El primero de marzo de este año, medios nacionales en Estados Unidos publicaron información referente al procurador general de la administración Trump, Jeff Sessions. Las notas periodísticas daban cuenta de dos reuniones que tuvo Sessions en 2016 con Sergei Kislyak, embajador de Rusia en Estados Unidos, y señalado como el principal operador de la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016, donde Trump ganó la Presidencia.
La revelación del par de reuniones entre Sessions y Kislyak, contradecía las afirmaciones que Sessions hizo al senado cuando compareció ante el comité judicial por el tema de Rusia y la elección presidencial del 2016. Ahí, a pregunta del senador demócrata, Al Franken, Sessions dijo bajo juramento que no había tenido reuniones con agentes rusos durante su participación en la campaña electoral de Donald Trump antes de convertirse en procurador. Las notas periodísticas revelaron lo contrario. Ante las contradicciones, unos días después, Sessions le presentó su renuncia al presidente Trump, quien la rechazó sin pensarlo. Quizá uno de sus mayores errores ahora que la investigación sobre la injerencia rusa toca el primer círculo del presidente, ante la recusa que hizo Sessions de la investigación rusa días después, el 2 de marzo.
La falta de un procurador independiente que pudiera investigar las evidencias, sobre todo digitales, que apuntan a una injerencia del gobierno ruso en la elección presidencial donde Trump venció a Hillary Clinton, obligó a los legisladores a designare a un comisionado especial que pudiera investigar con independencia los señalamientos sobre la intención. Esa persona fue Robert Mueller, el segundo director de mayor servicio que haya tenido el FBI, solamente después de J. Edgar Hoover, su fundador. Mueller, nombrado director del FBI en 2001, se vio confrontado de inmediato por los ataques del 11 de septiembre durante la administración de George W. Bush, y posteriormente renovó con Barack Obama por algunos años, dejando el puesto en 2013, que tomó el hoy famoso James Comey.
Mueller tuvo una buena carrera en la oficina de investigaciones. Entró apenas unas semanas antes de los ataques del 11 de septiembre, y dejó su puesto antes del atentado en el maratón de Boston. Fue ratificado en todas las oportunidades bajo amplia aceptación de ambos partidos políticos.
La imposibilidad de Sessions de seguir en el tema ruso, apuntó de nuevo el protagonismo a Mueller, de 70 años, que se encontraba retirado, apoyado en la academia. Demócratas presionaron al viceprocurador de justicia, Rod Rosenstein a que nombrara a un comisionado especial para investigar la injerencia foránea ante la retirada de Sessions. Rosenstein cedió a la presión de inclusive algunos republicanos y nombró al exdirector del FBI, Robert Mueller, ante el beneplácito de ambos partidos.
Como comisionado, Mueller tiene los mismos poderes que un fiscal de distrito de Estados Unidos. Incluye la capacidad de realizar una investigación exhaustiva de posibles delitos cometidos, emitir citaciones y, en última instancia, presentar cargos si es necesario. La ley establece que el comisionado “ejercerá, dentro del alcance de su jurisdicción, el poder total y la autoridad independiente para ejercer todas las funciones de investigación y fiscalía de cualquier abogado de Estados Unidos”. Los poderes de Mueller son amplios. Tiene la autoridad para citar y otros elementos relacionados con la investigación. También tiene la autoridad y libertad para elegir su personal. Son justo esos poderes los que utilizó para presentar cargos contra tres asesores de la campaña del presidente Trump.
El expresidente de la campaña Trump y responsable de conseguir los delegados necesarios en la convención para la candidatura, Paul Manafort, se entregó a la FBI y se declaró inocente de los cargos de lavado de millones de dólares a través de compañías ficticias extranjeras, así como Rick Gates, socio de mucho tiempo de Manafort y asesor de campaña, quien también se entregó ante las acusaciones. Mueller anunció que George Papadopoulos, exasesor de política exterior de la campaña de Trump, se había declarado culpable de mentirle al FBI y estaba cooperando con los investigadores.
Para Mueller, el caso sigue creciendo. La curva de acercamiento a la campaña de Trump se mantiene en ascenso y las señales son claras: Mueller está dispuesto a llegar a las últimas consecuencias para dar un resultado final de la investigación en curso.
Lejos de apagarse, la llama del involucramiento de Trump se enciende a sólo nueve meses de su presidencia. Si bien los delitos por los que se le acusa a Manafort no están relacionados directamente con la campaña presidencial de Trump, a la que el mismo Manafort tuvo que renunciar tras las acusaciones de cercanía con el gobierno ucraniano de Viktor Yanukovich, cercano a su vez a Vladimir Putin, si son presiones y herramientas con las que cuenta Mueller para llegar al fondo de la información, entendiendo la dificultad que enfrenta ante una Casa Blanca renuente a cooperar con la investigación de cualquier modo posible.
Puede ser poco probable que Manafort aporte información de relevancia a Mueller, pero más allá de eso, el mensaje está puesto y la investigación continúa hacia personajes como Jared Kushner. Ante la seriedad de las acciones de Mueller, algunos republicanos se suman al ataque de la Casa Blanca contra él y plantean la posibilidad de una cancelación o despido de la comisión. Los poderes presidenciales le podrían permitir a Trump despedir a Mueller y ante ello, algunos demócratas llaman por su parte a blindarlo y su comisión de cualquier atentado presidencial, conociendo que a Trump muy poco le podría importar las consecuencias públicas de un despido, pero sin mucho las de una pena legal.
Personajes como Stephen Bannon se han lanzado a la destrucción de la reputación de Mueller que fue aupado consensualmente por ambos partidos. La guerra ideológica de Bannon se centra sobre la defensa de una presidencia que peligra ante una investigación que crece y no se apaga. Los republicanos están tentados cada vez más a actuar contra Mueller de igual manera ante la seriedad de las acusaciones. Los cargos contra Manafort no son el principio del fin, pero sí la continuación de algo que crece. Si algo ha enseñado la historia, es que cuando una luz no se apaga, eventualmente algo se encuentra, y esa luz la acerca peligrosamente Mueller a Trump.