Hacia la tarde del sábado, José Antonio Meade recibió el llamado. El presidente Enrique Peña Nieto lo esperaba en Los Pinos. No sabía a qué iba. Meade barajaba tres posibilidades sobre el resultado de esa reunión. La primera apuntaba a que era un llamado para que su consejo ayudara al mandatario a definir el relevo de Agustín Carstens en el Banco de México, posición para la que también había sido señalado. Las otras dos opciones tenían que ver con la sucesión de 2018.
“Su semblante era el de un hombre profundamente angustiado”, relató una persona que lo conoce. En su cabeza repasaba las señales que le habían sido enviadas una semana atrás, en otra reunión con el Presidente en la que le dijo: “tienes que estar listo y preparado para ser y para no ser. Sólo te pido que no te distraigas, que cumplas como lo has hecho hasta el día de hoy, con la responsabilidad encomendada en la Secretaría de Hacienda”.
A Los Pinos también había sido convocado el líder nacional del PRI, Enrique Ochoa, y el secretario de Educación, Aurelio Nuño. Por la cabeza de Meade cruzó la idea de que junto con Nuño eran los finalistas para la candidatura presidencial, dijo una persona que supo de sus tribulaciones. No sabía en ese momento que en la víspera, el presidente había llamado a quienes no serían candidatos. El primero en llegar fue Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación. José Narro, el secretario de Salud, y Enrique de la Madrid, de Turismo, siguieron. La noche del 24 de noviembre era el momento que el presidente había elegido para comenzar el descarte de los presidenciables.
Era una promesa que el mandatario estaba cumpliendo. Una semana antes, Peña Nieto había cenado con todos los aspirantes en la casa presidencial. Nadie se enteraría por los medios, no habría filtraciones, les dijo. El primero de los priistas había garantizado que su renovada liturgia para destapar al elegido funcionaba, y así quedó claro en la cena que tuvieron también en la residencia oficial.
Osorio Chong fue el primero en escuchar la frase con la que el presidente zanjó sus aspiraciones: “La candidatura es una y en esta no caben todos”. Uno tras otro, de forma personal, los secretarios fueron llamados a reunirse con el mandatario. Todos escucharon la misma frase, todos terminaron así su ciclo como presidenciables, con disciplina. La reunión, contra los deseos del presidente, terminó referida en columnas políticas en la prensa de la Ciudad de México.
La misma noche del viernes, Osorio Chong reunió a sus colaboradores más cercanos y les dijo que él no sería candidato. La cita del sábado parecía la de las definiciones. Pero la decisión final del presidente entre Meade y Nuño debía haber sido resuelta previamente. No obstante, fue revelada por Peña Nieto hasta la tarde-noche del sábado 25 de noviembre, cuando le dijo al secretario de Hacienda que preparara su sucesión en la dependencia que hasta ese día ocuparía, ya que él sería el elegido para competir por la presidencia en 2018.
Meade no buscó a ninguno de su colaboradores, ni se comunicó con nadie hasta el domingo, pero no para anunciar la definición del presidente en su favor, sino para anunciar el relevo que debía operar en la Secretaría de Hacienda. El ya para entonces precandidato, llevó su discreción hasta el último momento, incluso con su equipo más cercano, al que sólo ofreció señales dispersas que no dejaban claro si el resultado de su encuentro de un día anterior en Los Pinos había sido positivo. Nadie de su equipo estaba cierto si el futuro estaba en la candidatura presidencial o en el Banco de México.
Meade sólo lo compartió con los más íntimos. Aprovechó una reunión familiar, y esperó a que todos terminaran de comer para darles la noticia de que sería el candidato. Estaban sus padres Dionisio Meade y Lucía Kuribreña; su esposa Juana Cuevas, y algunos de sus hermanos. “Sin necesidad de que nos lo pidiera, le hicimos saber nuestro apoyo, nuestro cariño, nuestra confianza, y él sabe que vamos a acompañarlo en este recorrido”, relató Dionisio Meade, principal guía, consejero y constructor del candidato presidencial, con quien el niño Meade compartió horas enteras de sus vacaciones de diciembre, viendo cómo negociaba los paquetes de ingresos y egresos con el Congreso.
En ese domingo incierto para el equipo de Meade, todavía resonó la declaración que el presidente hizo el viernes anterior en Baja California, cuando apunto: “creo que andan bien despistados todos, el PRI no habrá de elegir a su candidato, seguro estoy, a partir de elogios o aplausos”. Las palabras del presidente en apariencia apagaban la lectura que los medios de comunicación habían dado del evento del 22 de noviembre, en el que el canciller, Luis Videgaray, había aparentemente destapado al todavía secretario de Hacienda, cuando lo elogió y aseguró que, con el liderazgo de Meade, “México tiene rumbo y calidad”.
Meade fue hermético en todo momento. Nunca supo que estaba cumpliendo con los rituales más fundamentales del priismo, los cuales fueron ejecutados con precisión por el presidente Peña Nieto, para posicionarlo como candidato y los cuales continuarán durante el resto del proceso electoral.
Momentos clave
La jugada cuadró, no hubo mula ahorcada, en alusión a una de las mayores aficiones personales de Meade, el dominó, en el que muchas veces, en viajes largos, ha sido pareja de juego con el presidente Peña y como contrincante a David López, exvocero de la Presidencia.
Los tiempos del destape se empataron con la sucesión del Banco de México (Banxico). La clave para Peña Nieto sería tener a la vista siempre a los finalistas, entre ellos al precandidato Meade, controlando todo, dando todas las órdenes hasta el final del destape, para salvaguardar sus lealtades a la institución presidencial y garantizar su capacidad de negociación.
La liturgia estaba en marcha; sin embargo, el presidente requería que los estatutos del partido fueran reformados para que la ficha de Meade pudiera ser tirada en la mesa de negociación. La operación fue ejecutada por el gobernador de Campeche, Alejandro Moreno Cárdenas, el 12 de agosto, en la 22 Asamblea Nacional. El priista asumió el compromiso con el presidente de que los candados que impedirían la candidatura de Meade serían eliminados. La pinza fue cerrada por Mario Zamora, entonces cercano al secretario de Hacienda, quien coordinó la Mesa de Estatutos.
El 5 de octubre, el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, acudió a comparecer a la Cámara de Diputados por la V Glosa del Informe. Al terminar, pidió la palabra para un mensaje final. El salón de sesiones guardó silencio como algunos legisladores no recordaban que había sucedido antes y le prestaron atención. Meade improvisó y sorprendió la utilización de un lenguaje político, hablando de temas de los que no había tratado antes, y de un alegato a favor de la política y la clase política. Este fue su mensaje: “Sí tenemos pendientes. Sí, los pendientes nos duelen, pero nos dolería más que en medio del debate se pierda que hay muchas cosas que en México se están haciendo bien. Que se están haciendo bien porque hay un liderazgo clave, porque hay un liderazgo generoso, porque hay un liderazgo abierto, porque hay un liderazgo que ha sabido construir en democracia, que ha sabido convocar a las fuerzas políticas para que todas juntas generemos consensos, y que esos consensos redunden en beneficio del país”. Un discurso que agradó mucho al Presidente.
El 25 de octubre se dio otro de los momentos clave para forjar la candidatura de Meade. El sector empresarial otorgaba su apoyo en voz de Claudio X. González Laporte, fundador del Consejo Mexicano de Negocios. El empresario soltó entonces: “Pepe Meade nos va a poner la mesa de una manera que va a ser clara de lo que puede ser el gran futuro de nuestro país”. La declaración no ocurría en cualquier escenario, se trataba del cónclave de empresarios nacionales y con invitados internacionales de todo el mundo, la Cumbre de Negocios 2017, en San Luis Potosí.
El sprint final de la carrera detonó el 10 de noviembre, cuando el coordinador de los senadores del PRI, Emilio Gamboa, declaró que el secretario de Hacienda “contaba con las credenciales” para ser aspirante a la sucesión presidencial. Pero la orden del Presidente también incluyó otra jugada, “la cantinera”, que es cuando en el dominó se tiran dos mulas en un solo movimiento y obliga a ganar el juego, al decir el senador que también era el “sucesor coherente” para dirigir el Banxico.
En otro guiño al empresariado, en octubre mismo, en una cena con los diez empresarios más importantes del país, el presidente Peña Nieto aseguró que en temas electorales era altamente competente y que, aunque era una de las decisiones más difíciles, no se equivocaría. El mandatario dejó claro que tendría control sobre la unción de su sucesor, así lo recuperó Raymundo Riva Palacio en su columna publicada el 27 de noviembre en el portal de ejecentral.
El presidente continuó operando. El 16 de noviembre, el senador Joel Ayala, y líder de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado, destapó, en el pleno del Senado, al secretario de Hacienda. La declaración se dio en forma poco usual, desde su curul, con los medios a su alrededor. Fue el movimiento que garantizó a Meade el respaldo de 89 sindicatos, y fue operado por Emilio Gamboa, quien por orden del presidente, instruyó al senador qué, cómo y cuándo hacer esa declaración.
Una candidatura forjada en el priismo
Hubo dos momentos en 2016 que, de acuerdo con colaboradores cercanos a Meade, hicieron que el funcionario se metiera en la baraja de prospectos para la candidatura presidencial del PRI.
Uno ocurrió en julio de 2016, cuando el entonces secretario de Desarrollo Social se coordinó con la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) para establecer un puente aéreo y distribuir alimentos en comunidades de Oaxaca que resultaron aisladas por los bloqueos carreteros realizados por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en su resistencia contra la Reforma Educativa.
De acuerdo con las fuentes de la oficina de Meade, mientras los secretarios de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y de Educación, Aurelio Nuño, batallaban para restablecer el orden en Oaxaca, el titular de Sedesol daba la nota al hallar soluciones pragmáticas al desabasto de leche, maíz y otros productos de primera necesidad en Oaxaca.
El segundo momento que llenó el ojo al presidente Enrique Peña Nieto fue la puesta en marcha de la Estrategia Nacional de Inclusión, que permitió revertir la tendencia ascendente de la pobreza registrada en la primera mitad del sexenio, cuando la Sedesol estuvo en manos de Rosario Robles.
La Estrategia Nacional de Inclusión fue concebida por Meade para articular los esfuerzos de todas las secretarias de Estado, los gobiernos estatales y municipales, empresarios y organizaciones de la sociedad civil, a fin de canalizar con mayor precisión los programas de combate a la pobreza y optimizar los recursos públicos.
“Sólo alguien como Meade, que era bien visto por todos los integrantes del gabinete, por los gobernadores de todos los partidos y por los empresarios podía sacar adelante la estrategia”, recordó una fuente. Sólo pudo, entonces, convencer al Presidente y convocar a tantos actores para un proyecto transversal, gracias a su capacidad negociadora.
De acuerdo con datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), las cifras de pobres y de pobres extremos aumentó entre 2012 y 2014; sin embargo, para 2016, los números bajaron, lo que atribuyen, dentro del gobierno, a lo que han llamado “ el factor Meade”.
Equipo en las sombras
La ejecución de la liturgia priista por el presidente Peña Nieto fue tan precisa que, a diferencia del proceso “antiguo”, ninguno de los precandidatos contaba ya con un equipo de precampaña o del conocido “cuarto de guerra”.
Sin embargo, fuentes consultadas por este semanario aseguraron que sí existe y opera un grupo no formal, pero que es controlado por el Presidente y por la cúpula del partido. A este grupo, que garantizará la presencia sobresaliente del titular del Ejecutivo en el proceso, se sumarán funcionarios cercanos a Meade.
›El “diez” y coordinador de la campaña será Aurelio Nuño, no sólo porque se trata de un priista con cualidades para la operación de negociaciones y con un equipo de asesores destacado, sino porque al ser el hombre de confianza del Presidente tenderá un puente real con Los Pinos.
Quienes han sido cercanos al proceso de selección y al considerar que Nuño fue realmente el competidor real de Meade, aseguran que el secretario de Educación jugará como un “plan B” para el Presidente, en caso de que la candidatura del exsecretario de Hacienda se desmorone. El funcionario federal es, sin duda, la segunda opción para Peña.
Meade conformará un círculo cercano que buscará jugar un papel preponderante en la campaña, ya sea como su “cuarto de guerra” formal o como un grupo de asesores. En este círculo estarán Vanessa Rubio, Mikel Arriola, Virgilio Andrade, Emilio Suárez y Arturo Téllez. El senador Ernesto Cordero tiene altas probabilidades de también formar parte de su equipo, así como Gerónimo Gutiérrez, quien será un “ariete” del candidato desde Estados Unidos, para combatir los posibles embates del gobierno de Donald Trump.
Cordero y Meade no son sólo grandes amigos, sino colegas que se han apoyado, allende sus posturas partidistas. Durante la presidencia de Felipe Calderón, Cordero defendió, ante los reclamos de Margarita Zavala, la postulación que hizo de Meade, a quien la primera dama calificó de priista, para que lo relevara en la Secretaría de Hacienda, frente a la otra posibilidad, Dionisio Pérez Jácome. Este tipo de momentos han tejido una sólida relación entre ambos políticos, unidos tiempo atrás por su origen escolar, el ITAM.
Con voz propia
En septiembre de 2016, cuando José Antonio Meade dejaba la Secretaría de Desarrollo Social le propuso al Presidente que lo sucediera en el cargo Vanessa Rubio, entonces subsecretaria de Planeación, Evaluación y Desarrollo Regional de la Sedesol. La recomendación no fue atendida. Lo que no sabía entonces Meade es que el Presidente ya tenía otro nombre en mente, el de su amigo Luis Miranda. Ante la insistencia del nombrar a Vanessa, el mandatario le respondió que, si consideraba que las credenciales de la funcionaria eran tan buenas, debía llevarla con él a la Secretaría de Hacienda y hacerla su subsecretaria, porque le haría falta.
Ese día, el ahora candidato pensó que su posición como aspirante era suficiente para influir en la voluntad presidencial. Meade se equivocó. Pero ahora, a dos años de ese momento, otra vez en Los Pinos, el exsecretario fue nuevamente consultado por el Presidente sobre su relevo en la Secretaría de Hacienda. Esta vez, Meade llegó con una única carta para negociar con el presidente, José Antonio González Anaya, uno de sus hombres más cercanos y de mayor confianza. Esta vez Peña Nieto, en un gesto también estratégico, consideró la voz del secretario y atendió la recomendación del recién ungido candidato a la presidencia.
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