México, el lugar donde alunizó la nueva arqueología
Descubrimientos hechos en cuevas mexicanas podrían marcar un antes y un después, no sólo para descifrar la historia de cómo se pobló el continente, sino para la arqueología genética en general

En 1590, menos de un siglo después de que los europeos llegarán a América, el misionero jesuita José de Acosta publicó la hipótesis de que el poblamiento de este continente se debía a que los descendientes de Adán y Eva pasaron desde el norte de Rusia hacia lo que hoy llamamos Alaska. Lo que de entonces hasta la fecha no está tan claro es cuándo sucedió este paso.

La mayor parte de los científicos actuales sostienen que la humanidad pasó por el estrecho de Bering hace unos 14 mil años, cuando el mar estaba más bajo y que buena parte de la zona estaba congelada, lo que facilitó el paso a pie. Esta idea parece ser corroborada por el hecho de que los restos humanos más antiguos de este continente analizados por la tecnología del carbono 14 tienen unos 11 mil 600 años.
Sin embargo, hay diversos indicios de seres humanos en América que tienen al menos el doble de esa edad. Por ejemplo, en febrero de 2006 se reportó que en la Cuenca de Valsequillo, al sur de Puebla, se encontraron huellas humanas conservadas en lodo de cenizas volcánicas que se endurecieron desde hace más de 40 mil años.
Otros indicios importantes están en el sitio de Rancho La Amapola en Cedral, San Luis Potosí; el lugar de matanza del mamut en Santa Isabel Ixtapan, cerca de la Ciudad de México, y la Cueva del Chiquihuite en el norte de Zacatecas.
Pero este año se publicaron nuevas evidencias de las cuevas Coxcatlán, en el Valle de Tehuacán, y de la del Chiquihuite que datan de hace alrededor de 30 mil años y que igual que en las otras evidencias tempranas, no incluyen restos humanos como tales.
Lo que resulta difícil de creer es que aún si no se encuentran ese tipo de restos estos hallazgos marcarán un antes y un después para entender, por un lado, cómo fue que los primeros pobladores de América recorrieron y ocuparon con grandes números todo el continente, extinguieron a la megafauna y tuvieron el impresionante desarrollo agrícola que creó las papas en la región andina, el maíz en México y, como comentamos hace unos días en estas páginas, los árboles frutales de las selvas amazónicas. Por otro lado, estos descubrimientos van a cambiar a la arqueología como ciencia.
Con un pie en el pleistoceno
Hace poco más de un año, el 22 de julio de 2020, un tanto desapercibidos por el aumento de casos de Covid-19 en todo el mundo, se publicaron en la revista Nature los resultados de una investigación que podría significar el cambio definitivo de las hipótesis que se tienen sobre cuándo llegó la humanidad a América.
Al norte de Zacatecas, cerca de Concepción del Oro, una pequeña población de alrededor de siete mil habitantes, se encuentra la Cueva del Chiquihuite. Descubierta en 2010 por Ciprian Ardelean, arqueólogo de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), la cueva quedó sellada a consecuencia de un derrumbe a finales del Pleistoceno.
La Cueva del Chiquihuite no tiene signos evidentes de ocupación humana, como pinturas rupestres o huesos de animales sacrificados; sin embargo, Ardelean y un gran equipo de arqueólogos de distintas instituciones de diversas partes del mundo reportaron el hallazgo de alrededor de mil 900 artefactos hechos de piedra.
Estas herramientas de piedra y los escombros de su fabricación, encontrados a unos tres metros de profundidad, por su manufactura son claramente distintos a los de la cultura Clovis, de hace unos 13 mil años, encontrados en Nuevo México y que durante un tiempo se consideraron no sólo los más antiguos de América sino la cultura ancestral de la que derivarían el resto de las poblaciones del continente.
Sin embargo, la evidencia cultural que encontraron Ardelean y sus colegas data, según las pruebas de carbono 14 y luminiscencia, del periodo conocido como Último Máximo Glacial, que ocurrió entre 26 mil 500 y 19 mil años. De acuerdo con los autores, esto haría retroceder las fechas de la dispersión humana por el continente posiblemente hasta hace unos 32 mil años.
En una entrevista concedida al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Ardelean detalló que en la Cueva del Chiquihuite, que tiene dos cámaras interconectadas, cada una de más de 50 metros de ancho y 15 metros de alto, bajo las estalagmitas que abundan en el suelo, “uno pisa el Pleistoceno”.
Un brinco de 15 mil años

Las herramientas de piedra son un magnífico indicio, pero cuestionable; se puede decir, por ejemplo, que es posible que hayan sido enterradas por personas que llegaron miles de años después. Sin embargo, Andrew Somerville, Isabel Casar y Joaquín Arroyo-Cabrales, de Iowa State University, el Instituto de Física de la UNAM y el INAH, respectivamente, encontraron evidencias más difíciles de cuestionar.
En la Cueva de Coxcatlán, ubicada en el Valle de Tehuacán al sur del estado de Puebla, estos investigadores desenterraron huesos de animales que parecen haber sido procesados por humanos y herramientas de pedernal que tienen detalles que sugieren que la cueva estuvo ocupada por humanos antes del Último Máximo Glacial.
El Valle de Tehuacán es reconocido desde hace tiempo como el lugar en que empezó la agricultura en Mesoamérica hace unos siete mil años y, en principio, estos tres investigadores encontraron que los huesos que encontraron tenían edades que coincidían con las fases estratigráficas ya conocidas en la zona: El Riego, hace entre 10 y ocho mil años; Coxcatlán, de ocho
a seis mil 400, y Abejas, de seis mil 400 a cuatro mil 600 años.
Sin embargo, los huesos de la fase llamada Ajuereado, que normalmente va de hace 11 mil 500 años a hace nueve mil, “arrojaron edades sorprendentemente antiguas”, escribieron los autores en el reporte publicado en mayo pasado en la revista Latin American Antiquity. Esas edades van desde hace 33 mil 523 años a 28 mil 354.
Los autores admiten que el salto es muy grande y que sus hallazgos requieren ser reevaluados, aunque los consideran válidos por diferentes consideraciones físicas y químicas de las muestras y porque todos sus otros resultados coinciden con lo que normalmente se mide.
Diversos estudios indican que justo antes del Último Máximo Glacial fue cuando el volumen de hielo global estaba en su punto más alto y los niveles del mar estaban en su nivel más bajo; es decir, ideal para pasar por el estrecho de Bering. Ese período ocurrió hace entre 35 mil y 28 mil 500 años.
Las investigaciones en el sitio de Rancho La Amapola en Cedral, San Luis Potosí, publicadas en los años ochentas y noventas, encontraron muestras de carbón de fogatas que van desde aproximadamente 45 mil a 25 mil años, un raspador discoidal de piedra astillada y huesos de fauna del Pleistoceno, incluida una tibia de caballo rota y utilizada.
Por otra parte, los restos de un esqueleto de mamut desarticulado encontrados en Santa Isabel Ixtapan II estaban asociados con tres puntas de proyectil de piedra y marcas de corte en los huesos y demostraron que los humanos habían destazado el cadáver, según lo publicado en 1956. En 2015 se estimó que los restos del mamut tenían entre 14 mil 500 y 10 mil 800 años.
Hay más investigaciones que apuntan a la llegada de la humanidad a América antes de la cultura Clovis, pero estas son las que tienen datos más confiables.
11,000
años aproximadamente tienen los restos humanos más antiguos encontrados en México que se han datado. Provienen de una joven mujer descubierta en la cueva sumergida de Hoyo Negro en Quintana Roo.
El alunizaje de la arqueología, qué oso
El 19 de abril de 2021 se publicó en la revista Current Biology lo que algunos ya han llamado “la llegada a la Luna” de la arqueología: los primeros resultados del uso de las sondas moleculares de ADN en un trabajo hecho dentro de la Cueva del Chiquihuite.
En 2015 se publicó la demostración de que se podían aplicar las sondas moleculares de ADN que hacen posible “obtener ADN de forma sistemática a partir de muestras de sedimentos, se puede estudiar a las personas que vivían en cientos o miles de lugares, incluso si no dejaron sus restos”, explica Benjamin Vernot, genetista del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva.
“Esto abre la posibilidad de obtener una visión mucho más amplia de la historia genética de poblaciones pasadas”, le dijo con emoción Viviane Slon, paleogenetista de la Universidad de Tel Aviv, a la revista Science a principios de julio pasado.
La emoción de los investigadores es comprensible: estas sondas permiten trabajar con ADN de muestras de suelo, lo que significa que los científicos ya no tienen que depender de muestras de ADN que encuentren en huesos o dientes para obtener suficiente material genético para recrear un perfil de ADN antiguo. Así, no solo pueden detectar rastros de especies biológicas, pueden usarse para reconstruir ecosistemas completos.
El primer equipo científico en publicar resultados con estas sondas de ADN fue el encabezado por Eske Willerslev, director del Centro de Geogenética de la Fundación Lundbeck en la Universidad de Copenhague, que recreó genomas de animales, plantas y bacterias a partir de fragmentos de ADN encontrados en la cueva deL Chiquihuite.
Los investigadores destacan los genomas completos, que obtuvieron a partir de muestras que incluían heces y gotas de orina, de un oso negro americano de la Edad de Piedra, y otro de un oso depredador de cara corta (Arctodus simus), especie que se extinguió hace 12 mil años y que medía casi dos metros a cuatro patas y podía pesar hasta una tonelada.
Willerslev dijo en un comunicado del St John’s College de la Universidad de Cam-
bridge, del cual es miembro: “Imagínense las historias que esos rastros podrían contar. Es un poco loco, pero también fascinante, pensar que, en la Edad de Piedra, estos osos orinaron y defecaron en la Cueva de Chiquihuite y nos dejaron los rastros que podemos analizar hoy”.
13,500 años habrían pasado desde que los primeros humanos cruzaron Bering, según el modelo tradicional del poblamiento de las Américas.
Epílogo
Apenas unos días después de la publicación del equipo de Willerslev, el pasado 12 de julio Pere Gelabert y Ron Pinhasi, de la Universidad de Viena reportaron en la revista Current Biology que en la cueva Satsurblia en el oeste de Georgia, en sedimentos de entre 32 mil y 17 mil años de antigüedad, encontraron material genético de una mujer, lo que parecía un perro y ganado.
Al comparar estos genomas con genomas modernos encontraron que la mujer representa a un grupo de humanos modernos nunca antes descubierto que vivió hace unos 25 mil años y cuyo linaje contribuyó a los europeos modernos y un poco a los asiáticos; que el “perro” en realidad pertenecía a un linaje de lobos ahora extinto, y que el genoma bovino pertenecía a un bisonte. Los investigadores no tienen aún pistas suficientes para saber si las especies coexistieron u ocuparon la cueva con cientos o miles de años de diferencia.
En 2020, poco después de que se dieran a conocer los descubrimientos de la Cueva del Chiquihuite, el INAH la cerró a los visitantes, para evitar que humanos contemporáneos pudieran contaminar con su ADN los sedimentos donde ojalá unos humanos del Pleistoceno hayan, por lo menos, orinado.