El 23 de marzo, las 212 salas de cine que operan en la Ciudad de México cerraron sus cortinas. Una extraña enfermedad descubierta a finales de 2019 se había extendido y acumulaba
ya 367 mil casos positivos y 14 mil 700 muertos en el mundo.
En México, las autoridades sanitarias contaban 367 casos positivos y cuatro decesos cuando el gobierno de la capital decidió suspender las actividades consideradas no esenciales, entre ellas las funciones de teatro y cine. Hoy, 143 días después, las multisalas y los pequeños complejos que apuestan a la exhibición de películas de arte abrieron nuevamente sus cortinas.
Muchas cosas han cambiado desde entonces. Entre la compra del boleto y la butaca asignada hay un largo tramo en el que el espectador debe sortear, por lo menos, dos filtros sanitarios que incluyen la toma de temperatura y la aplicación de gel antibacterial.
Lo ideal es comprar el boleto de manera electrónica; sin embargo, la mitad de las cajas funcionan con normalidad. Todo el personal usa cubrebocas y caretas. Utilizan el uniforme sólo durante su jornada de trabajo.
Originalmente, el plan de reapertura no contemplaba la venta de alimentos, pero el viernes, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, informó que el negocio de las dulcerías sí estaría permitido en la nueva normalidad, lo que representó una bocanada de aire fresco para la industria que obtiene ahí sus mayores márgenes de ganancia.
Comer es el único momento durante la función en el que los asistentes tienen permitido retirarse la mascarilla. Las salas permanecen abiertas y hay personal vigilando. Otros actualizan las bitácoras que indican la hora y el tipo de limpieza que se realiza en cada sala. Sin importar si se llena o no, cada asiento, cada portavasos y cada charola son desinfectados. El olor del cloro reemplaza al del caramelo.
Cómo deben asearse con mucha frecuencia, también hay menos funciones. En cada estancia, las primeras dos hileras están selladas, lo mismo que la primera butaca en cada una de las filas para dejar dos asientos disponibles.
No hay estrenos. Las grandes productoras decidieron cancelar sus apuestas para el verano una vez que el mundo empezaba a aquilatar la dimensión de la crisis sanitaria. Mulán, la heroína que salvó el imperio Chino no llegó a su cita. Y es hora de que no conocemos a Gru en el inicio de su carrera delictiva...
En su ausencia, James Dean, en Rebelde sin Causa, se apropia de la pantalla sin importar que hayan pasado 65 años de su estreno. La sala luce semivacía. Sólo dos personas se animaron a llevar palomitas. Alguien más lucha con la bolsita de caramelos. El resto prefirió morderse las uñas a dejar el cubrebocas. El miedo no anda en burro, sí, seguro, pero no lo suficiente para guardarse unos meses más.
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