@Gosimai
En los años 80, cuando ocurría la Guerra de las Malvinas, los periódicos argentinos publicaron en su portada “Hundimos al Canberra”. Se trataba de un buque trasatlántico británico desplazado al Cono Sur para el conflicto armado, y representaba un enorme símbolo, así que la información despertó grandes festejos.
Poco después, los testimonios de los jóvenes combatientes argentinos prisioneros de guerra de los ingleses, mostrarían la grosera mentira informativa: “Cuando volví en un barco fantasma como era el Canberra, que me habían dicho que estaba hundido, me sentía tan defraudado…”, se narra en el libro La noticia deseada (2004) del periodista Miguel Wiñazki, Editorial Marea.
No sería la primera información tan optimista y mentirosa que aparecía en las portadas de revistas, periódicos y medios electrónicos del país sudamericano. Sólo 18 días antes de la rendición de Argentina, la portada de la revista Gente decía “Seguimos ganando”. Los militares de la dictadura necesitaban tiempo para no perderlo todo al mismo tiempo, y muchos periodistas y dueños de medios se prestaron a ello.
Todo era mentira, relata Miguel Wiñazki. Se había decidido desde la dictadura y junto con muchos medios hacer “un esfuerzo patriótico para ganar la guerra” y eso incluía mentir.
Pero hay un ingrediente adicional a esta complicidad entre medios y gobiernos, había una sociedad que también quería escuchar esas noticias e involuntariamente colaboró en aceptar noticias falsas y en otros casos voluntariamente, como los sindicatos, empresarios y asociaciones religiosas lo hicieron, todo envuelto en el nacionalismo.
No fue la primera vez ni ha ocurrido sólo allí. En el mismo libro aparece otro ejemplo que ocurrió en 1998 en el diario Perfil sobre los hijos del entonces candidato a la presidencia Fernando de la Rúa, quienes traficaban influencias en la Universidad de Buenos Aires, y no sólo se trataba de dinero, sino de cargos públicos para profesores.
Hay que considerar que era una época de agitación económica y social en Argentina. En ese contexto, los reporteros investigaron cada dato, los verificaron y obtuvieron más pruebas. Cuando estuvo listo el material se publicó y los lectores no quisieron creer en la información, al contrario, atacaron al periódico.
Wiñazki relata que Perfil había nacido con una venta cercana a los 60 mil ejemplares, “pero comenzó a caer día a día a partir de la investigación de los hijos De la Rúa”, hasta llegar a la mitad de ejemplares. Ningún otro medio retomó el tema, al contrario, hubo otros que rescataron y exaltaron la imagen de los hijos del candidato.
Se investigó a los jóvenes, pero se les exoneró rápido y su padre asumió la presidencia en 1999, a la que debió renunciar en 2001 envuelto en el escándalo. Perfil cerró dos meses después de su nacimiento, por pérdidas. “La opinión pública lo había castigado”, escribe Wiñazki. Una nota de despedida firmada entonces por el periodista y empresario Jorge Fontevecchia que tituló “Hasta Pronto” y que aparece en el libro relata:
“Un capítulo aparte merece un artículo del Código de Ética de Perfil por el que el diario se obligó a publicar toda información verdadera de la que dispusiera, aunque esta resultara inconveniente para los deseos de sus propios lectores. Cuando difundió noticias controvertidas sobre personajes no queribles , Perfil cosechó aplausos. Pero cuando esas informaciones afectaron a personas en las que la sociedad tenía depositadas sus esperanzas o afectos, esto ya no resultó tan celebrado…”.
Dos años después, el tráfico de influencias de los hijos de De la Rúa se confirmó. Es decir, los lectores prefirieron tachar de mentiroso al medio independiente. Prefirió dejarse llevar por la euforia de la esperanza y de los deseos de una sociedad asustada, y embelesada en el nacionalismo.
En cualquier país, a mayor calidad democrática y conciencia social, mayor espacio habrá para la crítica y la reflexión. Si bien es cierto en México los medios de comunicación en general tenemos una deuda con los lectores por la calidad informativa que ha prevalecido, también es cierto que cada uno responde por su trayectoria, y en los últimos tiempos se han fortalecido los espacios de un periodismo de mayor calidad. Es indispensable que se fortalezcan aún más.
Los proyectos periodísticos independientes y críticos que hoy existen navegan en un México en el que es más fácil descalificarlos, ante la necesidad o el pretexto del cambio, cuando en realidad son indispensables para consolidar la transformación en una saludable y robusta democracia.