“Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”, dice el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El presidente Andrés Manuel López Obrador, lo está dilapidando.
“La prensa está mostrando el cobre, pero no sólo en México, en el mundo hay una crisis de credibilidad en los medios de información como el New York Times, Washington Post, Wall Street Journal, Financial Times”, dijo AMLO en la mañanera en la que se le fue a la yugular a la organización Artículo 19 que vela por la libertad de expresión en el mundo.
Artículo 19, de prestigio internacional, ha defendido y ofrecido protección a periodistas mexicanos que temen por su vida. Pero ahora que su gobierno está bajo la lupa, AMLO la desacredita y la pone en el banquillo de los acusados.
“Ese organismo está apoyado en el extranjero, pero toda la gente que tiene que ver con Artículo 19 pertenece al movimiento conservador que está en contra nuestra y lo puedo probar”, lanzó Andrés Manuel López Obrador. Pues que lo pruebe.
Le caló fuerte al presidente el informe de Estados Unidos en el que acusa de censura a la directora de Notimex por sus continuos ataques orquestados en Twitter contra periodistas que critican a la 4T, los cuales “son muy serios y pusieron en riesgo la vida y la carrera de los periodistas”.
“Nosotros no nos metemos a opinar sobre violaciones de derechos humanos en EU somos respetuosos, no podemos opinar sobre lo que sucede en otro país, entonces ¿por qué el gobierno de EU opina sobre cuestiones que solo competen a los mexicanos?”, renegó el presidente López Obrador.
Lo que es preocupante es que con este tipo de discurso, AMLO está entrando en un oscuro callejón sin salida: el de los dictadores y el del autoritarismo. Sus palabras recuerdan las de Rusia, China, Turquía, Corea del Norte, Arabia Saudita, Venezuela o Cuba, cuando se les llama a cuentas en foros de la ONU.
En la última sesión del Consejo de Derechos Humanos, por ejemplo, esos países no condenaron el baño de sangre ni el reciente golpe militar en Myanmar en donde soldados han acribillado a manifestantes pacíficos, incluyendo a niños.
China pidió que “se respete la soberanía, la independencia política y la integridad territorial de Myanmar”. No quiere que se metan en Xinjiang ni con su régimen autoritario y represivo.
Rusia, que envenena a opositores como el abogado y político Alexei Navalny y lo está dejando morir lentamente en la cárcel como a tantos otros, además de defender a los golpistas dijo que no eran útiles “los intentos de politizar los acontecimientos”.
Venezuela, acusada por la ONU de crímenes de lesa humanidad con un colapso en el sistema de salud, crisis humanitaria y alimentaria, presumió de ser un “país amante de la paz y seguiremos defendiendo el respeto a la soberanía, integridad, independencia, y la no injerencia en los asuntos internos de los Estados, así como el libre ejercicio del derecho a la autodeterminación de los pueblos”.
China y Rusia, principales proveedores de armas del ejército birmano, han bloqueado en la ONU, cualquier acción concreta contra los militares que tienen tomado el país y destrozaron de un plomazo su proceso democrático.
Como AMLO, estos gobiernos no toleran la mirada extranjera ni la aceptarán nunca. Les sulfura que se entrometan en “sus asuntos”, pero los derechos humanos no tienen jurisdicción y son de carácter universal.
El director de Human Rights Watch, Kenneth Roth remarca: López Obrador “está teniendo problemas para defender su récord de derechos humanos cuando revive la Era Troglodita de no comentar sobre la situación de derechos humanos en otros países. Ese es el recurso de los dictadores”. “Típico de dictadores”, ajusta José Miguel Vivanco, titular para América.
Dice AMLO que “los medios deben estar al servicio del pueblo y no del poder”. Más bien los medios deben estar al servicio de la verdad. Al atacar a la prensa y el derecho a la libertad de expresión se está metiendo en aguas negras y empantanadas de las que ni con patadas de ahogado podrá salir. Mejor ni meterse ahí.