Cada 25 de noviembre el mundo se viste de naranja y se alza la voz en una jornada de lucha que va mucho más allá de un simple recordatorio en el calendario.
Este Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, proclamado por Naciones Unidas en 1999, nos desafía a mirar de frente una de las heridas más profundas de nuestra sociedad: la violencia de género.
En México, donde el machismo y la impunidad continúan haciendo estragos, esta fecha se vuelve un grito de urgencia. Es un llamado a reconocer el sufrimiento de miles de mujeres que cada día enfrentan agresiones en sus hogares, calles y lugares de trabajo.
Esta realidad no es solo un problema social, sino una emergencia nacional que exige acción y cambio.
La violencia contra las mujeres en nuestro país se expresa en cifras aterradoras y en historias desgarradoras: como la de Melanie, la joven estudiante de la Facultad de Enfermería de la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT), que fue golpeada brutalmente por su pareja el 31 de octubre pasado, cuando ambos estaban en una fiesta de Halloween, en Ciudad Madero, Tamaulipas.
“Afortunadamente no la mató”, respiramos con alivio. Cuando en realidad no tendría que haber sucedido. La violencia se presenta en diferentes ámbitos y formas, desde la violencia doméstica hasta la violencia laboral, pasando por el acoso y hostigamiento sexual en espacios públicos, que parecen volverse cotidianos y hasta invisibles.
Este flagelo es una escalera que rara vez se detiene en el primer peldaño. Sin intervención oportuna, esta violencia crece, normalizándose en muchos casos hasta su forma más extrema: el feminicidio, homicidio motivado por el hecho de ser mujeres.
De acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), cada día, en promedio, 11 mujeres son asesinadas en México, una cifra devastadora que refleja la impunidad y la violencia de género en su punto más crítico.
Recientemente por mayoría de votos en la Cámara de Diputados se avaló una minuta por la que se reforma la Carta Magna con el objetivo de establecer la igualdad sustantiva, la perspectiva de género y el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia.
Pero, mientras se legisla, miles de mujeres viven la peor pesadilla en su entorno inmediato. La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en el Hogar (ENDIREH), elaborada en 2021 por el Instituto de Estadística (INEGI), arroja que el 39.9% de las mujeres encuestadas dice haber vivido violencia de pareja y el 10.3%, de parte de algún familiar.
Estos números demuestran que ni dentro de los hogares mexicanos las mujeres pueden estar seguras. En muchas familias y comunidades persisten aún estereotipos de género que normalizan la violencia y justifican el maltrato hacia ellas.
El control sobre el cuerpo de la mujer, su vestimenta, su comportamiento y sus elecciones sigue siendo motivo de cuestionamiento, juicio, y en muchos casos, agresión.
Además de estos factores sociales, otro de los problemas graves es la impunidad.
En nuestro país, el sistema de justicia es lento y, en ocasiones, indiferente frente a estos casos. Según datos de ONU Mujeres, en la mayoría de las denuncias de feminicidio y violencia de género, no se obtiene una resolución judicial favorable o, simplemente, el caso queda en el olvido.