De un tiempo a esta parte parece que el pesimismo se ha asentado en el alma del mexicano. Es porque las cosas que se ven y que se viven no corresponden a las expectativas que nacieron con cada uno de nosotros y mucho antes: las de vivir en paz y con trabajo; en armonía y con salud; con todo cumplido para todos, con justicia, igualdad, solaz… y todo eso que suena a cantaleta pero que hace a pueblos felices. ¿Hay pueblos felices? Si… ¿por qué no? Cada uno a su manera.
¿Lo somos nosotros? Sí; pero por nuestra propia cuenta y riesgo. Ya veremos.
Lo que se ve en lo inmediato es ese pesimismo que nos lleva a la introspección y a la reflexión individual para identificar condenas y pesares, responsables y caminos de solución. Los hay quienes, por lo mismo, no esperan a las aguas de mayo para decir a los cuatro vientos lo que les hace cachitos el alma.
Ocurrió cuando el director de cine Alejandro González Iñárritu dijo en su momento estelar, cuando lo veían millones de seres humanos, en la recepción de su Oscar por su mejor película, que ojalá que nuestro país ‘llegue a tener el gobierno que merece’; y luego amplió refiriéndose a la corrupción, como fuente de todos los pesares nacionales.
Otro director de cine, Guillermo del Toro dijo también: “A muchos de nosotros nos van a olvidar, pero a ellos (los políticos), las chingaderas que hacen, las va a recordar la historia”…
“¡Lo que me contagiaste Max, lo que le contagiaste a todos, fue tu mala suerte. Tu malísima, pésima, perra mala suerte!” exclama Carlota en el exilio al saber de la muerte de Maximiliano en México. La escribió Fernando del Paso (1935), en su excelente novela histórica “Noticias del Imperio”…
El creador defeño, asentado en Jalisco, es uno de los grandes maestros de México y su herencia para el futuro de nuestro país está en su magnífica obra literaria, tres de las cuales son muestra de excelencia: José Trigo (Premio Xavier Villaurrutia en 1966), Palinuro de México (Premio Rómulo Gallegos en 1982) y Noticias del Imperio (Premio Mazatlán de Literatura en 1988).
Como en las de él, en las expresiones de los cineastas, muchos intelectuales y artistas, periodistas, predomina el pesimismo, pero al mismo tiempo subyace a esa gran reflexión nacional el amor a México y la preocupación por su futuro y el de su gente, el México de hoy y los mexicanos de mañana.
Fernando del Paso recibió el 8 de marzo pasado, en Mérida, Yucatán, el Premio a la Excelencia en las Letras “José Emilio Pacheco” (el gran amoroso de México). Ahí exclamó:
“Quiero decirte [José Emilio Pacheco] que yo también amé a tu manera a esa patria de los cuantos bosques y ríos y de la ciudad monstruosa que fue tu cuna y la mía. Quiero decirte lo que tú ya sabes: que hoy también me duele hasta el alma que nuestra patria chica, nuestra patria suave, parece desmoronarse (…)
“Quiero decirte que a los casi ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia, sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas… ¡Qué pena, si, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia! (…)
“Ahora estoy dispuesto a llenar este vacío con el recuerdo de tus palabras, de tu presencia y de tu lucidez. Nunca como hoy día me pregunto qué hicimos, José Emilio, de nuestra patria, a qué horas y cuándo se nos escapó de las manos esa patria dulce que tanto trabajo les costó a otros construir y sostener. ¡Ay, José Emilio! Sí, dime cuándo empezamos a olvidar que la patria no es una posesión de unos cuantos, que la patria pertenece a todos sus hijos por igual, no sólo a aquellos que le cantamos y que estamos muy orgullosos de hacerlo: también a aquellos que la sufren en silencio”.
En un acto de injusticia y de incomprensión, el gobierno mexicano se siente agraviado por estas reflexiones públicas. Se indigna y sus vasallos reaccionan y contestan más en tono de berrinche que puestos en la zona de la reflexión y de la argumentación sólida.
Un gobierno que no percibe que hay dolor en el país y que hay voces que le llaman para entenderse como responsable y aun probable solución; aunque en contraposición éste país tenga, a la manera de lo que nos prometiera Miguel Ángel Granados Chapa en su artículo de despedida, el recurso de salvación: el arte, como fuente de inspiración del cambio.
Y es en ese sentido que este gobierno que no termina por entender que no entiende ni se entiende, tiene enfrente la grandeza mexicana para decirle que el camino está equivocado y que los pesares nacionales duelen en el alma porque duele al corazón de todos los mexicanos.
Un gobierno inteligente es aquel que ante la crítica se comporta a la altura y percibe si aquella tiene el sentido personal o malévolo, o de Estado, y si es en este caso, tendría que estar agradecido porque a la manera del César, alguien le está diciendo que despierte a la vida porque es humano, que no olvide que es humano, aun si es César.
Y tendría que reconocer que como los rapsodas griegos, los mexicanos del arte tienen la responsabilidad de mirar la trascendencia de nuestra estirpe y defenderla, porque la patria es de todos, se dice ahí.
Bien que lo digan. Ojalá y sus palabras sean escuchadas y atendidas y valoradas como un orgullo de lo mexicano por lo mexicano. Ojalá. Sí. Ojalá y sea por ahí la solución y la expresión: el arte.