Nuestro cerebro musical
La música es el arte más estudiado y comprendido desde el punto de vista científico, sin embargo nadie ha podido explicar todavía por qué hay piezas que llegan tan directamente a las emociones y al espíritu
“No puede ocurrir desencanto mayor para una persona que cuando se le muestran los resortes y el mecanismo por los cuales funciona un arte”, escribió en abril de 1885 Robert Louis Stevenson. Tal parece que para el autor de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde la fascinación, el asombro y la emoción que nos pueda provocar una obra de arte dependen del misterio que la rodee.
En el otro extremo podemos citar La pequeña crónica de Anna Magdalena Bach, donde ella cuenta que ante la “explosión de entusiasmo y admiración” de un alumno después de oír a Johann Sebastian Bach tocar el órgano, éste “le miró contrariado y le dijo, muy serio: ‘¡No hay nada que admirar; todo consiste en poner el dedo conveniente en la nota apropiada y en el momento preciso; lo demás lo hace el órgano!’”
Tiempo después, cuando los Bach ya eran pareja, Anna Magdalena le pidió lecciones de órgano a su marido. “Lo que yo quería era saber tocar lo suficiente para comprender mejor su música escrita para órgano y poder apreciar su interpretación”, escribió en su crónica. Es decir, para ella, el encanto podía aumentarse con el conocimiento de resortes y mecanismo.
Aviso, entonces, al lector que si concuerda con Stevenson , deje de leer, pues lo que sigue de este texto pretende develar, con información científica, algunos de los grandes misterios de la música…
37,000 años tiene el instrumento musical más antiguo que se ha encontrado: una flauta desenterrada en los Alpes del sur de Alemania.
¿Es matemática o música?
No es casualidad que la música sea el arte más estudiado y comprendido desde el punto de vista científico. Para hacer ciencia en estricto sentido es necesario medir, ponerle un número a algo y ver cómo una dimensión cambia en relación con otra medición. Es decir, la matemática es el lenguaje de la ciencia.
Y los “resortes” de la música son puras relaciones matemáticas.
›Si nos fijamos en la base de este arte, el ritmo, podemos apreciar que la partición que se hace del transcurrir del tiempo se expresa como un quebrado, sea el cuatro cuartos de la mayoría de la música popular actual, las combinaciones de tres cuartos y seis octavos que se pueden escuchar en los sones huastecos y jarochos o el cinco octavos del tema de Misión imposible.
Las notas que se acomodan en los ritmos también tiene entre ellas relaciones matemáticas, y no estoy hablando de las frecuencias de vibración; los colores también se definen por sus frecuencias, pero a la fecha de nadie me ha podido explicar por qué a veces mi ropa “no combina” pero cualquier músico me puede decir qué intervalos entre dos notas son consonantes y cuáles disonantes.
Además, los nombres de esos intervalos son números ordinales: Por ejemplo, la segunda menor y la séptima mayor son disonantes mientras que los intervalos de octava y de quinta son consonantes.
Es más, un músico me puede decir cómo resolver las disonancias en consonancias…
En fin, hay más, pero basten estos ejemplos para establecer que, a diferencia de la literatura, es fácil hacer experimentos de apreciación musical, pues las variables son fáciles de cuantificar y controlar.
Así que sabemos bastante sobre qué nos gusta de la música y por qué.

10 octavas, desde una frecuencia grave de 20 Hz hasta una aguda de 20 mil Hz, es el rango de sonidos que puede escuchar un ser humano
La personalidad está en el timbre
Una distinción evidente y hasta un poco boba en los gustos musicales radica en el volumen. En general, quienes gustan de la música popular contemporánea, como el rock pesado, el hip hop o la música de banda, prefieren escucharla con un volumen alto.
Así, no es raro escuchar una batería en los audífonos de chícharo de alguna persona que está al lado nuestro en el metro, abrumarse por el estruendo de un coche al pasar o ser incapaz de conversar en una fiesta amenizada por una banda 12 músicos y tambora.
Sin embargo, se puede demostrar que la música que hace falta escuchar con mayor volumen en el estéreo o los audífonos es la clásica.
Un estudio de 2016 compara los rangos dinámicos de diferentes géneros musicales. El rango dinámico es la diferencia que hay entre el segmento de menor volumen de una pieza hasta el más alto.
Así, las canciones de rock alcanzan, cuando mucho, rangos de unos 20 decibeles; pero, en general, se mueven en rangos más estrechos que no alcanzan diferencias ni de 10 decibeles. Por su parte, las óperas pueden alcanzar rangos de hasta 65 decibeles y en general rondan los 45.
El divulgador musical y youtuber Jaime Altozano muestra, con un medidor de decibeles en la mano, que en un coche no es raro llegar a los 90 decibeles de ruido de fondo, por lo que podríamos escuchar rock a 100 dB sin problemas, pero si tratamos de escuchar una ópera sin perder detalles, de pronto alcanzaríamos los 150 dB y se nos reventarían los tímpanos.
Mucho más importante que el volumen para definir la personalidad de una pieza musical, es el timbre, como demuestra un reporte de investigación de 2009, titulado “No es lo que tocas, es cómo lo tocas: el timbre afecta la percepción de la emoción en la música”.
En estos experimentos se pidió a una serie de sujetos que comentarán sobre la emoción que identificaban ante un mismo “estímulo musical” (también le podemos decir melodía) emitido al mismo volumen por un sintetizador imitando a un piano, una trompeta, un violín o emitiendo un sonido evidentemente sintético.
›Entre los diversos resultados del estudio se puede destacar, por ejemplo, que “el violín redujo las probabilidades de identificación de melodías ‘felices’, y el sintetizador electrónico redujo las probabilidades de identificación de melodías ‘tristes’”.
También que la percepción de las diferencias y sutilezas tímbricas se va perdiendo con la edad, independientemente del entrenamiento musical, de las costumbres de escucha y de que se perdieran o no otras cualidades auditivas.
1“octava” o poco menos es el equivalente lumínico que podemos ver. El rango de frecuencias va de 430 a 770 THz.
¿Qué música me representa?
Cierta noche, el Misfit (así le decían) iba pasando por un barrio que no era el suyo. No tardó mucho en verse derribado por los integrantes de la pandilla local. Desde el suelo, dijo quién era, de dónde venía y las bandas de rock que le gustaban. Recuerdo que en la lista estaba Sepultura. Lo dejaron pasar.
Así como las distintas piezas musicales tienen su propia personalidad y pueden despertar diversas emociones; la música es además un elemento identitario. Parte de quiénes somos, creemos, es la música que escuchamos...
Hace unas semanas, el psicólogo Pavel Baglov y su equipo publicaron un estudio en el que relacionaron preferencias musicales y cinematográficas con rasgos de personalidad y tendencias psicopáticas.
Algunos de sus hallazgos eran absolutamente esperados: “Por ejemplo, las personas que tienden a ser introvertidas o retraídas no parecen disfrutar de la música estimulante y optimista que se toca en las reuniones”, dice Baglov.
Tampoco es de extrañar que las personas excéntricas y las que se consideran dominantes o valientes, gustan de una amplia variedad de estilos en música y películas.
Sin embargo, el estudio no encontró que quienes gustan de la música intensa o rebelde (digamos heavy metal, punk, rock alternativo o hip-hop) muestren tendencias de inadaptabilidad, como se ha sugerido antes.
Blagov aclara que sus “hallazgos no significan que descubrir qué música y películas le gustan a una persona nos permitirá adivinar cuán retraída, excéntrica, intrépida, dominante u hostil es”. Es decir, pueden ser tendencias a nivel poblacional, pero que en lo individual no nos dicen absolutamente nada.
De la misma manera, conocer las características de una persona no nos dice nada del tipo de música que le gusta. Sin embargo, hay al menos un par de cosas que sí se pueden predecir.
5 notas tiene la escala más común; esta “pentatónica” se usa en Asia, África, en la música celta y en el folk y el blues originarios de Estados Unidos.

6 a 8 notas tienen usualmente las escalas musicales que se han usado en el mundo.
¿Qué nos gusta de la música?
Desde hace tiempo se sabe que, independientemente del tipo de música que le guste a cada quien, prácticamente todos los seres humanos reaccionamos igual, con la misma emoción, ante una misma pieza, no importa si lo admitimos o no. Esto se sabe midiendo reacciones involuntarias, como la micro sudoración que todos, salvo quienes tienen tendencias psicopáticas, tenemos en el mismo momento de una pieza.
Si no me cree, trate de pasar con los ojos secos y sin que se le enchine la piel del segundo 45 de Pie Jesu (de Andrew Lloyd Webber) cantada por una voz infantil. En el remoto caso de que crea haberlo logrado, espere al 1:33, cuando la melodía se repite a dos voces. Lo que se escucha ahí es un salto melódico de sexta menor capaz de emocionar incluso a quien opine que la canción es cursi.
Más recientemente se averiguó otro factor de gusto musical que es independiente del gusto individual y que muy probablemente se puede generalizar al gusto por casi cualquier otra cosa, pues este gusto parece estar embebido en el funcionamiento de nuestro cerebro.
En el estudio Previsibilidad e incertidumbre en el placer de la música: ¿una recompensa por aprender?, Benjamin Gold y colaboradores encontraron que para que una obra musical que escuchamos por primera vez nos guste deber ser un tanto predecible, pero también un tanto sorpresiva; nos debe resultar a la vez familiar y novedosa, retadora pero accesible.
22 notas o microtonos tiene una escala que se usa en la India, es la más subdividida
El gran misterio
Nada de lo anterior explica por qué nos gusta la música. Pero llama la atención que, a pesar de la más matematizable y analizable de las artes, siga siendo la que mejor conecta y hasta “explica” los grandes misterios.
Para concluir podría citar a Goethe, quien al oír la música de Bach tenía “la sensación de que la eterna armonía habla consigo misma”; o las de Friedrich Nietzsche, quien después de decir “Dios ha muerto” seguía calificando a Bach de “divino” y escuchándolo como a los evangelios, con devoción religiosa.
›Podría terminar citando a Anna Magdalena Bach, cuando narra que en el entierro de Johann Sebastian “con mucha más intensidad que las palabras del pastor, oía en mi corazón el coral que Sebastián había escrito en su lecho de muerte”. Pero no.
Tampoco citaré al propio Johann Sebastian, para quien “el único propósito y razón final de toda la música debería ser la gloria de Dios y el alivio del espíritu”.
Será mejor cerrar con el testimonio, tal vez falso, de un tal Peter Kreeft, quien aseguraba haber convertido a tres ateos con el argumento “Ahí está la música de Bach, por lo tanto Dios debe existir”.
Dato: El estudio del cerebro sugiere que gran parte del poder de la música proviene de las predicciones que nos permite hacer.