México, a la zaga en la carrera por tratamientos
Proteger al cuerpo médico, salvar vidas y frenar la epidemia depende de las pruebas, investigaciones y desarrollo que se están realizando en todo el mundo y de las que apenas se tendrán resultados en un mes. México trata de librarse de la dependencia tecnológica
Por todo el mundo, hay expertos tratando de desarrollar pruebas, medicamentos y vacunas contra el Covid-19; de eso depende no solo la salud de las personas, también la posibilidad de reactivar la actividad económica.
En esta carrera, México está recién empezando a ver por dónde está la línea de salida. Apenas el 30 de marzo la UNAM puso el ejemplo haciendo público que destinaría fondos del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT) para que sus docentes e investigadores crearan “propuestas innovadoras contra el Covid-19”.
El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), dirigido por María Elena Álvarez-Buylla, ha estado en silencio tratando de sacar su agenda de pleitos administrativos con el Foro Consultivo Científico y Tecnológico y el Sistema Nacional de Investigadores, y haciendo una consulta de propuestas para una nueva Ley de Ciencia y Tecnología, y aunque su directora asegure que han estado en coordinación con la Secretaría de Salud, lo cierto es que no han destinado fondos ni convocado a la comunidad de ciencia y tecnología para articular sus esfuerzos, que los hay aunque aislados, para enfrentar al coronavirus.
Por su parte, la Secretaría de Salud presentó el 31 de marzo las cinco pruebas clínicas que está llevando a cabo, que implica un esfuerzo que puede tener un impacto importante.
Entre urgencia, seguridad y eficacia
Si bien los expertos coinciden en que una vacuna sería la solución más conveniente, aunque no la definitiva, pues habría que estarla actualizando constantemente, la búsqueda de medicamentos es fundamental, por un lado, para salvarles la vida a quienes estén más enfermos, pero podrían incluso ayudar a contener y detener una epidemia, según se demostraron matemáticamente dos estudios en 2005 con un modelo de influenza.
La aproximación pionera de esta búsqueda es la que tomó el equipo de Nevan Krogan, de la Universidad de California en San Francisco, que sintetizó, en células humanas en cultivo, 26 de las 29 proteínas del SARS-CoV-19, a fin de probar en ellas medicamentos que se usan contra otras enfermedades.
Su análisis, disponible abierta y gratuitamente, detectó 332 interacciones entre las proteínas del virus y de humanos; de ellas, encontraron 67 que pudieran ser interrumpidas por medicamentos que ya se están usando contra otros padecimientos, por lo que pudieran funcionar pronto para tratar el Covid-19, pues se trata de medicamentos probados, de los cuales se conocen riesgos, contraindicaciones y dosis seguras. Krogan sugirió que se podían hacer pruebas con enfermos, cosa que se está haciendo en todo el mundo.
›El esfuerzo más amplio promisorio de este tipo es Solidarity, un estudio coordinado por la Organización Mundial de la Salud en el que participan 10 países, se espera que pronto se sumen otros y consiguió más de 43 millones de dólares de más de 173 mil personas y organizaciones (como la FIFA que puso 10 millones).
Solidarity está poniendo a prueba los cuatro tratamientos que se consideró podrían dar resultados más pronto, no necesariamente los que quizá sean más efectivos; de hecho, esperan tener resultados en alrededor un mes.
México, según informó Gustavo Reyes Terán, coordinador de los Institutos Nacionales de Salud y Hospitales de alta Especialidad el martes pasado, está probando cuatro medicamentos, algunos de los cuales coinciden con los de Solidarity, y una terapia inmunológica.
Por otra parte, la aproximación que podría dar el medicamento más efectivo está enfocada en una proteína del SARS-CoV-2 llamada 3CLPRO, que tiene la función de ayudar a que se formen las otras proteínas del virus, por lo que detendría por completo la formación de nuevos virus y pararía la infección.
Además, la 3CLPRO del SARS-CoV-2 es casi igual a las de otros coronavirus que se han estado estudiado, de manera que actualmente se tiene un mapa detallado de su estructura tridimensional que fue publicado en la revista Science para que los investigadores de todo el mundo pudieran diseñar medicamentos específicos para bloquearla; incluso podría obtenerse un antiviral para cualquier coronavirus.
Test. Las pruebas de Covid-19 tienen directrices acerca de quiénes deberían hacerla, pero las decisiones acerca de su aplicación es de los departamentos de salud.
Dilemas éticos
Aunque en Estados Unidos y en China ya comenzaron las pruebas clínicas para la vacuna, que de momento solo están probando su inocuidad, los pronósticos más optimistas dan un plazo de un año para que pueda comenzar la distribución masiva de la misma.
Esta tardanza es justificable en épocas normales, y es debida a que, además del diseño, se hacen tres fases de pruebas.
La tercera fase es la más tardada, pues involucra a miles de personas que reciben la vacunas o placebos y los investigadores van registrando quiénes se infectan y quiénes no en el transcurso de sus vidas cotidianas.
Ante la pandemia, que pasó de cobrar 23 mil vidas a nivel mundial a más de 42 mil el 31 de marzo, un equipo de la Universidad de Harvard sugirió reemplazar las pruebas convencionales de Fase 3 por pruebas con infecciones controladas. Es decir, se infectaría con SARS-CoV-2 un grupo de voluntarios sanos y jóvenes para acelerar la prueba la vacuna.
›Este tipo de infecciones controladas son el antecedente de la vacunación y se usaron con frecuencia, sobre todo para prevenir epidemias de viruela desde el siglo XV hasta principios del siglo XIX. La infección controlado se ha seguido considerando en los últimos 100 años aunque en contadas ocasiones, pues los países en general no las permite, pero incluso la OMS tiene un protocolo para ellas.
El tema es, por supuesto, controvertido desde el punto de vista ético; pero, para Nir Eyal, director del Centro de Bioética a nivel Poblacional de la Rutgers University, podría hacerse de manera segura y ética para los voluntarios, quienes no estaría en mayor riesgo, sino quizá hasta menos, que los trabajadores de la salud que van a atender de manera cotidiana los hospitales durante la contingencia.
En ambos casos, la importancia de la misión sobrepasa los posibles riesgos, y el dilema moral parece menor si se le compara con las decisiones que deben tomar los profesionales de la salud en zonas críticas respecto a quién salvan y a quién dejan morir.
Colaboración no competencia
Con contadas excepciones, toda la información sobre cómo atacar al Covid-19 es abierta y gratuita o, al menos, como asegura Johnson & Johnson sobre su vacuna, no se venderá con fines de lucro, esta no es una carrera competitiva sino colaborativa; no se trata de quién llega primero a alguna de las metas sino de llegar lo antes posible a cualquiera de ellas.
Sin embargo, no es por alarmar pero a principios de 2019, la OMS dio a conocer su lista de las 10 amenazas que pendían sobre la salud global. La crisis actual es porque estamos padeciendo una de ellas, la que se refiere a patógenos peligrosos. La lista de vigilancia, además del ébola, el Zika y el virus de Nipah, incluye al Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS, por su sigla en inglés) del que el Covid-19 es una variante.
Esta amenaza, además, en países como el nuestro se combina con otra: “Atención primaria deficiente”.
Qué el mundo esté padeciendo dos de las amenazas no elimina la posibilidad de que los países puedan sufrir otra más, en estos días o en los próximos meses o años, con la posible excepción de una pandemia de influenza, dadas las medidas que se están tomando contra el Covid-19.
La OMS no la contempló en su lista de 2019, pero la falta de cultura y actividad científicas también es una amenaza, y quizá la más grave, en muchos países. No es solo que, por ejemplo, en México no hubiera un solo virólogo estudiando a los coronaviruses; tampoco que, aunque los científicos chinos dieron a conocer la secuencia genética del SARS-CoV-2 para que cada país pudiera elaborar sus propias pruebas. En el país no se hicieron ni comprar suficientes hasta hace unos días.
Es, más bien, que hay líderes, sobre todo en Brasil, Estados Unidos y México, que no han tomado sus decisiones con base el conocimiento científico, sea de la epidemiolgía, la biomedicina o las ciencias económicas, y eso está costando vidas.