Cuando comenzó en el servicio público, Genaro García Luna era un joven sencillo, inteligente, servicial, callado y ambicioso. De la carrera de ingeniería en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) saltó al entonces Centro de Investigaciones y Seguridad Nacional (Cisen). Lo apreciaban sus compañeros, aunque no le atribuían un talento extraordinario, más bien destacaba por ser simpático y amable.
Nadie recuerda cómo ni exactamente cuándo, pero García Luna se vinculó pronto con sus jefes y luego con los directores de las diferentes áreas. Les caía bien y él acostumbraba a ganarse su confianza.
Aunque era callado, porque solía mascullar las palabras y a veces no se le entendía bien, la cercanía con sus jefes le abrió oportunidades de crecimiento. Eso explica cómo fue de los poquísimos en irse a entrenar a cursos muy especializados sobre guerrilla, explosivos, análisis y decenas más.
Su gran mentor en el Cisen fue el almirante Wilfrido Robledo, el artífice de las áreas de inteligencia de México. De él aprendió las técnicas de análisis, la inteligencia táctica y estratégica, la contrainteligencia y el armado de los operativos más sensibles y exitosos.
Junto al almirante, a García Luna el tocó la vigilancia a la guerrilla del EPR, ERPI y del EZLN; la recuperación de penales en poder de grupos criminales; la desactivación de secuestradores de gran impacto y narcotraficantes, y la recuperación de la UNAM.
También le tocó formar parte del equipo que, encabezado por Robledo, refundó y rediseñó al Cisen y construyó la Policía Federal Preventiva (PFP); además de los diferentes grupos de coordinación regionales que construyó el almirante y coordinaba para resolver problemas de robos de auto, de autotransporte, tráfico de armas y de ejecución de órdenes de aprehensión, entre otros.
De todo eso fue testigo García Luna y junto con un equipo participó en los proyectos que diseñó y ejecutó el almirante Robledo.
Pero a mitad del gobierno de Vicente Fox las cosas cambiaron. Genaro García Luna no sólo se apartó de gran parte del equipo con el que creció y se formó, sino que lo negó y luego lo traicionó.
Fue acumulando el poder muy rápido. Ya para entonces se había apropiado de las ideas que eran del equipo que durante décadas perteneció, y hasta de los referentes del pasado, como si él fuera sólo el protagonista. Así, en temas del combate a la guerrilla, por ejemplo, en lugar de reconocer el trabajo del que fuera su jefe o sus compañeros, aparecía García Luna como el autor y diseñador de todo el andamiaje y éxito del tema, lo que era mentira.
Fue en la Agencia Federal de Investigaciones y luego en la Secretaría de Seguridad Pública federal, donde muchos de los viejos amigos de García Luna se fueron apartando o él los hizo a un lado.
Los cambios más evidentes es que al comenzar el sexenio de Vicente Fox apenas tenía un chofer y algún ayudante. Después fue creciendo su número de escoltas, primero dos camionetas, al final más de una decena de vehículos visibles, todos blindados. Bajo el argumento de que corría más riesgos ante los embates que estaba dando a los grupos criminales. Lo cierto es que ese joven sencillo había desaparecido.
No siguió el manual que el almirante Robledo le enseñó. Al contrario. Creció desaforadamente la policía, cuando sabía que ese aumento debía ser paulatino, consistente y a lo largo de 10 años. Construyó la Plataforma México sin que tuviera una larga vida útil, más bien ató los convenios a ser transexenales y a herramientas que debían comprarse de forma obligada en cuatro años, por ejemplo.
Su diseño de la política de seguridad y prevención fracasó, incluso cuando él continuaba al mando. Pretender apoderarse de todas las policías del país con el mando único y así convertirse en el hombre más poderoso, retrasó todo avance y fortaleza de los cuerpos policiacos locales, y a él en cambio le permitió controlar a su antojo el país.
Sus colaboradores que le conocían bien, comentaban sobre su situación económica que era notorio que había mejorado ostensiblemente, los beneficios que recibía de contratos a modo y la falta de estrategia contra la inseguridad. Con Enrique Peña Nieto, Genaro García gozó de una inexplicable protección otorgada desde Los Pinos. Le ayudó a la DEA a conseguir más recursos de su gobierno, y a varios españoles, israelís y estadounidenses a comprar equipo de seguridad.
A pesar de que el entonces presidente Felipe Calderón le entregó todos los recursos que necesitaba y lo convirtió en el secretario más poderoso, su estrategia falló.