El más reconocido ha sido Mario Molina (Premio Nobel 1995), pero además de él, —que contribuyó a prevenir unos 500 millones de cánceres de piel—, muchos mexicanos han participado en descubrimientos que han cambiado no sólo el curso de la ciencia sino el de la humanidad.
Ricardo Miledi (Chihuahua 1927 - Irvine, EU, 2017) colaboró en el trabajo de Nobel que descubrió el funcionamiento de la conducción eléctrica de las neuronas; Francisco Bolívar Zapata, en la creación del primer organismo genéticamente modificado, y Luis Herrera Estrella, en la primera planta genéticamente modificada, por poner sólo tres ejemplos. Todos estaban haciendo ciencia básica que, como exploración del universo y la naturaleza, hace énfasis en la búsqueda de conocimiento y es, por principio, inútil; se encuentran cosas que tal vez algún día sirvan para algo, pero tal vez, y la mayor parte de las veces, no.
Así, eran ejemplos estupendos para celebrar el 10 de noviembre, Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo, que además coincide con que, desde el 8 de julio, es el Año Internacional de la Ciencia Básica para el Desarrollo Sustentable, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Sin embargo, nos toca conocer un aspecto de la cruda realidad que, para México, está detrás del quehacer científico y de su impacto en el país.
Fuera, fuera
Los cuatro científicos estaban trabajando fuera de México cuando participaron en los descubrimientos: Molina, en la Universidad de California en Irvine con Sherwood Rowland; Bolívar Zapata (Premio Princesa de Asturias 1991) estaba en San Francisco, California; Herrera-Estrella, en el laboratorio de Marc van Montagu de la Universidad Ghent, Bélgica, y Miledi (Premio Princesa de Asturias 1999), con Bernard Katz en el University College London.
Aunque todos regresaron al país a trabajar e hicieron grandes aportaciones (como participar en políticas climáticas o sentar las bases del actual Instituto de Biotecnología de la UNAM, por ejemplo), se puede decir que en general las innovaciones de los descubrimientos en que participaron no se hicieron en México.
No sólo eso, sino que en el caso de Herrera Estrella, existen prohibiciones para el uso de las plantas genéticamente modificadas de consumo alimenticio humano, aunque se usa, por ejemplo, algodón con genes de resistencia a las plagas.
Esto se debe a que el aparato de innovación mexicano está muy atrasado, no sólo con respecto a otros países, sino con respecto al desarrollo del quehacer científico del propio México.
Según la teoría económica, la innovación sí requiere de la ciencia, pero sobre todo emprendedores que transformen el conocimiento en productos, servicios y procesos que lleguen a la gente.
Este año, México descendió tres posiciones en el Global Innovation Index, del 55 al 58, su posición más baja desde 2017. Entre los rubros en los que está bien posicionado cabe destacar el de investigación y desarrollo, donde tiene el lugar 37, y el primer lugar que tiene en exportaciones de productos creativos.
Los peores lugares los tiene en los ambientes político y regulatorio, pues en los renglones de imperio de la ley estamos en el lugar 104; en estabilidad política, en el 116, y en el de políticas para hacer negocios, en el 120.
La nueva generación
Laura Palomares representa a una generación posterior, no sólo por la edad y por el hecho de ser mujer —que actualmente son mayoría en la investigación biomédica—; sino porque, en sus palabras, tiene tanto una visión de científica, que la hizo dedicarse al estudio de los virus por la fascinación que le provocaban, pero también de ingeniera, por lo que se ha dedicado al diseño y la fabricación de vacunas.
Durante su investigación posdoctoral, Palomares participó en el desarrollo del sistema de vector de expresión del baculovirus de insecto en el laboratorio de Mike Shuler en la Universidad de Cornell.
Esta tecnología, que hasta entonces era sólo una herramienta de laboratorio, permitió hacer entre otras la primera vacuna de ADN recombinante contra la influenza, la cual “ofrece muchas ventajas”, asegura una revisión reciente del tema.
Por ejemplo, no es necesario cultivar el virus, por lo que “no hay riesgo para los manipuladores que hacen la vacuna ni para el medio ambiente”. Además, este método acorta los tiempos de manera que bastan pocas semanas para tener una producción masiva que podría usar en casos de emergencia como el de 2009 con gripe influenza A H1N1. Palomares, además, según contó hace unos meses a ejecentral, tuvo “la oportunidad de trabajar en el desarrollo y registro en México” de este tipo de vacunas, lo cual se consiguió en octubre de 2015 y permitió que los laboratorios Liomont la fabricaran en el país.
Epílogo: la prueba de la pandemia
La pandemia y la actual administración han puesto a prueba al sistema de ciencia e innovación mexicano en general y a algunos de los científicos mencionados en esta nota en particular.
Por ejemplo, Bolívar Zapata ocupó de 2012 a 2015 la coordinación de Ciencia, Tecnología e Innovación del Gobierno de la República, posición que desapareció con el actual gobierno.
El último artículo de investigación de Molina, quien fue asesor en temas atmosféricos y de medio ambiente del presidente Peña Nieto (y de Obama en EU), fue un intento de demostrar la utilidad de los cubrebocas para protegerse del SARS-CoV-2. Alfredo Herrera Estrella, hermano
de Luis, quien es también un destacado biotecnólogo y trabaja en el Cinvestav de Irapuato, participó en el diseño de un sistema que permitía revelar 960 pruebas para detectar al coronavirus al mismo tiempo, innovación que no recibió apoyo gubernamental alguno.
Palomares, que fue quizá la primera académica en advertir del peligro de la pandemia, diseñó una vacuna contra el coronavirus que no tuvo apoyo para desarrollarse ni para hacer pruebas clínicas.
SIGUE LEYENDO:
Autoridades recomiendan vacuna contra viruela, pero sólo en papel
Emiten 10 razones para reducir contaminantes y evitar una catástrofe