El corazón se nos hizo trizas cuando vimos esa foto de Debanhi con esa soledad tan sola al lado del camino, completamente vulnerable, luego el alma se nos rompió en pedazos al verla correr por esa carretera de la muerte, de su propia muerte. Esa imagen se convirtió en el ícono del más absoluto desamparo.
Es más peligroso ser mujer en México que pelear en una guerra. Las cifras son devastadoras y la impunidad que rodea cada feminicidio, cada violación, cada desaparición, cada maltrato, cada golpe es casi absoluta.
México es uno de los países más feminicidas del mundo. Cada día son asesinadas 11 mujeres, se han contabilizado 24 mil desaparecidas entre las que se encuentran unas cinco mil niñas. No se sabe si son víctimas de desaparición forzada, es decir que las desapariciones fueron perpetradas por agentes del estado o fuerzas armadas, ni cuántas fueron desaparecidas por familiares, parejas o fueron presa de algún extraño o de la delincuencia organizada.
El Comité de la ONU contra la Desaparición Forzada (CED) reiteró “su profunda preocupación porque se mantiene una situación generalizada de desapariciones en gran parte del territorio nacional, frente a la cual imperan una impunidad casi absoluta y la revictimización. Al 26 de noviembre de 2021, solo un mínimo porcentaje de los casos de desaparición de personas, entre el 2 % y el 6 %, habían sido judicializados, y solo se habían emitido 36 sentencias en casos de desaparición de personas a nivel nacional’’.
Inimaginable, horrendo, inhumano, ese momento aterrador que precede a la muerte de miles de niñas, adolescentes y mujeres que fenecen en manos de sus verdugos envalentonados por esta putrefacta impunidad que no se borra con una sección de “cero impunidad” en la mañanera del presidente Andrés Manuel López Obrador. Parece burla.
A esto se suma la crisis forense a la que se enfrenta el país. Más de 52 mil personas fallecidas sin identificar yacen en fosas comunes, instalaciones de los servicios forenses, universidades y centros de resguardo forense. No se sabe cuántos de esos cuerpos son femeninos. Esta cifra, a pesar de su magnitud, no incluye los miles de fragmentos de restos humanos que las familias y comisiones de búsqueda recogen semanalmente en las fosas clandestinas.
Los estados de Baja California, Ciudad de México, Estado de México, Jalisco, Chihuahua, Tamaulipas y Nuevo León concentran el 71.73 % de los cuerpos no identificados. Los servicios forenses son insuficientes. Según varios expertos, en las actuales condiciones serían necesarios 120 años para identificarlos, sin contar los nuevos cuerpos que se van sumando cada día.
Además, las cosas se van a poner peor con la militarización galopante de la seguridad pública. Ya tuvimos la experiencia en el gobierno de Calderón, pues con la presencia de las fuerzas armadas en las calles aumentarán ejecuciones, masacres, asesinatos, feminicidios, a los ríos de sangre que corren por todo el territorio, se sumarán mares de plasma.
La cuestión es que el Estado es responsable: “Los Estados son responsables de las desapariciones forzadas cometidas por los servidores públicos, pero también pueden ser responsables de las desapariciones cometidas por organizaciones criminales. La delincuencia organizada se ha convertido en un perpetrador central de desapariciones en México, con diversos grados de participación, aquiescencia u omisión de servidores públicos”, afirma el impecable informe del CED al que AMLO descalificó porque “no tienen información”.
En estos años de gobierno López Obrador no ha resuelto este flagelo que atormenta a las mujeres. Con sus “abrazos no balazos” es más amable con los delincuentes que con las víctimas. Libera al hijo del Chapo, pero no recibe a las madres que buscan a sus hijos, desdeña a las mujeres, pone muros de acero en Palacio Nacional, les quita apoyos, refugios, no muestra compasión por las que nos han arrebatado, ni siquiera llamó a Debanhi por su nombre.
México se hunde en un torbellino de violencia de género. Ninguna mujer debería ser asesinada, violada, desmembrada, abusada, torturada, acosada, amenazada, esclavizada, vulnerada, golpeada, criminalizada, revictimizada. Ninguna mujer debería sufrir por ser mujer y mucho menos morir por ello. Grito de rabia por todas las que nunca volverán a escuchar su nombre. Por las que no regresarán a casa. Escribo para ellas. Rompo todo por ellas. Lloro por ellas. Por ellas.