A simple vista, Jorge López Vilchis parece una persona común. Sería difícil distinguirlo de los otros 61 millones 125 mil hombres que habitan en el país. Pero sí es distinto. Ese hombre de 69 años, de piel morena, alto y enjuto, de cabello encanecido y que habla pausado, tiene una vida marcada por la violencia que ejerció sobre su familia.
Esa furia sorda disfrazada de cotidianidad en la cultura mexicana, cuya única traducción es el papel machista al que se ha colocado al hombre y de la que no hay conciencia plena, simplemente se ejerce.
“Vine porque mi pareja me puso un ultimátum. Al principio venía cada ocho días para que no me estuviera fregando. Pensaba: ‘yo no soy violento’, porque nunca le he faltado al respeto a mi pareja, nunca le he levantado la mano’, pero armaba unos desmadres en mi casa. Yo pensaba: ‘es que no soy violento’, ‘es que me haces enojar’, ‘no me entiendes’”, reconoce Jorge.
Su historia se repite en decenas. Al menos eso confirman los casos de hombres que acuden, desde hace 14 años, al Movimiento de Hombres por Relaciones Equitativas (Mhoresvi), grupo comprometido a eliminar la violencia machista.
Es lunes por la tarde y en el inmueble ubicado en Miguel de Cervantes Saavedra 4, en la colonia La Moderna, un grupo de cuatro hombres se reúne para ofrecer sesiones informativas a otros interesados, de manera genuina o no, en redefinir el sentido de su masculinidad, asustados de sus emociones a las que son incapaces de ponerle nombre y que, por lo tanto, no pueden controlar.
Algunos, como Jorge, llegan obligados por sus parejas o también son referidos por autoridades civiles. Hay más que, sin embargo, acuden de manera voluntaria tras identificar conductas violentas de distintos tipos: “le dije que parecía una puta porque se puso una falda corta”; “le di un codazo para que pusiera atención”; “le prohibí salir a trabajar para que se dedicara a cuidar a nuestra hija”. Son tonos, formas, actitudes, frases y acciones que violentan, que destruyen.
Por 18 meses
Bajo el lema: “La cultura patriarcal machista nos da en la madre a todos”, en el Movimiento de Hombres por Relaciones Equitativas el objetivo es ayudar a otros a desterrar de su mente los conceptos de propiedad y superioridad que interiorizaron a lo largo de su vida.
Es un proceso doloroso, el desprenderse de esa masculinidad aprendida, pero en año y medio pueden lograrlo, de acuerdo al programa.
Bajo estricta confidencialidad, el grupo busca desmenuzar comportamientos que, por ordinarios, suelen pasar indavertidos: “le dije que estaba loca, que ella tenía la culpa de que me enojara”; “mi pareja es sólo para mí. No quiero que otros hombres la vean”.
En el fondo lo que se combate es la creencia enraizada que el otro les pertenece o que son superiores. En la sesión utilizan términos como “retiro”, “decisión” e “introspección” para diseccionar sus emociones como si se tratara de un animal muerto, en un análisis minucioso conducido por 12 hombres sin formación médica, pero con una larga trayectoria en la organización.
Alejandro Sandoval Hernández, a la par de mantenerse en el programa, decidió buscar ayuda clínica y encontró que padecía una profunda depresión que enfrentó con terapia y medicamentos.
›Taxista de oficio, luego de permanecer dos veces en el programa se convirtió en la cabeza de la organización, y se sabe de memoria los 10 compromisos indispensables para continuar en el programa y es capaz de recitarlos: trabajar en sus inseguridades, responsabilizarse de sus necesidades, no ejercer violencia, no importunarlos si buscan refugio, no consumir drogas o alcohol, contar si incurrió en un hecho violento, trabajar de manera cooperativa, ser honesto con el grupo y, sobre todo, ser responsable de sí mismo, pero pese a ello no conseguía superar su frustración.
Alejandro Sandoval y Jorge López no son los únicos. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones de los Hogares, elaborada por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), a lo largo de su relación, 43.9% de las mujeres sufrieron algún tipo de agresión por parte de sus parejas.
Mhoresvi ofrece un programa con tres niveles de atención: en el primero intentan identificar que la violencia es aprendida y decidir dejar de ejercerla; en el segundo, los asistentes profundizan sus experiencias y resignifican lo aprendido.
El tercer estadio del programa busca la resolución no violenta de conflictos y si bien la deserción es notable, con frecuencia, quienes logran superar la segunda fase pueden terminar con el programa, pero al final eso no garantiza nada: “Siempre les advertimos, desde la reunión informativa, Mhoresvi no une ni separa parejas”, dice Ángel Díaz Ortiz, tesorero de la organización, y quien se encarga de recabar los 100 pesos que cada uno de los asistentes aporta por sesión. En caso de que no los tengan, la prioridad es que no abandonen el proyecto.
La duración mínima del programa es de un año y medio, pero no hay tiempo límite. Algunos han debido realizar más de una vez todo el programa para reconfigurar la forma en la que se relacionan y deciden vivir.
Para algunos resulta imposible recuperar lo que perdieron, pero en algunos casos, sí logran hacerlo. Y aunque no pueden borrar el dolor y el sufrimiento que causaron a sus familias, sí deciden conscientemente no volver a hacerlo.
Carlos López, un chofer de 40 años, logró que su esposa e hija regresaran con él luego de que lo abandonaran durante tres años por sus niveles de violencia. No fue un proceso lineal, e incluso después de años de pertenecer a la asociación y de convertirse en facilitador, reconoce pequeñas actitudes en las que consigue eludir su responsabilidad.
Como en el mítico combate entre Hércules y la hidra, el monstruo de siete cabezas que aterrorizaba la laguna de Lerna, y al que cada vez que conseguía arrancarle una cabeza, le crecía otra en el mismo lugar y más fuerte.
Así es el machismo, dice Carlos: “Me sigue costando trabajo y tengo un proceso de casi seis años, pero estar aquí me da luz para darme cuenta de que lo sigo ejerciendo y me retiro y puedo hacer un compromiso conmigo, no con los demás y empiezo a encontrar paz”, asegura.
Para ellos y otros 40 hombres que acuden mensualmente a las sesiones, el terror de saberse vulnerables, de sentir que no pueden mantener todo bajo control, de caer bajo la rueda en la que tienen, por decisión y también por imposición, que llenar las expectativas que cargaron otros sobre ellos y que, a estas alturas, ni siquiera saben si quieren seguir llevándolas.
El programa de Mhoresvi está dividido en tres etapas: bajar el nivel de agresividad, revisar la historia de vida y resignificar los papeles de hombres y mujeres en la sociedad a través del diálogo.
La cultura patriarcal machista alcanza todo y a todos, dice Jorge López Vilchis, convertido en vocero de la organización. A pesar de la edad, Jorge se dice gratamente sorprendido de la histórica movilización de del 8 de marzo y todavía no puede creer que fue testigo del inédito paro de convocado al día siguiente.
“Ojalá sirva para que a la masculinidad se la lleve al carajo. Eso nos tiene en esta situación. Ese concepto y estructura nos tiene en esta situación. No tengo miedo. Vamos a ser iguales. Ojalá”, asegura con una sonrisa.
Los cuatro facilitadores se levantan para recibir a otros hombres que, quizá por primera vez, acuden a la organización para intentar atrapar su propia sombra.