Negocios al límite
Los bloqueos y plantones a diario desafían el libre tránsito en la CDMX, poniendo en peligro la estabilidad económica de pequeños comercios cercanos a los puntos de protesta
A pocos pasos del Monumento a la Revolución, Adolfo Esparza ha mantenido su pequeña cafetería, el Café Quetzal, desde 2002.
Durante más de dos décadas, ha sido testigo de cómo las calles cercanas se transforman, a veces de manera abrupta, en escenarios de movilizaciones que alteran el ritmo cotidiano de la ciudad.
Las protestas, aunque inevitablemente políticas y sociales, se han convertido en una preocupación constante para los empresarios locales como él, quienes ven cómo sus ventas se desploman cuando las calles se cierran por horas, e incluso días, debido a bloqueos y manifestaciones.
“Con tan solo diez personas, pueden bloquear todo el acceso”, señala don Adolfo, refiriéndose a los pequeños pero poderosos grupos de manifestantes que pueden paralizar el tráfico en puntos clave de la ciudad. En ocasiones, la policía interviene, pero solo si los manifestantes no tienen vínculos políticos.
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La magnitud de los bloqueos varía, pero el impacto en su negocio es claro: las ventas pueden caer entre un 50% y hasta un 80%, dependiendo de la duración de la protesta. Las marchas de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), por ejemplo, han sido algunas de las más perjudiciales.
Años atrás, estas movilizaciones ocuparon tanto los alrededores del Monumento como el Zócalo, dejando a los negocios en la zona sumidos en el caos.
Sin embargo, la afectación no se limita solo a lo económico. Don Adolfo relata cómo las protestas, en ocasiones, alteran el paisaje urbano de una manera que ahuyenta a los clientes.
“Los manifestantes convierten la vía pública en un baño al aire libre”, comenta con desdén. Para él, la línea entre el derecho a la protesta y el derecho al libre tránsito parece desdibujarse, especialmente cuando las manifestaciones se apoderan de arterias clave de la ciudad, obstruyendo el flujo de personas y vehículos.
“Si van a tomar Reforma, que tomen las laterales. Si se van por Insurgentes, que lo hagan en un solo sentido”, sugiere. Una petición simple, pero que refleja la lucha de un pequeño empresario por encontrar espacio para sobrevivir en una ciudad donde los intereses políticos parecen estar en constante choque con los de la vida cotidiana.
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Las movilizaciones en la Ciudad de México son una constante, tanto locales como federales. Según datos de la Secretaría de Gobierno de la ciudad, entre tres y diez manifestaciones ocurren cada día, afectando las principales vialidades de la ciudad.
Algunas de estas movilizaciones duran solo unas horas, mientras que otras se extienden por días, dejando la capital sumida en el caos. Los temas de protesta varían: desde demandas por vivienda hasta exigencias para regularizar el comercio ambulante o garantizar el acceso al agua.
Las áreas más afectadas por estos bloqueos son Eje Central Lázaro Cárdenas, Avenida Juárez y Paseo de la Reforma, entre otras. En algunos casos, el impacto en las vialidades llega a ser tan grave que las autoridades implementan planes de monitoreo, con presencia disuasiva de la policía, para intentar mitigar los efectos de las movilizaciones.
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La situación ha llegado al punto en que la Cámara Nacional de Comercio de la Ciudad de México (Canaco CDMX) ha tenido que alertar sobre las consecuencias económicas de las marchas.
Según un informe reciente, la marcha conmemorativa del 2 de octubre afectó a más de siete mil 500 negocios, que tuvieron que cerrar sus puertas por temor a actos vandálicos. Las pérdidas económicas derivadas de este tipo de protestas ascendieron a millones de pesos.
Lo mismo ocurrió con la marcha por Ayotzinapa el 26 de septiembre, que dejó una factura de 34 millones de pesos en pérdidas.
Estas movilizaciones, que en su mayoría surgen de causas legítimas y demandas sociales, no solo afectan a los empresarios, sino también a la vida urbana en general.
›Las marchas, incluso aquellas que abordan temas nacionales como los desaparecidos de Ayotzinapa o las marchas feministas del 8 de marzo, se convierten en un desafío para la Ciudad de México, cuyas calles se ven sometidas a bloqueos que interrumpen la vida diaria de sus habitantes.
Aun así, algunos sectores de la sociedad, como el sociólogo César Pineda, defienden el derecho a la protesta, recordando que es una vía legítima de expresión para aquellos que no tienen otro poder.
“El derecho a la protesta ha sido fundamental en la construcción del Estado moderno”, asegura Pineda, argumentando que la protesta civil es una forma de hacer política desde la base de la sociedad.
Para empresarios como Adolfo Esparza, las marchas representan una paradoja: una vía legítima de expresión que, sin embargo, puede destruir su negocio y alterar su vida cotidiana.
Entre las exigencias por mejores condiciones de vida y las manifestaciones por causas nacionales, la Ciudad de México se encuentra en una constante batalla entre el derecho a protestar y el derecho a vivir sin interrupciones. La convivencia entre estos dos derechos parece ser una cuestión de balance que, por ahora, aún está por resolverse.