@Gosimai
En la gestión de Felipe Calderón un comando atacó cerca de Tres Marías a un convoy en el que viajaban elementos de la Marina y de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés). Fue un ataque directo por parte de narcotraficantes, se dijo entonces.
Poco antes, en 1999, casi son asesinados por Osiel Cárdenas Guillén en Tamaulipas un agente del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) y de la Agencia Antinarcóticos estadounidense (DEA, por sus siglas en inglés), así como su testigo protegido.
Las desapariciones y asesinatos de ciudadanos estadounidenses en territorio mexicano comenzaron en la administración de Calderón y continuaron con Enrique Peña Nieto. En ambas gestiones se pusieron en riesgo operativos contra grupos de narcotraficantes porque agentes federales filtraron la información proveniente de la DEA, y que tuvieron como consecuencia la desaparición de familias completas en Allende, Coahuila, y en Monterrey. Estos casos los investiga el Congreso de Estados Unidos.
El fentanilo es una sustancia que comenzaron a utilizar los narcotraficantes mexicanos para producir drogas sintéticas desde la administración de Felipe Calderón y con Enrique Peña Nieto. Desde hace por lo menos cuatro años se considera una emergencia de salud en el país del norte.
Desde la administración de Felipe Calderón las autoridades de Estados Unidos liberaron la venta de armas de alto poder, lo que paulatinamente incrementó el comercio ilegal a México, y ahora de cada 10 rifles de gran capacidad, siete son comprados en el país del norte y traídos de manera ilegal.
Los académicos vinculan directamente el crecimiento de armas con el incremento de asesinatos en México. En cambio, el negocio de venta de armas en la frontera de Arizona y Texas ha obtenido grandes ganancias.
Si ha pasado todo esto desde hace casi dos décadas, ¿por qué hasta ahora el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que clasificaría a los narcotraficantes mexicanos como terroristas? Sencillo, porque tiene dos objetivos en mente.
El primero es mantener el apoyo de su partido y varios sectores económicos y políticos ante los ataques internos que enfrenta por el juicio político. Y de cara a las próximas elecciones, conservar la imagen que le hizo ganar votos ante sus ataques contra México.
El segundo objetivo es que el gobierno de México permita a las agencias estadounidenses operar en territorio mexicano para obtener información, participar en detenciones, interrogatorios y coordinar acciones de inteligencia.
Los agentes desconfían de algunos de los funcionarios que han sido designados en áreas de seguridad e inteligencia, tampoco han encontrado la ruta para trabajar de manera conjunta. Por el momento uno de los elementos en los que sí confían es en el general Audomaro Martínez Zapata, director del Centro Nacional de Inteligencia, pero quien todavía no tiene el control de la estructura que dirige, y tampoco el apoyo adecuado de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana y de la Fiscalía General de la República. Por lo que es insuficiente.
Aunque la buena relación de las agencias estadounidenses continúa con la Armada mexicana y tiene el cuerpo más especializado para operaciones de alto impacto, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador marginó a la institución en gran medida por los rumores, chismes o casos que le contaron al Presidente sobre la actuación de los marinos en el combate al narcotráfico y que los relacionan con violaciones a derechos humanos, pero no todo es cierto.
Algunos de los agentes estadounidenses que conocen muy bien México aseguran que Trump no emitirá el decreto que convierte en terroristas a los narcotraficantes mexicanos, que le permitiría incluso intervenir con agentes de la CIA y del Ejército en nuestro país. No lo hará por ahora, porque les complicarían mucho las investigaciones que tienen en curso y que les han servido para obtener información sobre políticos y empresarios mexicanos, y por eso apuestan a operaciones conjuntas.
Las maniobras diplomáticas de México no pasa por el discurso de la defensa de la soberanía, que eso les tiene sin cuidado a Estados Unidos; sino por un diseño estratégico del trabajo con los estadounidenses y para empezar necesitan personajes confiables en puestos clave.