Nació en Oaxaca, pero creció en Veracruz. En la adolescencia se inscribió en la Marina y construyó su carrera peldaño a peldaño. Hizo dos carreras y acumuló reconocimientos en el mundo. Desde muy joven fue designado a tareas sensibles. Fue maestro para varias generaciones, hoy día se ubican muchos de ellos en la primera línea de la Armada.
Pocos saben que ese hombre, un almirante, fue prácticamente el que refundó y le dio una visión de Estado a la Seguridad Nacional de este país y a sus órganos de inteligencia; aunque otros, ingenieros y capitanes, quieran atribuirse esa tarea.
Su nombre, Wilfrido Robledo Madrid, y hace 10 días murió, la madrugada del 19 del febrero. Ese día, aseguran quienes lo conocieron bien, murió un hombre de Estado. Acudieron a despedirlo funcionarios y exfuncionarios de todos los niveles, desde el más alto; también profesores, empresarios y algunos políticos, incluso representantes de agencias internacionales; pero especialmente, agentes de policía, de inteligencia y de la Marina que él formó y que todavía le decían “jefe”.
Es importante reconocer a un personaje como el almirante Robledo, en estos tiempos políticos y de violencia siniestros. Su honestidad, visión y lealtad a una nación, no a un gobierno ni a grupúsculos, superó las acusaciones que a veces sacan en su contra y que por su formación nunca quiso aclarar, sabía que provenían de la grupos de interés oscuros.
En Tabasco, uno de sus primeros trabajos como responsable de la seguridad (con el entonces gobernador Enrique González Pedrero), digitalizó los procesos y la convirtió en una de las entidades más seguras. Pero no sólo eso, la inteligencia le permitió adelantarse a fenómenos naturales y proteger a la población, pero también ofrecer información al gobierno para atender y resolver problemas sociales y políticos. Se fue, y sus sucesores deshicieron todo lo que construyó.
Revolucionó el Centro de Investigación y Seguridad Nacional. Cuando llegó debió cerrar la oficina de la CIA, que algún funcionario permitió tener en las propias oficinas de seguridad. No hubo conflictos, muy pronto lo respetaron por su trabajo. Luego, dio forma al Cisen, recibió cajas y tarjetas sin información profesional, más bien viejas historias de la Guerra Fría. Lo tecnificó, le incrustó valores y principios, entrenamiento, cuerpo y forma de agencia de Estado.
El almirante detectó que la presencia criminal estaba creciendo en el país, que las policías estatales y municipales estaban siendo rebasadas, pero fue un convencido de que había que fortalecerlas y entrenarlas, y sólo apoyarlas eventualmente con elementos federales. Con esa idea creó la Policía Federal Preventiva que, con información de inteligencia, atendiera los nuevos fenómenos desde raíz y con efectividad. Su plan era crear una policía civil en 10 o 12 años, creando una verdadera carrera y cuerpo. Pero sus sucesores aniquilaron el proyecto y sólo simularon hacerlo.
Funcionó con él la PFP. Por ejemplo, cuando los secuestros a empresarios se volvieron comunes, diseñó toda una estrategia y los detuvo; todos ellos aún presos, porque supo combinar la inteligencia con los procesos judiciales con un grupo interinstitucional.
Atendió y resolvió infinidad de casos. En ninguno de ellos fue señalado por algún abuso, por el contrario. Fue el diseñador y estratega, el constructor de instituciones. Los que lo sucedieron pretendieron apropiarse de ello, pero no pudieron.
Mencionan insistentes el caso de Atenco. Existen los videos que muestran que no hubo excesos, y de los errores debería responder Eduardo Medina Mora, entonces secretario de Seguridad Pública federal.
Muchos le traicionaron, pero hasta el final el almirante Wilfrido Robledo mostró ser un hombre de Estado.
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