Colombia y Estados Unidos ajustan posturas

9 de Febrero de 2025

Colombia y Estados Unidos ajustan posturas

La negativa inicial del país sudamericano para aceptar deportados generó tensiones con el gobierno estadounidense, aunque fueron resueltas con concesiones

Colombia y Estados Unidos

Colombia y Estados Unidos

Desde su llegada al poder, Gustavo Petro ha buscado redefinir el papel de Colombia en el escenario internacional, con un distanciamiento de la tradicional alineación con Estados Unidos y la promoción de una agenda más autónoma. Su retórica ha oscilado entre el progresismo ambiental y la reivindicación de una soberanía latinoamericana capaz de desafiar a Washington.

Pero la política exterior no se sostiene solo con discursos, y pronto el presidente colombiano se encontró con la realidad de las relaciones asimétricas.

El gobierno de Donald Trump, en su regreso a la Casa Blanca, retomó con fuerza su política de deportaciones masivas, con medidas más estrictas contra los migrantes y presiones sobre los países de origen para aceptar vuelos de repatriación. Colombia, un eslabón clave en la cadena migratoria, intentó inicialmente desmarcarse de la imposición estadounidense, pero la presión económica y política no tardó en surtir efecto.

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El episodio que puso en jaque a la administración Petro comenzó con un tuit desafiante y terminó con una rendición tácita. En apenas 24 horas, el pulso entre Bogotá y Washington pasó del desafío a la sumisión, con lo que se evidenciaron los límites del margen de maniobra de un país cuya economía depende en gran medida de su relación con Estados Unidos.

El pulso duró poco. Apenas unas horas separaron el estoico reto del presidente colombiano Gustavo Petro a Donald Trump de su inevitable retroceso. El 26 de enero, con la altivez de quien cree escribir historia, Petro lanzó en redes sociales una diatriba envuelta en referencias literarias y fervor patriótico. “Su bloqueo no me asusta”, advirtió, con la intención de imponer aranceles a productos estadounidenses si Trump castigaba a Colombia por no recibir deportados en vuelos militares.

Gustavo Petro
Foto: AFP

Pero el desafío resultó efímero y grandilocuente. Al caer la noche, la Casa Blanca anunció que Colombia había aceptado la repatriación forzada. Los aviones con deportados aterrizaron. Los aranceles nunca llegaron. Y el discurso de resistencia quedó como un eco distante.

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El episodio dejó daños colaterales. La Asociación Nacional de Empresas Generadoras alertó sobre el impacto que tendría una guerra comercial en los precios de la energía y la inflación. Mientras, la Asociación Colombiana de las micro, pequeñas y medianas empresas calificó la crisis diplomática de “inútil e innecesaria”. En los mercados, nadie celebró la bravura fugaz del mandatario.

El traspié no pasó desapercibido en Washington. Trump, con el pulso firme de quien sabe imponer condiciones, aprovechó para enviar un mensaje a otros gobiernos reacios a recibir deportados: “Si no aceptan a su gente, pagarán un precio económico muy alto”. No tardó en cumplirse. Mientras Petro intentaba matizar el descalabro con discursos sobre dignidad y derechos humanos, los aviones continuaban aterrizando en Bogotá.

En uno de ellos viajaba José Montaña, deportado desde Texas. “Nos esposaron de los pies a la cadera, como criminales”, relató. Otro pasajero describió burlas y malos tratos: “Nos decían: ‘Todos deportados, papá. Trump está en la casa’”. El mensaje no iba solo para ellos.

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El problema no era solo de imagen. Las exportaciones colombianas, donde sobresalen las flores y el café, dependían de Estados Unidos como principal socio comercial. Un bloqueo habría afectado a miles de productores, encarecido insumos y trastocado la economía doméstica. Por otro lado, el gesto de sumisión no hizo más que subrayar la vulnerabilidad de la región frente a Washington.

›Algunos sectores políticos en Colombia intentaron maquillar el revés. La Cancillería habló de pragmatismo, de priorizar el bienestar económico del país. Pero en las calles, la percepción era distinta. Para muchos, el episodio confirmó que, pese a la retórica antiimperialista de Petro, la relación de fuerzas era inapelable. La negociación no fue tal; fue un recordatorio del peso real de cada país en la balanza del poder global.

La controversia se extendió más allá de Colombia. En América Latina, donde el discurso de Petro había encontrado eco, la abrupta capitulación generó escepticismo. Analistas y líderes políticos debatieron sobre el margen de maniobra real de los gobiernos ante la política migratoria de Estados Unidos La represión contra migrantes en la frontera sur estadounidense se intensificaba y el mensaje de Trump parecía claro: quien no se alineara, pagaría las consecuencias.

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A la semana siguiente, mientras los aviones con deportados continuaban aterrizando, Petro intentó desviar la atención. Insistió en que los repatriados eran “colombianos libres y dignos” y enfatizó la necesidad de una política migratoria justa. Pero la narrativa se desmoronaba. Las denuncias de tratos inhumanos, las esposas en los vuelos y el miedo de quienes fueron obligados a regresar se convirtieron en el verdadero foco del debate.

Colombia, que exporta a Estados Unidos el 29% de sus productos, apenas representa el 0.5% del comercio estadounidense. La balanza de poder está desnivelada. Petro quiso resistir, pero en esta pugna, el desenlace era previsible.

Al final, no hubo victoria simbólica ni reivindicación latinoamericana: solo una lección de realismo político. Y tres aviones repletos de deportados para probarlo.

*Con información de Gustavo Sánchez