“Nunca sabré si mi vocación como psicólogo fue el resultado de mi temprana exposición a chismes interesantes, o si mi interés por los chismes fue un indicio de una vocación en ciernes”, escribió Daniel Kahneman.
Sea como haya sido, el hecho es que su investigación en psicología lo llevó a ser el primer psicólogo, y hasta ahora el único en obtener, en 2002, el Premio del Sveriges Riksbank de Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel, conocido como el Nobel de Ciencias Económicas.
Kahneman obtuvo el premio junto con el (él sí) economista Vernon Lomax Smith “por haber integrado conocimientos de la investigación psicológica en la ciencia económica, especialmente en lo que respecta al juicio humano y la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre”.
›Veintiún años después, en este octubre de 2023, un equipo de investigación, del Sainsbury Wellcome Center del University College London y de la Universidad de Nueva York en Shanghai, descubrió la primera prueba de ciertas áreas de la corteza frontal y parietal del cerebro tiene un papel causal en la toma de decisiones económicas, lo que eventualmente podría conducir a la comprobación neurológica de las teorías de Kahneman.
Claro que aún falta tiempo para eso, pues Kahneman se ocupa de la mente humana, en especial de la muy entrenada y capacitada, y esta última investigación se hizo en ratas jugando lotería.
Preludio a la “psicología de la estupidez”
Kahneman y Vernon, por separado, fueron pioneros en la consolidación del campo de la economía conductual, una disciplina que ha hecho numerosas contribuciones a la comprensión del comportamiento económico (aunque Vernon cimentó más bien el campo de la economía experimental).
Sin embargo, la economía conductual, en más de un sentido, contradice las bases de las ciencias económicas previas, ya que muestra que las decisiones económicas que tomamos no necesariamente son racionales, como se asume en tanto en la economía clásica como en la neoclásica, sino que suelen ser emotivas y sesgadas.
Con quien Kahneman hizo su trabajo más revolucionario e influyente fue con su alumno y psicólogo matemático Amos Tversky, quien murió en 1996 a los 59 años. “Amos y yo compartimos la maravilla de ser juntos dueños de una gallina que podía poner huevos de oro: una mente conjunta que era mejor que nuestras mentes separadas”, dice Kahneman en la autobiografía que hizo para la Fundación Nobel.
Pero Kahneman tuvo un trabajo pionero antes de trabajar con Tversky, en 1965, cuando estaba trabajando en el laboratorio de Jerry Blum en la Universidad de Michigan, pues descubrieron que la dilatación de la pupila, que es una de las manifestaciones de la excitación emocional, también sucede cuando las personas nos enfrentamos a una tarea; concretamente a recordar una serie de cuatro dígitos.
Esa dilatación es mucho mayor si además la tarea implica la transformación de los cuatro, por ejemplo, sumándoles una unidad. Con sus resultados publicaron cuatro artículos, dos de los cuales aparecieron en la revista Science. Pero fue otro artículo de Science el que dio a Kahneman y Tversky la mala fama de haber creado “la psicología de la estupidez”.
El fantasma de Amos Tversky
Desde 1969, cuando Tversky y Kahneman fueron a comer juntos por primera vez, “intercambiamos relatos personales sobre nuestros propios errores de juicio recurrentes… y decidimos estudiar las intuiciones estadísticas de los expertos”.
“La experiencia fue mágica. Ya había disfrutado del trabajo colaborativo antes, pero esto era algo diferente”, dice Kahneman, y el principal producto de esa colaboración fue un artículo que, después de trabajar durante un año en la redacción y en el que escribir una o dos frases se consideraba por día se consideraba muy productivo, publicaron en 1974.
El artículo trataba tres aspectos de la heurística (la disciplina que estudia los procesos del descubrimiento y la investigación), y en él incluyeron una lista de una docena de sesgos asociados a esos procesos.
“Publicamos el artículo en Science porque pensamos que la prevalencia de sesgos sistemáticos en las evaluaciones y predicciones intuitivas podría ser de interés para académicos ajenos a la psicología”, recuerda Kahneman.
Sin embargo, el artículo fue muy mal recibido por algunos de esos académicos. Uno de ellos, “un conocido filósofo estadounidense” en una fiesta dejó a Kahneman con la palabra en la boca en cuanto comenzó a hablar del tema: “se dio la vuelta y dijo: ‘Realmente no estoy interesado en la psicología de la estupidez’”, recuerda el psicólogo.
Pero algunos filósofos y economistas sí lo valoraron, y mucho. Para Kahneman la explicación de ese interés estaba en que la investigación no se trataba de “la estupidez de Joe Public, sino una cuestión mucho más interesante: la susceptibilidad a intuiciones erróneas de individuos inteligentes, sofisticados y perceptivos como ellos”.
No es contra los agentes racionales
El artículo de Kahneman y Tversky se consideró un ataque al modelo del agente racional, que se usa en economía y psicología, y generó una gran cantidad de investigaciones en ciencia cognitiva, filosofía y psicología, y muchas reacciones.
“Se nos acusó de difundir un mensaje tendencioso y engañoso que exageraba los defectos de la cognición humana… Algunos autores descartaron la investigación como una colección de acertijos artificiales diseñados para engañar a los estudiantes universitarios”, señala Kahneman, y añade que, salvo en una ocasión, Tversky y él dejaron de contestar a las críticas. El tiempo, y no el pleito, les dio la razón.
Kahneman aclara que hace mucho rechaza cualquier descripción de su trabajo como una demostración de la irracionalidad humana. “Cuando se presenta la ocasión, explico cuidadosamente que la investigación sobre heurísticas y sesgos sólo refuta una concepción irreal de la racionalidad, que la identifica como coherencia integral”, dice.
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En sus libros, como Pensar rápido, pensar despacio, Kahneman conceptualiza la toma de decisiones, y el comportamiento heurístico en general, como el resultado de dos sistemas de pensamiento que actúan de forma diferente; el sistema 1, que es rápido, impulsivo, emocional, automático y no se detiene a pensar ni se puede desconectar; el 2 es lento y racional e implica que tenemos que esforzarnos y poner atención.
Aprender de algo nuevo, como andar en bicicleta o leer, involucra al sistema 2, y nos cuesta trabajo; pero la práctica pasa lo aprendido al sistema 1 y ya no es necesario pensar en ello.
Por ejemplo: no podemos ver una frase escrita o escucharla dicha en un idioma que dominemos, sin leerla y entenderla, es algo que hacemos en automático, por mucho que nos costara aprender a hablar o leer.
“El Sistema 2 ‘conoce’ algunas de las reglas que el razonamiento intuitivo tiende a violar y, a veces, interviene para corregir o reemplazar juicios intuitivos erróneos. Así, los errores de intuición ocurren cuando se cumplen dos condiciones: el Sistema 1 genera el error y el Sistema 2 no lo corrige”, lo cual de manera sistemática con los sesgos que conocemos.
Sin embargo, Kahneman reconoce estar “muy impresionado” porque “las actuaciones cognitivas más hábiles son intuitivas y que muchos juicios complejos comparten la velocidad, la confianza y la precisión de la percepción rutinaria”.
Además de esta conceptualización, Kahneman y Tversky encontraron que para la gente la perspectiva de obtener ganancia, como se creía, es mucho menos importante que asumir el riesgo de tener pérdidas; también que las ganancias a futuro, por muy cuantiosas que sean, son muy poco atractivas en el momento, y esos sesgos son muy difíciles de corregir para el sistema 2.
Epílogo de ratas jugando lotería
En sus libros y conferencias Kahneman suele decir que los sistemas 1 y 2 son conceptuales y no tienen correspondencia con estructuras cerebrales, pero el reciente avance de la neurociencia podría llegar a encontrar esa correspondencia.
De momento, el experimento se limita a presentar a las ratas la posibilidad de elegir entre una “apuesta segura” (una recompensa pequeña pero garantizada) o una lotería en la que podían tener recompensas mucho mayores o no tenerlas. En general eligen la segunda opción.
Al silenciar temporalmente, por diferentes métodos no dañinos, dos áreas cerebrales específicas, el campo de orientación frontal o la corteza parietal posterior, el equipo de investigación descubrió que los animales estaban menos dispuestos a correr riesgos, y encontró que el campo de orientación estaba afectando la tolerancia al riesgo y no un simple sesgo de elección, ya que las ratas todavía estaban dispuestas a jugar a la lotería cuando la recompensa potencial era muy alta. La participación de la corteza no fue tan clara.
Psicología de la posible paz entre Israel y Palestina
Tanto Kahneman como Tversky nacieron en lo actualmente es Israel, el primero en Tel Aviv y el segundo en Haifa, cuando ambas ciudades estaban en el llamado Mandato Británico de Palestina, y sobre el conflicto entre Israel y Palestina, Kahneman dio una posible solución desde la psicología en una conferencia en 2014.
“Los israelíes claramente tienen mucho más poder que los palestinos y tienen mucho poder sobre los palestinos. El poder tiene efectos psicológicos conocidos”, y la psicología del poder asimétrico no da lugar a la esperanza de que haya paz, pues “los costos de la paz son enormes” para los poderosos, que tendrían que “ceder territorios, ceder control” y es muy difícil que los asuman.
No sólo cualquier concesión será “dolorosa” para el poderoso, sino que las pérdidas son muy claras, “y las ganancias son ambiguas, tardías e inciertas”. Además, en un contexto de hostilidad, es más difícil percibir “el efecto de las propias acciones sobre las acciones del otro lado”, y es casi imposible que haya confianza: “Nuestro miedo a la traición es intenso”.
“Realmente no puedo encontrar una buena razón psicológica para tener esperanzas de la parte israelí, de que la población esté dispuesta, ansiosa y muy entusiasmada ante la perspectiva de lograr la paz”, dijo Kahneman.
Sin embargo, hay esperanza, dijo “pero no debemos esperar que surja un cambio de parte de los individuos… (o) un cambio de la política de masas. El cambio ocurrirá, cuando ocurra, gracias al liderazgo”.
“Los líderes pueden cambiar las cosas. Los líderes pueden inducir confianza… pueden convencer a la gente de que vale la pena correr riesgos. Los líderes pueden convencer a la gente de que vale la pena luchar por el futuro lejano, incluso a costa de un dolor inmediato. Y esa es la única esperanza que veo”.
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