Cuando una mujer recibe un diagnóstico de cáncer de mama en México, se enfrenta a una encrucijada donde su vida, identidad y feminidad se ven brutalmente trastocadas. Para algunas, la mastectomía —la extirpación de uno o ambos senos— se convierte en la única opción viable para sobrevivir. Sin embargo, lo que sigue, las cicatrices invisibles que permanecen mucho después de la cirugía, cuentan una historia más compleja que los números médicos no alcanzan a registrar.
La mastectomía, al despojar a las mujeres de una parte física que simboliza tanto en términos de género como de identidad personal, deja profundas huellas emocionales. “No quería mirarme en el espejo”, confiesa Guadalupe Reyes, de 44 años, una mujer que enfrentó el diagnóstico de cáncer de mama en 2019. Su historia es apenas un eco de la realidad que atraviesan miles de mujeres en el país.
La lucha contra el cáncer no termina con la remisión, sino que se prolonga en el doloroso proceso de reconciliarse con un cuerpo que ya no es el mismo.
En México, alrededor de 30 mil personas son diagnosticadas con cáncer de mama cada año, y el acceso a la reconstrucción mamaria, aunque vital para muchas, se convierte en una meta difícil de alcanzar. Los costos exorbitantes, que oscilan entre los 100 mil y 400 mil pesos dependiendo del hospital y la técnica, son una barrera que muchas mujeres no pueden superar.
Ana María Jacobo, otra sobreviviente, tardó cinco años en lograr someterse a una cirugía de reconstrucción. A pesar de haber superado el cáncer, el vacío físico que le dejó la mastectomía se tradujo en una carga emocional que afectó incluso su relación de pareja.
Para Ana y Guadalupe, la reconstrucción mamaria no fue un lujo, sino una necesidad para restaurar una parte crucial de su identidad. Ambas mujeres accedieron a programas de subsidio que les permitieron someterse a estas cirugías.
Sin embargo, para la mayoría de las pacientes, el acceso a estos procedimientos aún está fuera de su alcance. El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) había considerado la reconstrucción como un procedimiento estético hasta 2024, cuando finalmente la incluyó dentro de sus prestaciones médicas, un pequeño paso hacia la equidad en el acceso a la atención integral.
Pero mientras las instituciones avanzan a pasos lentos, las mujeres continúan enfrentándose a las secuelas del cáncer sin suficiente apoyo. “¿Por qué a este precio?”, se preguntaba Ana mientras lidiaba con la pérdida de su seno. El cáncer le había arrebatado más que una parte de su cuerpo; le robó también la seguridad en sí misma y la capacidad de sentirse completa. Cinco años después, y gracias a una cirugía que utilizó piel y grasa de otras partes de su cuerpo, Ana pudo, finalmente, reencontrarse con su reflejo.
La reconstrucción tras una mastectomía es mucho más que una cuestión estética; es una batalla emocional que, para muchas, se entrelaza con la necesidad de sentirse enteras nuevamente. Tanto Ana como Guadalupe han llegado a un lugar de aceptación y amor propio, pero el camino hasta allí estuvo lleno de obstáculos. “No era yo”, recuerda Guadalupe sobre los primeros meses tras su cirugía, cuando no podía siquiera soportar la vista de su reflejo. Con el tiempo y la ayuda de la reconstrucción, ambas han encontrado un nuevo sentido de identidad.
En una cultura donde la feminidad se ha asociado durante siglos con el cuerpo, perder un seno puede sentirse como una afrenta personal, casi una traición. Sin embargo, para Ana y Guadalupe, la reconstrucción no fue solo una restauración física, sino una reivindicación de su propio poder. Ahora, con cicatrices visibles e invisibles, se reconocen como mujeres completas, más allá de las expectativas y de las exigencias de un cuerpo perfecto.
El cáncer de mama sigue siendo una de las principales causas de muerte entre las mujeres mexicanas, y si bien la atención ha mejorado, la conversación sobre lo que implica vivir con las secuelas emocionales y físicas apenas comienza.
La inclusión de la reconstrucción mamaria como parte de los servicios del IMSS es un paso importante, pero aún queda mucho camino por recorrer. Las historias de Ana y Guadalupe son un testimonio de la fortaleza de quienes, tras vencer al cáncer, aún deben luchar por sentirse plenas nuevamente.