“Donde no hay compasión, hay cobardía” es el título de una de las películas sobre la Segunda Guerra Mundial que más me han impresionado porque muestra de manera cruda y llana que cuando el ser humano se despoja de su humanidad se debe más a una debilidad emocional que a una cuestión de valentía.
La cinta del director austríaco Andreas Gruber muestra un trágico pasaje a principios de 1945 en el que 500 prisioneros de guerra rusos que se resistieron a pelear del lado de los alemanes fueron llevados al campo de concentración en Mauthausen (Austria), donde serían ejecutados. Una noche de invierno deciden escapar. En la persecución, algunos mueren, mientras, otros logran esconderse en pequeños poblados. Sin embargo, los alemanes convencen a los habitantes “de cazarlos como conejos’’.
Se ven escenas descarnadas en las que los soldados ruegan no ser delatados, pero los asesinan a sangre fría, otros “cazadores” con rifle en mano persiguen a sus “presas” que apenas pueden correr con los pies descalzos que se entierran en la nieve, la huida es inútil, su destino es fatal, mientras otros, los menos, tienen mejor suerte y sus captores los ayudan a escapar.
Escenas de la película me hicieron pensar en el infierno que vivieron los migrantes que quedaron encerrados en la estación migratoria de Ciudad Juárez, el terror que antecedió a sus muertes, su desesperación e impotencia al ver que eran abandonados a su muerte.
En México, desde hace siglos hay un racismo recalcitrante que ha sido capitalizado por el inquilino de Palacio Nacional, se ha profundizado la división entre chairos y fifís, en colores de piel, ideologías, aumenta la polarización, el odio por los opositores, encono contra los críticos, violencia contra las mujeres, contra los jueces, los consejeros electorales, asesinatos de periodistas, falta de comprensión para los migrantes, en fin, un escenario nada parecido al que nos lleva la cinta austríaca, pero no por eso menos doloroso.
El presidente Andrés Manuel López Obrador es más cobarde de lo que parece y desde su púlpito matutino es el abanderado de ese movimiento inclemente que utiliza a sus soldados o seguidores para lanzarse contra el enemigo en el mundo real o digital.
Y sumado a ello, parece que AMLO considera un signo de debilidad reunirse con víctimas de semejantes tragedias como la del incendio de Tlahuelilpan, que según esto es lo que más le ha dolido, pero no fue a ofrecer sus condolencias, quizá no quiere encarar el dolor humano provocado por su mal gobierno.
Tampoco fue a evaluar de primera mano el terrible accidente de la Línea 12 del metro ocurrido a unos kilómetros de su oficina. No le fueran a reclamar.
No se ha reunido con las madres de desaparecidos y buscadoras, ni con las mujeres por escalada de feminicidios. Tampoco ha querido enfrentar a niños con cáncer por la escasez de medicamentos ni a sus familias, no tiene el valor de mirarlos a los ojos y decirles que su vida está en riesgo por sus malas decisiones, prefiere llamarlos golpistas.
Con la pandemia del Covid, decidió pasarle el control al Dr. Muerte y no dar la cara a casi un millón de personas que perdieron a un familiar por la pésima gestión de su gobierno. No hubo disculpas, no se hizo un análisis de lecciones aprendidas, no hubo reflexión sobre qué se hizo mal para no volver a repetirlo.
Y para colmo, en lugar de escuchar reclamos y contestar a todas las preguntas por la tragedia de los 40 migrantes calcinados en Ciudad Juárez bajo custodia, le cedió el micrófono a Rosa Icela Rodríguez, lectora profesional de Palacio Nacional.
En mi columna anterior comenté que era imperdonable que el presidente no fue a Ciudad Juárez en cuanto ocurrió la tragedia. Y más imperdonable aún es que visitó dicha ciudad y no se tomó la molestia de reunirse con los familiares de los migrantes que han sufrido maltratos o tratos crueles y degradantes perpetrados por funcionarios de su gobierno. Es inédito.
El presidentito buena onda se hunde en su propia cobardía y en su absoluta falta de compasión, el problema es que lo que está pasando en México, la violencia y el drama que viven miles de personas no son escenas de ninguna película. Es la cruda realidad.