Periodista no. Reportero. Hace muchos, pero muchos años, en 1979 mis camaradas del Partido Comunista Mexicano me enviaron como periodista a la Guerra de Nicaragua, pero yo no tenía la formación académica como periodista. Ellos suponían que sabía observar y que dominaba el método de análisis del materialismo dialéctico.
A los 20 días de estar en el Frente Norte llegué a Managua. Se me notaba que comí poco durante esas semanas y también me asomaban los primeros síntomas de una tifoidea. Dos periodistas profesionales mexicanos, Roberto Rodríguez Baños y Elías Chávez habían arribado un día antes desde la Ciudad de México, supieron donde había estado y el porqué de mi semblante famélico. Me invitaron a comer al Lobster, casi gratis. Digo casi gratis porque no fue por mera compasión, su interés tenía pies. En la comida me dieron una buena “sopeada” durante dos horas (para quienes no manejen nuestro argot sopear es hacer entrevista sin avisar y sin grabadora). Ya con el estómago lleno de langosta les dije:
-- Gracias señores periodistas. -- Y ambos, respondieron simultáneamente:
--No. Sólo reportero.
-- Y gracias por compartir datos y color de donde ganaron la guerra los sandinistas --dijo uno de ellos con expresión de haber logrado algo importante.
Sí, me sopearon gacho, como reporteros que eran. Supieron conseguir información de primera mano de un testigo en zonas donde entraron muy pocos periodistas. Y yo sonriente. Hasta después lo comprendí.
Esa misma definición de la identidad principal de ser periodista se la escuché nuevamente a Raymundo Riva Palacio en 1981, cuando éramos vecinos de máquinas de escribir en Excélsior.
Fue así: yo llegué después de las 17:30 horas a entregar información por primera vez a la redacción de un diario grande. Nunca había hecho notas diarias. Cuando me topé con el viejo Luis de Cervantes, jefe de información, me gritoneó y sentenció que ya no entraría mi nota porque era muy tarde y no había pasado el Budget.
-- ¡¿El qué?” – preguntaba para mis adentros.
Raymundo, aunque galopaba alegremente en su Olivetti tenía aguzado el oído y no disimulaba una sonrisa burlona por mi cara de ¡What! Me llamó discretamente y me preguntó:
--¿No sabes que es Budget verdad? Me explicó con sencillez. Creo que pude hacerlo, pero mejor se lo llevé al director para no toparme con el regañón y ordenó que se colocara en primera plana. Al regresar le agradecí la salvada a Riva Palacio.
-- Gracias señor periodista--- y también me respondió:
--Reportero.
Luego interpreté: Raymundo sabe oír, contextualizar de inmediato y explicar con sencillez.
En el transcurso de otros años, como 11 más o menos, cuando alguien me decía periodista yo repetía como perico: --reportero. -- Pero no sabía explicar suficientemente la diferencia.
Cuando me echaron de Excelsior (por “rojillo”, me acusaron) sentí la necesidad de ser mejor periodista, como esos tres reporteros que refiero. Yo deseaba seguir haciendo periodismo. Y bien hecho. Busqué cómo investigar a fondo qué y cómo era ser periodista en México. Para 1998 mis inquietudes produjeron un reportaje gigante de los problemas y riesgos que conlleva nuestra actividad. Se convirtió en el libro Solo para periodistas (Edit. Grijalbo-Uníos. 1999).
En aquel trabajo derivé una definición de periodista que pone por delante al reportero como sinónimo de investigador, analista y buen redactor, que tiene la responsabilidad social de informar y toma su profesión en serio, como forma de vida.
Pero esa definición de carácter académico elaborada por un reportero que se especializó en temas de su profesión todavía no le ha podido ganar a la que defienden abogados y comunicólogos.
Hoy, lo más aceptado en la ley federal de protección, en otras de los estados y en resoluciones de la Corte es una definición demasiado general porque se concibe como periodista a todo usuario de la libertad de expresión en México, incluidas las empresas de prensa y a la marabunta desinformadora en las redes sociales.
¿Es aceptable que se diga que son periodistas todas las personas que participan en los medios de comunicación como defienden abogados y comunicólogos? ¡Claro que no!
La realidad es más cabrona (perdón por decir la realidad).
A quienes se agrede y asesina mayoritariamente son a mujeres y hombres reporteros de los estados de la República y a muy pocos colaboradores periodísticos, a muy pocos articulistas, a muy pocos opinadores sin sustento profesional que plagaron las redes sociales.
Como dicen los filósofos, lo que define al ser social es su función principal ante la sociedad a la que pertenece, su rol social es lo esencial de un periodista.
En ese sentido, la esencia de un periodista profesional la define su tarea permanente de informar, informar, informar. De lo bueno y de lo malo. Y, asumir que esa es su responsabilidad social.
La función social de informar profesionalmente pone la base, el cimiento de todo el proceso informativo de la prensa. Esa base la forman las y los reporteros, quienes consiguen la información novedosa, trascendente y la convierten en noticia; son quienes proveen esa materia prima para editores, para los públicos, para articulistas y otros opinadores, para investigadores académicos, para historiadores y, por supuesto aporta lo que es aceptado por todos, para las relaciones democráticas.
Humberto Musacchio, sintetizó esa esencia del periodista profesional en el prólogo del libro Sólo para Periodistas: -- en las redacciones –escribió — el reportero ocupa el lugar más alto de la escala periodística. –
¿Qué nos convierte en periodistas profesionales?
En resumen: la esencia es poder ser reportera o reportero con suficientes conocimientos y habilidades para cumplir con la función social de informar.
Viejos y nuevos riesgos
¿Cuál es el riesgo mayor de un periodista? Muchos riesgos nos amagan cuando reflejamos la vulnerabilidad inicial: no ser profesional como reportera o reportero.
Durante los casi 45 años de estar en esta actividad he padecido, y testificado en otros, todos los riesgos. Siempre habrá riesgos para quienes revelan información nueva, para las y los reporteros (exclúyanse a los repetidores de boletines).
Así es la realidad, muchos riesgos acechan a quienes no sabemos delimitar los asuntos que son del interés de la gente, cuando no sabemos investigar con suficiencia, cuanto carecemos de método de análisis para poder contextualizar los hechos. Hay quienes sabemos hacer esto, pero tenemos debilidades para estructurar todos los datos, redactarlos en un lenguaje que todos entiendan.
Pero el mayor riesgo es hacer mal periodismo, ya sea por deficiente formación profesional, por no verificar o por hacerlo deliberadamente al ocultar o inventar noticias, por aceptar dádivas; también por no saber usar protocolos de autoprotección al buscar información de nota roja, sobre corrupción, o delincuencia organizada. Ser profesional es apegarse a las normas de ética de esta actividad. En el gremio es conocida la sentencia de Ryszard Kapuściński: “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”.
Es posible reducir riesgos
En 2011 acudí como alumno a un taller de la organización Protección Internacional. Allí pude conocer una ecuación matemática para evaluar riesgos, ecuación que recomiendo toda ocasión posible: el peligro será mucho mayor cuando se presente una amenaza y nos encuentre con muchas debilidades. Y lo contrario: muchos riesgos se reducen cuando son mayores nuestra fortalezas y/o capacidades profesionales.
Reto a cualquier colega que refute con argumentos que el promedio nacional de periodistas profesionales padece al menos seis grandes vulnerabilidades que facilitan todo tipo de agresiones y, por supuesto, las más violentas.
1. Ante nosotros mismos por debilidad profesional, debido a deficiente formación académica y deontológica;
2. Ante agresiones violentas, muy acentuadamente en algunos estados de la federación por dos tipos de perpetradores: servidores públicos y delincuencia organizada;
3. Ante omisiones y malas prácticas de gobiernos, ministerios públicos, jueces y tribunales que han permitido una impunidad mayor del 90 por ciento;
4. Ante el régimen legal que no reconoce los derechos de los informadores profesionales, por mala aplicación de las leyes o por castigos civiles o penales injustos;
5. Ante empleadores por salarios y prestaciones no profesionales, y que además no protegen ante coberturas riesgosas o ante agravios, ni facilitan capacitación permanente.
6. Por debilidad gremial, debido al exceso de organismos no unitarios ni defensores de la profesionalización.
No es tan difícil de probar que los más agredidos y una alta proporción de los asesinados padecían estas y otras debilidades. Las y los colegas más vulnerables son quienes están más expuesto a peligros.
En todas las reuniones con mis pares les machaco recomendaciones para reducir dos de estas vulnerabilidades:
Para quienes ya eligieron ser reporteros como forma de vida tienen que asumir como obligación, (igual que los médicos, los abogados, los ingenieros, etcétera) que es indispensable la capacitación continua y, si tenemos la suficiente modestia, acercarnos a quien reconozcamos como periodistas éticos para aprender de ellos en la práctica. Es lo mínimo para reducir el riesgo mayor de ser mal periodista.
Para evadir los otros riesgos, sobre todo amenazas contra nuestra integridad y vida tenemos que estimular el espíritu de cuerpo con todas y todos los colegas (incluidos a los que les sacamos la lengua, a quienes les damos la espalda por hacer cosas muy criticables o por mera antipatía); No perdemos nada y ganamos mucho si aceptamos unirnos para algo muy sencillo: formar redes de autoprotección de reacción rápida ante amenazas y agravios.
En Hidalgo, una red así puede promoverse desde la fundación que, según vemos está comenzando a rendir frutos.
Más jornadas unitarias
Tengo que felicitar a los periodistas Alberto Witvrun y Alejandro Gálvez por haberme invitado a la Semana de Periodismo en Hidalgo para exponer sobre este tema que se reaviva cada que asesinan a un colega.
He de felicitarlos por dos cosas: impulsar la Fundación de Comunicación y Periodismo con el propósito de coadyuvar a mejorar la información para la gente y a nuestra profesión. También a todas las personas que apoyan para organizar estas jornadas.
Estos foros son como ventanales para mejorarnos entre nosotros, para que la ciudadanía sepa más de nuestro trabajo, de nuestros aciertos, errores y padecimientos; son jornadas donde podemos exponer a quienes nos maltratan, nos presionan, nos corrompen, nos agreden.
Semanas así, como esta que ustedes organizan desde hace tres años, debieran hacerse en cada entidad de la República y ser apoyadas por universidades, por empresas, por la sociedad organizada. Es una forma de transparentar el ejercicio del periodismo.
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Texto presentado con el título de esta columna el Viernes 25 de febrero de 2022, el último día de la Semana de Periodismo en Pachuca, organizada por la Fundación para la Comunicación y el Periodismo de Hidalgo.