Es momento de preguntarse qué tanto impacto tiene en el México de hoy ese discurso feminista del que todos se dicen convencidos y al que todos hacen eco, cuando la realidad y las protestas del 8 de marzo evidencian que ni llegaron todas, ni existen aún canales de comunicación más fluidos para atender las quejas de las mujeres, ni la violencia de género ha disminuido de forma importante en el país.
La falta de un mayor avance en la construcción de una sociedad más equitativa no es culpa de las mujeres manifestantes, ni tampoco de quienes acompañan sus manifestaciones con acciones violentas como forma de protesta. Aquellos que descalifican las marchas y el movimiento feminista —los hay— a partir de la destrucción de propiedad privada, íconos de la dominación patriarcal según quienes los atacan, no comprenden el sentido de la demanda de igualdad de las mujeres.
Hoy México tiene una mujer presidenta, Claudia Sheinbaum; otra mujer encabeza la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña, y todo indica que una más lo hará —Yasmín Esquivel o Lenia Batres— cuando nazca el nuevo Poder Judicial Federal. Otra mujer, Victoria Rodríguez Ceja, dirige el Banxico y la política monetaria del país. Una más, Rosa Icela Rodríguez, encabeza la Secretaría de Gobernación. Con esos avances en posiciones de poder, el pasado 8 de marzo debió celebrarse como una fiesta de la igualdad de género. En lugar de eso, el país fue testigo, otra vez, de un Palacio Nacional resguardado por vallas y de varios palacios de gobierno en varios estados —algunos gobernados también por mujeres— igualmente aislados para contener a manifestantes que también eran mujeres. Paradójico, pero en 2025 las vallas sirvieron para proteger, de las mujeres, las casas desde las que gobiernan otras mujeres.
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Al parecer, la mayor participación política y electoral, incluso la conquista de más posiciones políticas y cargos de decisión, así como la llegada de más mujeres a puestos de alta responsabilidad, no han sido suficientes para cambiar una realidad de inequidad, marginación, maltrato, abuso y también violencia en detrimento del sexo femenino.
En 2025, con muchas más mujeres en posiciones de responsabilidad y poder, el 8 de marzo debió ser un día de fiesta, y fue, de nuevo, un momento de reclamo y protesta. Marcharon 200 mil mujeres en la capital del país para reivindicar sus derechos y exigir lo mismo que habían exigido en años anteriores: ser escuchadas, ser tratadas como iguales y ser respetadas. Aunque menos aparatosa que en otros años, también hubo violencia en la jornada. Eso indica, por duro que suene, que el acceso de varias mujeres a las máximas responsabilidades y cargos de decisión en el país aún no ha modificado las condiciones de marginación, violencia y explotación que viven muchas otras. Igual que en el tiempo de los hombres, en este tiempo de mujeres, las propias mujeres tienen que volver a salir a las calles a protestar y exigir que se les entregue y reconozca lo que es suyo desde hace décadas, de acuerdo con la letra de la ley: igualdad y respeto.
Avances existen, sin duda. Puede decirse que es pronto aún, pero, por ahora, el tiempo de mujeres no parece estarle cumpliendo a las mujeres. En eso hay responsabilidad política de quienes han logrado avanzar, pero también de todos los que, diciendo que apoyan el avance femenino, en realidad solo se acomodan para sobrevivir u obtener nuevas ventajas de él. Claro, también existe responsabilidad —y una muy especial— de todas aquellas mujeres que han avanzado explotando, para su propio beneficio, el discurso feminista, para después olvidar el compromiso.
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Una expresión clara de la corrupción de una parte de la lucha feminista está en la degradación de lo que en algún momento fueron instrumentos legítimos de denuncia, pero que hoy son solo armas para la guerra de lodo entre grupos mixtos, de mujeres y de hombres. Los “tendederos” en las universidades, que al nacer sirvieron para visibilizar y exhibir a los auténticos acosadores y violentadores, hoy son, en muchos casos, herramientas para el tipo de calumnia que, cuando no mancha, por lo menos tizna, como decía López Obrador, el presidente del machismo que tanto usó, despreció y dañó al feminismo.
Cumplido un 8 de marzo más, resulta inevitable preguntarse si las mujeres que sí llegaron les están cumpliendo a las que aún no llegan y continúan sufriendo marginación, discriminación y violencia.