Es un poco penoso que, a veces, los periodistas, cuando ya escribimos la palabra “médico” y el grado de “doctor” como si fuera sinónimo de “doctor en medicina”, escribimos “galeno”, para referirnos a los practicantes de la medicina.
Es tan absurdo como si a los astrónomos los llamáramos “tolomeos” o a los botánicos y químicos farmacobiólogos les dijéramos, sin distinción, “los dioscórides”. Sería absurdo, pero coherente, ya que estos tres sabios de principios de la era cristiana compartieron el honor de ser tomados tan en serio que se volvieron absurdos.
Hacia finales del siglo I, Dioscórides, un médico griego que servía en el ejército romano cuando Nerón era emperador, escribió el libro De materia médica sobre las plantas medicinales de su región. El libro iba mucho más allá de la medicina: hablaba sobre las formas de cultivo o sobre dónde encontrarlas si eran silvestres, sobre las mejores plantas para obtener aceites o perfumes, sobre las que eran comestibles y las que eran venenosas.
Lo absurdo fue que la obra Dioscórides estuvo vigente durante alrededor de 1500 años y en lugares muy alejados de Grecia, como Suiza o Alemania, donde no existían el clima del Mediterráneo ni, por supuesto, las mismas plantas. El historiador de la ciencia Daniel Boorstin consigna que todavía a finales del siglo XVI, el catedrático de botánica de la Universidad de Bolonia era llamado “lector de Dioscórides”.
De manera similar, hacia el año 150 el alejandrino Ptolomeo, hizo su sistema astronómico geocéntrico que no sólo estuvo vigente hasta finales del siglo XVII sino que Galileo Galilei fue condenado a arresto domiciliario por contradecirlo.
A la hoguera con Galeno
El caso de Galeno no es distinto de los anteriores; si acaso, más brillante. Nació en Pérgamo, Turquía, donde después de sus estudios ejerció como médico de gladiadores. Su fama creció al punto que llegó a ser el médico del emperador filósofo Marco Aurelio y de su hijo Cómodo, quien por cierto combatió como gladiador.
Se sabe que Galeno escribió alrededor de 500 tratados de medicina, de los cuales poco más de la quinta parte llegó hasta nuestra época. La cantidad de cosas que logró aprender sobre fisiología y anatomía humanas es sorprendente, en especial porque desde el siglo IV aC en el imperio romano estaba prohibido hacer disecciones del cuerpo humano. Galeno
infirió su conocimiento de lo que podía atisbar en las heridas de los gladiadores y de las disecciones de otras especies.
›Pero más importante que todo lo que sabía fue cómo llegó a saberlo. Boorstin explica que Galeno tenía dos principios: el primero lo llevó a compendiar prácticamente todo el conocimiento médico que se tenía en su época; para el segundo es mejor citarlo: “Si alguien desea observar las obras de la naturaleza, debe confiar no en los libros de anatomía sino en sus propios ojos”.
Desafortunadamente fueron unos pocos de sus tratados, seleccionados como “canon”, y no sus métodos los que estuvieron vigentes en Europa durante 14 siglos. Como resultado, la medicina que se practicaba era casi tan peligrosa como la propia enfermedad, y en ocasiones más.
Además, la medicina estaba casi por completo basada en teorías fantasiosas. Por ejemplo, la palabra italiana influenza hacía referencia a la influencia que tenían los astros sobre nuestra salud, y se aplicaba a cualquier enfermedad epidémica, en el siglo XVIII se empezó a aplicar a gripes y catarros y ahora la usamos sólo para los causados por cierto tipo de virus.
En el mundo árabe incluso tenían el título de “Galeno del Islam” para sus más prestigiados médicos, como Avicena en el siglo X; pero, aunque tenían obras más relevantes de Galeno y avanzaron más que los europeos en temas de medicina, como tampoco hacían disecciones no llegaron a conocer mucho más.
Fueron los árabes quienes llevaron los textos más valiosos de Galeno a Europa en los inicios del Renacimiento. Pero el efecto en la medicina fue casi nulo.
Tampoco logró cambiar las cosas el carismático Teofrasto Felipe Aurelio Bombasto von Hohenheim, conocido como Paracelso, que insistía en la observación y la experimentación como base de la medicina y hasta arrojó libros de Galeno a la hoguera en 1527 para dar énfasis a sus ideas. Sin embargo fue repudiado como un charlatán.
Ni siquiera la posibilidad de hacer disecciones, que se empezaron a dar con las pandemias de peste, cambió mucho las cosas; pues si no coincidían con lo que había escrito Galeno, las observaciones eran desechadas como erróneas, como partes de un ser humano defectuoso o simplemente no trascendían.
Fue el ahora casi olvidado Andreas Vesalio, un profesor de Padua, el que inició el cambio en la medicina. Lo hizo publicando sus Seis tablas anatómicas en 1538, donde, además de nombres en cuatro idiomas, tenía imágenes de un artista (Juan Esteban de Calcar, discípulo de Ticiano) que ilustraban a Galeno y/o las observaciones que el propio Vesalio había podido hacer.
Se suele decir que la revolución científica empezó con la teoría heliocéntrica, pero lo cierto es que en el siglo XVI muy pocos leyeron a Galileo, y mucho menos a Copérnico, pero Vesalio fue un auténtico best-seller. Y la ciencia médica no sólo no se detuvo, aceleró vertiginosamente. Ahora estamos en el extremo opuesto.
Los alocados siglos 20
Los siglos XX y XXI han visto crecer la información de la ciencia médica y de la clínica de una manera abrumadora. Desde los niveles micro y nanoscópico hasta el poblacional.
El sistema de salud pública de Dinamarca, por ejemplo, en 2014 tenía digitalizada y sistematizada la información clínica completa (enfermedades, registros de presión arterial, si fuman o beben, químicas sanguíneas, etcétera) de algo más de seis millones de personas. Lo curioso es que en ese momento había 5.6 millones de daneses, y es que algunas de las personas registradas ya habían muerto.
Sin embargo, la llegada de Covid-19 mostró la necesidad de acelerar y generalizar el sistema de registros electrónicos; así que 96 hospitales de Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania y Singapur, crearon un repositorio de registros electrónicos que permite analizar y visualizar los datos de múltiples formas, según reportaron en Nature Digital Medicine.
El Consorcio para la Caracterización Clínica de COVID-19 por Historia Clínica Electrónica (4CE) aún no es una herramienta completamente desarrollada, pero el 14 de agosto reportaron registros de 27 mil 584 pacientes y 187 mil 802 pruebas de laboratorio recopiladas del 1 de enero al 11 de abril, y fue probada, por lo pronto, para analizar las afectaciones del SARS-CoV-2 sobre la función renal.
A medida que la recopilación de datos crezca y más instituciones comiencen a contribuir con su propia información, la utilidad de la plataforma evolucionará en consecuencia.
Por el lado del quehacer científico, nunca se había experimentado una efervescencia como la actual, especialmente en el terreno de las comunicaciones científicas que, aunque es lenta y suele tener múltiples filtros, ya había crecido enormemente. Se calcula que, con muy distintos niveles de calidad, en el mundo se publican alrededor de un millón de reportes de investigación al año.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) registra cerca de 62 mil publicaciones sobre Covid-19 en distintos idiomas, lo que incluye resultados de estudios piloto antes de ser revisados por pares; además, toda la información está accesible gratuitamente para que los científicos conozcan los resultados unos de otros y avancen más rápido en sus investigaciones.
Claro, también está accesible para periodistas, políticos, funcionarios y cualquier otro ciudadano, y aquí surgen los problemas, porque si para los especialistas es difícil evaluar la relevancia y confiabilidad de los estudios, para la mayoría de la gente es casi imposible.
De ahí se han originado las confusiones con medicamentos de eficacia aún no comprobada, como la hidroxicloroquina, la cloroquina y la ivermectina, por hablar sólo de los que tienen cierto abordaje científico, y no de las francas mentiras que circulan en redes sociales.
El problema es que mientras la biomedicina no dé con tratamientos o vacunas, todas las medidas de prevención dependen de la comunicación, y en eso todos hemos cometido errores.
En su manual Crisis & Emergency Risk Communication (CERC) los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos dan una serie de directivas; pero, ante Covid-19, ni el país del norte, ni otros 14 países han hecho caso de este tipo de recomendaciones, según un estudio que, tras revisar sitios web de agencias de salud pública y gubernamentales de países con cinco mil o más casos confirmados y escritos en inglés, encontró que en todos se habían cometido errores al hacer mensajes complejos, largos o poco didácticos.
El CERC destaca la importancia de que desde el gobierno haya una sola voz que comunique la ciencia detrás de la emergencia, y enfatiza la necesidad de que esa voz no sea la de un político, a fin de no restar credibilidad a los mensajes en algunos segmentos de la población y de no tergiversar la información por intereses políticos.
No voy a mencionar aquí, porque no está estudiado de manera sistemática, el uso político que le han dado a la información sobre Covid-19 diversos líderes de todo el mundo ni el uso engañoso que hacen las farmacéuticas de su información dando a conocer sus resultados en comunicados de prensa y semanas antes de los reportes que podrían ser evaluados por científicos calificados; pero es evidente que estos también son errores y causan víctimas.
Epílogo iridiscente
Desde las épocas de Dioscórides y Galeno, la ciencia y la clínica han cambiado mucho; los seres humanos, no tanto. Seguimos confiando o desconfiando de la misma manera ciega de la autoridad, nos creemos las historias sencillas sólo porque parecen tener sentido o porque las dice una celebridad, y el efecto placebo sigue actuando exactamente igual que siempre lo ha hecho y hace que muchos remedios inútiles parezcan funcionar en ciertos casos.
Así que quizá en esta época de Covid-19 valdría la pena recordar la existencia de una planta aromática llamada iris “por su parecido con el arcoíris del cielo”.
Las variedades del iris, escribió Dioscórides, tienen “la facultad de calentar y aliviar, atenúan la tos y los humores mucosos difíciles de evacuar... bebidas con vinagre ayudan a quienes han sido mordidos por bestias venenosas, a los esplénicos, los que tienen problemas de convulsiones, los que están tiesos de frío y a los que no retienen la comida…”. No hay que olvidar el mejor iris, agregó el sabio, es el de Iliria y Macedonia.
Suena bien para combatir al SARS-CoV-2, ¿no? ¡¿NO?!
OK,
tal vez no suena tan bien; pero suena mejor que, digamos, el hidróxido de cloro.
Dato. La palabra italiana influenza hacía referencia a la influencia de los astros sobre la salud humana y se aplicaba a cualquier enfermedad epidémica; en el siglo XVIII se aplicó a gripes y catarros. Ahora la usamos sólo para los causados por cierto tipo de virus.