1ER. TIEMPO. Como el agua y el aceite. Su irrupción en el campo de la política se dio hace unos dos años, cuando Altagracia Gómez, una millennial tapatía, comenzó a tener reuniones con diferentes grupos del sector privado para sensibilizarlos sobre los planes que tenía Claudia Sheinbaum, a quien para entonces ya había escogido el presidente Andrés Manuel López Obrador como la candidata de Morena a la Presidencia. El poder de la maquinaria del partido la proyectaba como la casi segura relevista de López Obrador, por lo que la voz de Altagracia era escuchada. Muy articulada —se graduó como abogada de la Escuela Libre de Derecho— con sólidos conocimientos de los negocios, que abrevó en su casa desde niña y reforzó con seminarios para ejecutivos en la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, iba dejando buenas impresiones con ejecutivos y analistas de las empresas, a quienes les decía que en el futuro gobierno de Sheinbaum se abrirían nuevamente las puertas para asociaciones públicas y privadas que López Obrador había cancelado. Por su origen —heredera de un imperio de harina de maíz— y formación, no más importantes que el tener los mismos códigos de comunicación de ellos, generaba confianza y certidumbre. La confianza en sí misma le ayudó en 2022, cuando asistió a una audiencia pública de la entonces jefa de Gobierno de la Ciudad de México por el interés en una licitación de transporte público en la capital, y se presentó con Sheinbaum con un breve résumé de quién era y qué hacía, sobresaliendo su cargo de presidenta del Grupo Minsa, el segundo productor más grande del mundo de masa de maíz. Conectaron inmediatamente. Altagracia ya no pidió explicaciones sobre las bases de la licitación, sino que respondió a la pregunta de Sheinbaum, preocupada por el alza en los precios de la tortilla, todavía en la secuela de la alta inflación por la pandemia del coronavirus. Ahí comenzó una relación funcional para ambas. Sheinbaum se benefició de una empresaria con pedigrí empresarial, mujer y joven, energética y entendedora del mundo moderno, en las antípodas de los empresarios que fueron enlace de López Obrador con el gran capital en 2006, 2012 y 2018, y ella ganó presencia, poder, relaciones que no tenía y que difícilmente las habría logrado sin la conexión mágica con quien sería la siguiente Presidenta. No se volverían a separar. Era una paradoja. Altagracia era lo que el grupo político de Sheinbaum, encabezado por su mentor López Obrador, repudiaba: hija de millonario, empresario y político priista, y además, para colmo, beneficiaria de las privatizaciones y uno de quienes fueron rescatados por el Fobaproa. Más diferentes no podían ser y, sin embargo, más cercanas no podrían estar.
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2DO. TIEMPO. Ministra sin cartera. La campaña presidencial en 2023 sirvió para consolidar la relación entre la candidata Claudia Sheinbaum y su enlace con el sector privado, Altagracia Gómez. Sheinbaum le otorgaba un papel de confianza que no tenía con nadie. Esa relación rápidamente comenzó a trascender y su nombre empezó a ser mencionado en las columnas de negocios. ¿Quién era Altagracia? La hija de Raymundo Gómez Flores y la nieta de Alfonso Gómez, que iniciaron su recorrido empresarial con una agencia de viajes y una lavandería para hoteles y moteles de paso. En los 80, evolucionaron hacia el sector inmobiliario y constructor, aunque su escala no se disparó hasta el gobierno de Carlos Salinas, cuando armó un grupo de empresarios en Jalisco y buscó quedarse con Diesel Nacional, DINA, una empresa de camiones y autobuses que fue una de las que primero privatizó. Le fue muy bien a su padre y a su tío Rafael, que se quedó operando DINA, mientras que Gómez Flores apostaba por Cremi, el primer banco en desincorporarse. Buscó también quedarse con Imevisión, pero no le alcanzó. Logró, sin embargo, comprar Almacenes Nacionales de Depósito, que hacía acopio y almacenamiento para Conasupo, de donde surgió Almer, que tiene servicios integrales en todo el mundo para el manejo, transporte y almacenamiento de mercancías, y se fundó GIG, la quinta desarrolladora inmobiliaria más grande del país. Su nombre no emergió tan rápido como los encargos que le hacía Sheinbaum; el más importante, establecer puentes de comunicación con los equipos de campaña del presidente Joe Biden y de su adversario, Donald Trump, preparando la transición en ambos países. En el cuarto de guerra de la campaña de Sheinbaum supieron que Altagracia había tenido éxito, aunque como se vio hace unos días, sus nexos no eran de primera: no fue invitada a ninguna de las ceremonias, cenas y fiestas oficiales de la inauguración de Trump, y tampoco pudo descongelar la comunicación entre el gobierno de Sheinbaum y el equipo del presidente electo. Pero eso no lo sabía mientras seguía acumulando poder y generaba tensiones y fricciones, principalmente con el equipo de Marcelo Ebrard, desde que lo perfilaba Sheinbaum como secretario de Economía. La Presidenta electa los juntó después de la elección, en una reunión con empresarios en Polanco, luchando por ver quién llevaba más inversiones para la nueva administración. Luego pelearon por la conducción del nuevo Consejo Asesor Empresarial, que finalmente recayó en ella. En la presentación del Plan México, ella fue la voz cantante, lo que no le gustó ni a Ebrard ni al sector más radical del obradorismo, por sus guiños al sector privado. Su papel en el gobierno es metaconstitucional, pues hace funciones oficiales sin ser funcionaria, ni tener responsabilidades ni estar sujeta a rendición de cuentas institucional. Sheinbaum quiso que fuera secretaria de Estado, pero Altagracia le dijo: “gracias, pero no”.
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3ER. TIEMPO. Altibajos superados. La relación de Altagracia Gómez con Claudia Sheinbaum ha sido intensa en todos los sentidos. Pero la joven, como la empiezan a ver varios empresarios a quienes ya dejó de impresionar y a quienes les ha mostrado sus deficiencias por falta de conocimiento y experiencia, pasó por momentos muy difíciles durante la transición. En una ocasión, Marcelo Ebrard tuvo que cancelar súbitamente una reunión con empresarios en Monterrey, y de emergencia le pidieron a Altagracia que lo sustituyera. Dijo que sí, pero los dejó plantados. Cuando le reclamaron los colaboradores de Sheinbaum, alegó que no fue porque no la invitaron oficialmente. Altagracia estaba ensoberbecida y comenzó a manejarse de manera autónoma hasta que, después de varias reuniones que organizó sin consultar a Sheinbaum, la congeló. No duró mucho el castigo y la volvió a acercar, no solo como colaboradora, sino como amiga. Altagracia es una de las mujeres en el entorno de la Presidenta con la que platica de cosas personales, en un núcleo muy íntimo, donde están Leticia Ramírez, la coordinadora de Asuntos Intergubernamentales y de Atención Ciudadana de la Presidencia, y Ernestina Godoy, la consejera jurídica en Palacio Nacional. Todas son cuadros de Morena y llevan años luchando junto al expresidente Andrés Manuel López Obrador, no así Altagracia, la anomalía capitalista en un núcleo donde Marx nunca les fue ajeno. Pero, a diferencia de ellas, la percepción sobre Altagracia la mueve por el tablero de la opinión pública como una pieza estratégica para Sheinbaum. Su nombre ha circulado como posible embajadora en Washington, pero difícilmente sucederá, y al gabinete quién sabe qué tanto debería de pasar para que accediera. ¿Para qué se vuelve empleada, si puede conservar mejor la interlocución horizontal y el poder que detenta por ser la amiga de la Presidenta, aunque sea, para efectos prácticos, una ciudadana más?