Mujeres afganas desafían a los talibanes en escuelas secretas
Cientos de miles de niñas, adolescente y jóvenes mujeres afganas se han visto privadas de escolaridad desde el regreso al poder de los talibanes
Nafeesa encontró el lugar ideal para esconder sus libros escolares en la cocina, donde los hombres raramente se aventuran y están a cobijo de la mirada recriminadora de su hermano talibán.
“Los chicos no tienen nada que hacer en la cocina, así que yo acomodo mis libros”, explica Nafeesa, de 20 años, que frecuenta una escuela clandestina en su aldea rural en el este de Afganistán. “Si mi hermano lo supiera, me pegaría”, asegura.
Cientos de miles de niñas, adolescente y jóvenes mujeres afganas como ella se han visto privadas de escolaridad desde el regreso al poder de los talibanes hace un año.
Los fundamentalistas islamistas impusieron severas restricciones a las mujeres de cualquier edad para someterlas a su concepción integrista del islam; se han visto excluidas de la mayoría de empleos públicos y no pueden realizar largos trayectos sin la compañía de un familiar hombre.
También deben cubrirse enteramente en público, incluido el rostro, idealmente con el burka, un velo integral con una rejilla a nivel de los ojos, usada ampliamente en las regiones más aisladas y conservadoras del país.
Incluso antes del regreso de los talibanes al poder, la inmensa mayoría de las afganas ya usaban velo, aunque fuera con un pañuelo suelto. Para los talibanes, como norma general, las mujeres no deben dejar su domicilio salvo absoluta necesidad.
Pero la privación más brutal fue el cierre en marzo de los colegios de secundaria para mujeres en numerosas regiones, justo después de su reapertura anunciada desde hacía tiempo.
Se trata de un golpe duro para los sueños e ilusiones de muchas mujeres, a quienes se les había prometido que podrían estudiar bajo el régimen Talibán; segregadas por sexo y con ciertas restricciones, pero estudiarían.
Sin embargo, en marzo el gobierno de los talibanes volvió a imponer la prohibición, misma que había estado presente desde 1996 hasta 2001.
A pesar de los riesgos y por la sed de aprender de las niñas, los colegios clandestinos han proliferado por el país, a menudo en las habitaciones de los hogares.
Periodistas de AFP pudieron acudir a tres de ellas, a conocer a sus alumnas y profesoras, cuyos nombres fueron modificados para preservar su seguridad.
“Queremos tener libertad”
Nafeesa tiene 20 años pero todavía estudia las asignaturas del colegio de secundaria dado los retrasos de un sistema educativo golpeado por décadas de guerras en el país.
Solo su madre y su hermana mayor saben que sigue sus clases. Pero no su hermano que durante años luchó con los talibanes en las montañas contra el antiguo gobierno y las fuerzas extranjeras y no volvió a casa hasta la victoria de los islamistas el pasado agosto.
Por la mañana le permite acudir a una madrasa para estudiar el corán, pero por la tarde, sin que él lo sepa, se cuela en una clase clandestina organizada por la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA, por sus siglas en inglés).
“Hemos aceptado este riesgo, sino nos quedaríamos sin educación”, explica Nafeesa. “Quiero ser médica (...) Queremos hacer algo para nosotros mismas, queremos tener libertad, ser útiles a la sociedad y construir nuestro futuro”, dice la joven.
Cuando AFP acudió a su clase, Nafeesa y las otras nueve alumnas discutían de la libertad de expresión con su profesora, sentadas lado a lado sobre una alfombra y leyendo por turnos un libro en voz alta.
Para llegar al curso, suelen salir de casa horas antes y tomar itinerarios distintos para no llamar la atención en una región dominada por los pastunes, un pueblo de tradición patriarcal y conservadora que es mayoritario dentro del movimiento talibán.
Si un combatiente talibán les pregunta donde van, ellas responden que están inscritas a un taller de costura y esconden sus libros escolares en bolsas de la compra o bajo su vestimenta.
Corren riesgos, pero a veces también se sacrifican, como la hermana de Nafeesa, que abandonó la escuela para despejar las sospechas que pudiera tener su hermano.
Sin justificación religiosa
Según los eruditos religiosos, nada en el islam justifica prohibir la educación secundaria a las mujeres. Un año después de su llegada al poder, los talibanes insisten que permitirán la reanudación de las clases, pero sin ofrecer un calendario.
La cuestión divide al movimiento. Según varias fuentes interrogadas por AFP, una facción radical que aconseja al jefe supremo Hibatullah Akhundzada, se opone a la escolarización femenina o pretende que se limite a estudios religiosos y clases prácticas de cocina o costura.
Desde el inicio, los talibanes justifican la interrupción de la educación secundaria a una simple cuestión “técnica” y aseguran que las chicas volverán a clase una vez se establezca un programa educativo en base a las reglas islámicas.
En cambio, las niñas pueden seguir la escuela primaria y las estudiantes pueden acudir a la universidad, aunque en clases segregadas por sexo.
Pero sin diploma de estudios secundarios, las adolescentes no podrán pasar a la universidad. Las actuales promociones de mujeres en educación superior pueden ser las últimas del país en un futuro cercano.
“Generación sacrificada”
Para el investigador Abdul Bari Madani, “la educación es un derecho inalienable en el islam, tanto para los hombres como para las mujeres”, dice a AFP. “Si esta prohibición continúa, Afganistán volverá a la época medieval (...) Una generación entera de chicas será sacrificada”, añade.
Es este miedo a perder una generación el que llevó a la profesora Tamkin a transformar su casa de Kabul en una escuela.
La cuarentañera ya se negó a perder su educación cuando tuvo que parar sus estudios durante el primer mandato talibán (1996-2001), cuando prohibieron la escolarización de todas las mujeres.
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Le llevó años formarse ella sola, de forma autodidacta, y convertirse en profesora. Ahora, se quedó sin su trabajo en el ministerio de Educación cuando los talibanes volvieron al poder en agosto y reenviaron a su casa a casi todas las mujeres con un empleo público.
“No quería que estas chicas fuera como yo”, explica Tamkin a AFP, con lágrimas en los ojos. “Deben tener un futuro mejor”, suplica.
Con el respaldo de su marido, ha transformado un trastero en aula. Después vendió una vaca familiar para comprar libros escolares, porque la mayoría de sus alumnas proceden de familias pobres y no pueden permitírselos.
Hoy en día, enseña inglés y ciencias a unas 25 alumnas entusiastas. Recientemente, en un día lluvioso en Kabul, las chicas llegaron a clase para una clase de biología.
“Yo solo quiero aprender. Poco importa el aspecto del lugar de estudio”, declara Narwan, sentada con compañeras de todas las edades y que teóricamente debería estar terminando la educación secundaria.
Es la bondad de sus vecinos que ha permitido a Tamkin poder disimular el nuevo objetivo de su trastero. “Los talibanes han preguntado varias veces: - -¿Qué hay aquí?-; dije a los vecinos que dijeran que era una madrasa”, explica.
“No tenemos miedo”
En la periferia de Kabul, en un laberinto de casas de adobe, Laila dirige otra clase clandestina.
Cuando vio el rostro de su hija tras la repentina anulación de la educación secundaria en marzo, supo que debía hacer algo.
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“Si mi hija lloraba, entonces las hijas de los otros padres también deberían llorar”, recuerda la profesora de 38 años. Una decena de chicas se encuentran dos días por semana en casa de Laila, que tiene un patio y un jardín donde cultiva verduras.
En el aula, una larga ventana se asoma al jardín. Sus alumnas, con libros y libretas forradas de plástico azul, están sentadas en la alfombra, implicadas y estudiosas. Al principio toca corregir los deberes hechos en casa.
“No tenemos miedo a los talibanes”, asegura Kawsar, de 18 años. “Si dicen lo que sea, nos pelearemos pero continuaremos estudiando”, dice la joven.
Estudiar no es el único propósito de las chicas y mujeres afganas, a menudo casadas en relaciones abusivas o restrictivas. Algunas lo que buscan es un poco de libertad.
Zahra, que frecuenta la escuela clandestina en un pueblo rural del este de Afganistán, se casó a los 14 años y vive actualmente con sus suegros que se oponen a la idea de que siga sus clases.
Debe tomar somníferos para luchar contra la ansiedad y teme que la familia de su marido la fuerce a quedarse en casa. “Les digo que voy al bazar local y vengo aquí", explica Zahra en la escuela, el único medio que tiene para hacer amigas. RM
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