Tembló como pocas veces y casi sin previo aviso. Me tocó ver caer un edificio. Desmoronarse como si fuese de arena y me tocó atestiguar cómo engullía bajo escombros y una nube de arena, a algunas personas que estaban abajo, después de evacuar, y otras que pasaban por ahí. La reacción inmediata de todos fue correr, alejarse de esa tumba. Luego, como a media calle, nos detuvimos algunos cuantos. Nos dio mucha tos. Nos miramos a los ojos y nos cubrimos nariz y boca y corrimos en auxilio de los que pudieran haber sobrevivido. La policía de la SSP de la CDMX llegó de inmediato. Me sorprendió la rapidez. Y ágilmente, alguien que estaba construyendo cerca, llamó por radio a unos obreros que llegaron montados en un tractor en cuestión de segundos. Olía fuertemente a gas. ¡No fumen, carajo! Con gatos hidráulicos y mecánicos de coches de vecinos, algunos picos de albañiles en obras cercanas, la multitud logró rescatar a una niña que había quedado atrapada en un pequeño puesto metálico de comida callejera. Con ayuda del tractor, se levantó un pedazo de loza y pudimos sacar un auto con dos mujeres. En eso, llegaron los bomberos. Se comenzó a dirigir a los voluntarios de forma más profesional. Helicópteros de Policía Federal, policía local, y de algunos medios de comunicación, comenzaron a rodear la zona. Se escuchó el crujir del edificio del otro lado. Alguien gritó que era por las vibraciones de los helicópteros y de pronto “¡corran para el otro lado!”. Policía radió. Vuelen más alto. Y la gente fue regresando poco a poco al lugar. Después, llegó mucha más gente corriendo hacia nosotros. Nos traían agua; garrafones y botellas de voluntarios que las compraron y de tiendas de conveniencia que las regalaron. Llegaron también con grandes pacas de guantes que donó una ferretería calle abajo y el gobierno de la delegación. Más y más voluntarios, tantos, que comenzaron a estorbar y varios lideraron para preguntar por radio qué otras zonas requerían rescate. A unas dos cuadras al norte, a otras tres más a Viaducto, más abajo hay un kínder que se derrumbó, en Álvaro Obregón un edificio de oficinas. Se movilizó la gente, a pie, a ayudar, a rescatar a quien se pudiera, marchando sobre banquetas destruidas, cuidándose de los edificios a los que se les caían cristales potencialmente asesinos y de los cables de alta tensión. No mucho después, llegó caminando una brigada del ejército con su distintivo brazalete del Plan DNIII. Pusieron orden. Retiraron a los voluntarios y comenzaron a trabajar con el profesionalismo que los distingue. No supe qué tanto después, llegaron elementos de la Marina en grandes camiones. Aunque guardáramos el más profundo silencio, ya no se escuchaban sobrevivientes. Y efectivamente, ya no los hubo. Camiones de delegaciones vecinas vinieron a recoger el escombro. Cuadrillas de la CFE a tratar de reinstalar la luz. Protección civil a volar drones y revisar edificios. El restaurantero vecino de enfrente nos regaló comida. Mucho movimiento en las calles. La gente no se anima a volver a sus casas por temor a las réplicas y por no tener certeza de que no tengan daños estructurales. Fue una noche larga. Pero yo me quedo admirado del pueblo de México. De los voluntarios. De la gente solidaria que llega por centenas para ayudar. Se escuchan ambulancias por toda la zona. Me comen los mosquitos. Pero uno se siente orgulloso y hasta cierto punto, tranquilo de que tanto autoridades como ciudadanía, sobrepasen las expectativas. Saludos, por cierto, a José Manuel Azpiroz, a quien me topé cuando él y uno de sus amigos, venían buscando ayudar en esta cuadra.