y en Génova en 1922, fueron determinantes para que la tecnocracia política impusiera la austeridad a nivel global. Para ello, se utilizó la propuesta de independencia de los bancos centrales.
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El libro también muestra un gran paralelismo entre la cuna del liberalismo clásico en Inglaterra y el nacimiento del fascismo en Italia. Aunque pueden parecer opuestos, en la práctica, ambos aplican la misma agenda económica de austeridad. En palabras de Mattei: “subyugando a la clase obrera a la austeridad”. A lo largo de la historia se ha demostrado que tanto los economistas fascistas como los llamados liberales están de acuerdo en este punto.
Además, evidencia la estrecha relación entre austeridad y tecnocracia, una conexión que se mantiene hasta la actualidad.
Ofrece datos concretos, pero sólo mencionaré uno: desde 1973, la desigualdad estructural ha robado a los trabajadores estadounidenses 2.5 billones de dólares cada año, recursos que han ido a manos del famoso 1 por ciento.
Para Mattei, esto ha sido un triunfo de la tecnocracia, y lo ejemplifica con las palabras del inversionista Warren Buffett en 2006: “Es una lucha de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la clase adinerada, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando”.