Vladimir Putin tiene a Occidente, y casi al mundo entero, entre la espada y la pared. En toda Europa, Estados Unidos, Reino Unido, en la ONU, en todos los foros posibles y en las calles de cientos de ciudades se escuchan las condenas, los discursos, las declaraciones, suenan las voces al unísono en contra de la invasión de Rusia en Ucrania.
El carismático líder Volodimir Zelenski, quien hace solo unas semanas trató de calmar a los ucranianos por las acusaciones de Estados Unidos de que Rusia planeaba invadir su país, dijo: “Nadie pensó que en el mundo moderno un hombre puede comportarse como una bestia”.
Pues para dolor de todos Putin sigue adelante con la ofensiva militar que tiene al mundo en vilo. Y sí, es una bestia. Me pregunto ¿quién lo va a detener? ¿Cuándo? A cada minuto vemos cómo las fuerzas rusas van ganando terreno dejando tanto sufrimiento y destrucción a su paso, como una avalancha incontenible.
Los escenarios cambian a cada minuto y espero que este texto escrito en la noche del jueves, no sea demasiado viejo para su publicación en la noche del viernes. Zelenski pidió a Washington con ese rostro agotado que nos ha conmovido que se establezca una no fly zone (zona de exclusión aérea) para detener los bombardeos rusos.
“¡Y si no tienes el poder de cerrar los cielos, entonces dame aviones!” dijo Zelenski. “Si no somos más entonces, Dios no lo quiera, Letonia, Lituania, Estonia serán los siguientes. Créanme”, advirtió.
Los aliados de la OTAN se han negado a responder al llamado de Zelenski porque saben que en el momento en que derriben un misil ruso, entran de lleno al conflicto y saben que sería catastrófico. Nadie quiere una guerra.
Sin embargo, todos estamos viendo cómo las fuerzas rusas van cercando a todo un pueblo que lucha por la democracia y sus ideales. Una Ucrania icónica, como la llamó Zelenski, que se ha ganado el respeto y la compasión de todos.
Entonces si los aliados de Occidente deciden entrar al conflicto, se desata una Tercera Guerra Mundial, qué palabras tan fuertes, tres vocablos que hace unos días eran casi impronunciables. La bestia, porque no puede tener otro nombre, ya puso su arsenal nuclear en alerta máxima y el mundo está incrédulo de que se atreva a usarlo. Y, por otra parte, si dejan que Putin concrete su invasión, estaremos viendo a millones de personas en riesgo de morir porque se atrevieron a defender sus libertades.
¿De qué sirve una ovación de pie en la ONU cuando Putin no tiene ningún reparo en cometer crímenes de guerra y de lesa humanidad para lograr su objetivo? ¿De qué sirven las condenas, las sanciones, si un hombre quiere apropiarse de un pueblo?
Zelenski pidió conversaciones cara a cara con Putin y dijo que era “la única forma de detener esta guerra. No estamos atacando a Rusia y no planeamos atacarla. ¿Qué quieres de nosotros? ¿Qué dejemos nuestra tierra?”, retó a Putin el héroe de Kiev y agregó: “Siéntese conmigo. Pero no a 30 metros de distancia (como con el presidente francés Emmanuel Macron)”, lanzó Zelenski todavía con una chispa de humor.
En un debate urgente en Ginebra, la Alta Comisionada para Derechos Humanos Michelle Bachelet advirtió: “Decenas de millones de personas permanecen en el país, en peligro potencial de muerte. El ataque que comenzó el 24 de febrero está generando un impacto masivo en los derechos humanos de millones de personas en toda Ucrania. Los elevados niveles de amenaza de las armas nucleares subrayan la gravedad de los riesgos para toda la humanidad”.
Ucrania se hunde, se asfixia, se ahoga, ante nuestros ojos que lloran atónitos. Putin tiene a sus enemigos de rodillas. Tampoco le importa mucho su propio pueblo, ofrece sueldos millonarios al ejército para comprarlo, ha reprimido cualquier grito de rebeldía y por lo visto no le importan los amargos efectos que tendrá esta invasión en las vidas de millones de rusos. Ha sido feroz y asesino con la disidencia. El monstruo está suelto.
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