AMLO y la confrontación social como estrategia
El discurso que definió al país en el sexenio pasado ha dejado una sociedad fragmentada, en la que las discrepancias se han convertido en la norma
El discurso de López Obrador, marcado por una polarización sin precedentes, encontró en las redes sociales un aliado perfecto para su propagación. Las plataformas digitales se convirtieron en un campo de batalla, donde las etiquetas y los estereotipos eran usados como armas para desacreditar a los opositores.
Esta dinámica, que rozó lo virulento en ocasiones, aceleró la ruptura entre diferentes sectores de la sociedad mexicana, que, si bien ya estaba fragmentada, se vio forzada a tomar partido en una lucha simbólica que definía quién era “bueno” y quién era “malo”. Las redes sociales, alimentadas por la retórica presidencial, facilitaron la creación de un ecosistema donde la división era no sólo aceptada, sino promovida.
Sin embargo, a pesar de los efectos divisivos de este enfoque, la popularidad de López Obrador continuó creciendo, en gran medida por su capacidad para conectar con una parte considerable de la población que se sentía ignorada por los políticos tradicionales.
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Su discurso, a menudo simplista, pero directo, apelaba a una nostalgia por una justicia que muchos consideraban perdida, presentándolo como el único líder capaz de enfrentar a los poderosos intereses establecidos.
En este sentido, su discurso polarizador no sólo sirvió para consolidar a sus seguidores, sino que también validó su visión del país como un lugar de lucha constante contra lo que él denominó el “régimen neoliberal”.
El impacto de este discurso en la política mexicana es aún objeto de debate. Algunos analistas sostienen que la división promovida por López Obrador ha dejado cicatrices profundas en el tejido social del país, que podrían perdurar incluso después de su mandato.
Por otro lado, hay quienes argumentan que esta división era necesaria para confrontar las estructuras de poder que, según ellos, habían mantenido a una gran parte de la población marginada durante décadas.
De cualquier manera, es innegable que la política mexicana ha cambiado de forma irreparable, y el modelo que se consolidó bajo la administración de López Obrador ofrece lecciones que podrían influir en futuros liderazgos.
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En cuanto a la relación de López Obrador con los medios de comunicación, esta también fue crucial para su narrativa. Su confrontación constante con la prensa, a menudo calificada de “fifí” o parte del “sistema”, se convirtió en un pilar central de su estrategia. Aunque esto fue visto por muchos como un ataque a la libertad de prensa, también le permitió construir una imagen de defensor de los intereses populares, enfrentándose a los medios que, según él, representaban los intereses de una élite. No obstante, los efectos de esta política continúan siendo debatidos, ya que algunos creen que esta hostilidad ha provocado una erosión de la confianza pública en los medios, mientras que otros sostienen que ha generado un espacio para voces más diversas.
Por otro lado, la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia, como heredera del legado de López Obrador, abre nuevas posibilidades en este contexto político tan polarizado. La presidenta enfrenta el desafío de equilibrar las expectativas de sus seguidores, quienes la ven como la continuadora de la Cuarta Transformación, y las críticas provenientes de aquellos que consideran que su gobierno puede seguir en la misma línea divisiva.
En este sentido, el discurso de Sheinbaum será crucial no sólo para la estabilidad política interna, sino también para definir si el país puede avanzar hacia una etapa de mayor reconciliación o si continuará la polarización.
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A medida que la administración de Sheinbaum toma forma, se observa un cambio en la forma en que se presenta el discurso político. Aunque algunos sectores piden una transición hacia un tono más conciliador y menos confrontativo, la presidenta enfrenta la presión de mantener la esencia del movimiento que la llevó al poder, una dinámica que podría resultar en un delicado equilibrio entre el deseo de cambio y la necesidad de estabilidad.
En este contexto, la relación con los medios, la oposición y, sobre todo, con los actores sociales que se sienten desplazados, será determinante para el futuro de la política mexicana.