Los casos de espionaje telefónico recientemente difundidos me recordaron la torre de vigilancia del legendario Palacio Negro de Lecumberri. ¿Recuerda aquella tenebrosa penitenciaria?
La temida prisión —que hoy alberga al Archivo General de la Nación— se diseñó basándose en la teoría del Panóptico de Jeremy Bentham. El sistema consistía en controlar a los presos a través de una posición central desde donde se les custodiaba sin que ellos vieran al guardián, sin que supieran en qué momento se les observaba. El objetivo era controlar a los inquilinos, seguramente la mayoría no serían “peritas en dulce”, influidos emocionalmente por la sensación de siempre encontrarse vigilados. Con los escándalos generados por el espionaje telefónico o las videograbaciones, seguramente muchos políticos estarán sintiendo el implacable ojo de un Gran Hermano —como los refiere George Orwell en 1984— obligándolos a portarse bien.
Bien conocidos son los recientes casos de espionaje. Tantos se han sucedido en las últimas semanas que olvido algunos: Lorenzo Córdova (INE), Ricardo Monreal (MORENA), Apolinar Mena y OHL México (EDOMEX), Adrián Rubalcava y Adrián Salazar (PRI), Jorge Romero (PAN), etc. Casualmente, estas llamadas aparecen en sensibles tiempos electorales. Parecería que estos “big brothers” tienen intereses políticos. ¿O a quién más benefician estas filtraciones?
En cualquier caso, el espionaje telefónico es ilegal. No hay forma de apoyarlo. Por el contrario, debe combatirse. No obstante, las denuncias realizadas pocos resultados han conseguido. La impunidad es atroz. Tal como se documentó en El Universal, la Procuraduría General de la República tiene al menos 46 denuncias de las cuales sólo una ha consignado a un culpable.
Las ilícitas grabaciones ponen nuevamente de manifiesto la reflexión sobre la continuidad entre la vida pública y la privada. Algo habrá que decir sobre el tema. Mientras tanto, como el Panóptico de Bentham, la sensación de sentirse observados hace que muchos lo piensen dos veces antes de portarse mal.