Pluripartidismo en crisis
En la última década, factores con la falta de un cambio en las condiciones de vida de las mayorías, la decepción de la alternancia, la falta de oportunidades y la corrupción, han dañado la credibilidad de todos los partidos políticos

Cada seis años, al inicio de un nuevo sexenio, reaparece el entusiasmo de quienes participaron sin éxito, o siguieron muy de cerca la contienda electoral y llegaron a la conclusión de que México necesita un nuevo partido político porque ninguno de los que existen en el espectro político nacional los representa.
El razonamiento es correcto, sus premisas son verdaderas y la conclusión está apegada a la verdad. En estricto sentido, una democracia viva debe tener las puertas siempre abiertas a la formación de nuevos partidos, así como estar dispuesta a despedir con orden a aquellos que desaparecen.
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En los últimos 30 años, desde la reforma electoral definitiva, como la bautizó Ernesto Zedillo en 1996, México ha visto nacer y morir varios partidos políticos y también ha conocido la alternancia en el poder, pero sin que ello haya sido un factor determinante al menos hasta ahora para que la pobreza retroceda de forma sensible y la igualdad de oportunidades se vuelva una realidad.
Como muchos otros pueblos, el mexicano apostó de forma equivocada a que la democracia resolvería los problemas del subdesarrollo. Cuando eso no ocurrió porque el crecimiento económico y la redistribución del ingreso no son tareas de la democracia electoral, igual que en otras partes del mundo un porcentaje muy importante de los mexicanos se decepcionó y dejó de encontrarle sentido y utilidad a su democracia.
La falta de un cambio más acelerado en las condiciones de vida de las mayorías, la decepción de la alternancia porque los panistas no resultaron más capaces que los priístas, además de un conjunto de condiciones de rezago y falta de oportunidades combinados con el estigma de la corrupción, dañaron de forma severa el prestigio y la credibilidad de todos los partidos políticos, en especial en los últimos 10 años.
Tres alternancias, la de 2000, la de 2012 y la de 2018, enseñaron a muchos mexicanos a generalizar cuando de partidos y de poder se trata. La frase “todos los partidos son iguales porque todos los políticos son iguales”, cobró carta de naturalización en México e inoculó de apatía y desesperanza a una buena parte de la sociedad cuando el sistema competitivo de partidos apenas había cumplido tres décadas vigente, y había demostrado con creces que funcionaba, y bien, para evitar los monopolios en el ejercicio del poder.
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Después del año 2000, con el PAN recién llegado a la presidencia y vaticinios de la desaparición del PRI, formar nuevos partidos políticos tenía tanto sentido que se convirtió hasta en un negocio familiar y lucrativo. Las prácticas de los partidos franquicia que no representaban nada pero recibían subsidio para operar, también contribuyeron a desprestigiar el sistema competitivo.
Hoy, en pleno 2025, una larga lista de organizaciones ha manifestado su interés de convertirse en partido político. Algunos nombres son realmente nuevos y muchos de ellos, la mayoría, son de viejos conocidos con historia y militancia de larga data en más de una organización partidista.
La pregunta que parece obligada en estos momentos es qué tanto sentido tiene formar nuevos partidos políticos cuando el sistema electoral parece haber perdido su principal característica: la competitividad.
Hoy una alternancia en el poder y hasta una victoria a nivel distrital ante el nuevo partido ultradominante, Morena, se antoja casi imposible. Además, la reforma electoral que se avecina, tiene la mira puesta en la figura de los legisladores plurinominales, la única vía de acceso a la tribuna parlamentaria, para todos los partidos de reciente creación.
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Tres alternancias: la de 2000, 2012 y 2018 enseñaron a muchos mexicanos a generalizar cuando se trata de partidos y poder.