Juan Pablo de Leo
Donald Trump no es un político, mucho menos un servidor público. En repetidas ocasiones se ha señalado su inexperencia y la de su gabinete. Las expectativas y percepción que se tiene del actual presidente de Estados Unidos son realmente bajas. Trump ha demostrado en estos primeros días de gobierno el caos que puede generar la falta de maestría y destreza necesaria para conducir el gobierno más poderoso del mundo. Un empresario exitoso —con sus reservas— que ha planteado una corporatocracia como forma de gobierno.
Un empresario acostumbrado a no escuchar un “no” como respuesta, habituado a que las cosas se hagan a su manera, no puede presumir de ser buen político. Terco, obstinado y ególatra como es, Trump presta oído a muy pocas personas, aunque, como buen empresario, gusta de delegar, dar órdenes y recibir reportes para ejercer la toma de decisiones; y aunque el gobierno funciona muy diferente, Trump ha mostrado toda la intención de gobernar como dirige sus empresas.
Desde el inicio de la campaña para la presidencia en el 2015, Donald Trump ha tenido una variedad de asesores que han ido y venido. Corey Lewandowski, Paul Manafort y Kellyanne Conway fungieron como directivos de campaña durante algún momento de la elección presidencial, siendo esta última, Conway, quien lograra lo que hasta aquel momento parecía tarea imposible: disciplinar al candidato y mantenerlo sobre mensaje, sin distracciones ni peleas más allá de lo necesario.
Manafort salió por las controversiales relaciones que maneja en Ucrania, con el líder pro ruso Viktor Yanukovych, innecesarias en un momento crítico de la campaña. Lewandoski fue fundamental para el despegue y ventaja que tomaría Donald Trump antes de que fuera demasiado difícil mantener una campaña tan violenta y controversial. No fue hasta entonces que el arribo de una experta en encuestas y spin político, Kellyanne Conway llegó, y la campaña consolidó esa ventaja y dio como resultado la victoria más sorpresiva de la política moderna norteamericana.
Conway llegó a la Casa Blanca con un puesto creado especialmente para ella. Como consejera del presidente, ocupa un híbrido entre asesor, estratega y propagandista, que le ha permitido convertirse en pieza fundamental para Trump y alguien con la confianza plena del presidente. La victoria electoral le generó esa confianza, misma que ha sabido utilizar para convertir su voz en una de las de mayor peso dentro de la administración. Después de todo, el mensaje es un aspecto fundamental para el triunfo del proyecto Trump y ella ha sido una de las arquitectas junto con personajes que han salido de la obscuridad, porque al final han quedado tres que se pelean el oído del presidente, otro es Stephen Bannon, quien ha ocupado las primeras planas y atención de los medios desde que Trump inició su gestión.
›Según un perfil de la revista New Yorker, publicado en noviembre de 2016 y escrito por Ryan Lizza, Bannon es un “leninista” dispuesto a ver al gobierno derrumbarse y romper por completo con el sistema y el establishment.
Graduado de Harvard Business School, Bannon ha dedicado su vida a propagar teorías de conspiración. Tal es su obsesión con esos temas, que llegó a ser director y dueño de Breitbart News, el portal por excelencia de la ultraderecha y los supremacistas blancos a quienes llama el “América de WallMart” y en quienes basa su discurso hasta que encontró en Trump la plataforma para además de esparcir, aplicar su idea de gobierno y sociedad.
Las acciones de Trump que comenzaron como promesa de campaña, reflejan en gran medida la ideología con la que Bannon ha navegado durante su corta vida en la política. La guerra comercial contra México, la prohibición de entrada a musulmanes y otras medidas extremas que causan caos en la administración, en Washington y el exterior, están diseñadas para provocar eso: caos. Idea transmitida por Bannon a Trump y que éste ha adoptado con gusto entendiendo la estrategia electoral con la que Bannon se ha ganado un puesto en el Consejo de Seguridad, desplazando a otros generales y miembros de la comunidad de inteligencia.
La influencia y poder de Bannon es tal que muchos dudan del poder real de Trump sobre él. Una nueva versión de sumisión al estilo Cheney-Bush donde la prensa y reportes internos de la Casa Blanca señalan a quien verdaderamente tomaba las decisiones importantes en el gobierno de aquel entonces y no era precisamente el presidente 43. La diferencia en esta Casa Blanca es, en contraste, la lucha de poder, o tronos, que ha desatado Trump entre Bannon, Conway y un tercero que también batalla por poder y cercanía con el presidente, violando todas las reglas de nepotismo: su yerno Jared Kushner.
Hijo de un magnate inmobiliario, Kushner tiene una historia similar a la de Trump. Con la vida resulta, el joven ambicioso ha decidido dar un salto a la política, a diferencia de los hijos de Trump que se quedarán a cargo del negocio, y busca ahora un puesto predominante que le permita influencia. Judío ortodoxo que respeta el shabbat, ha tenido ya algunas derrotas ante Bannon y Conway en este inicio de administración. Señalado por tener deseos y pretensiones notables, tiene la ventaja de que difícilmente al ser pariente directo pueda ser despedido por su jefe-suegro.
Tres son las voces que hoy ocupan la confianza del presidente, pero es una la que se impone: Bannon. La ley de Breitbart domina la agenda política de Trump en sus primeros días. El proyecto proteccionista, nacionalista, aislacionista y supremacista encontró inspiración en un hombre que supo ver un Estados Unidos que nadie había percibido. Como estratega principal, con acceso a información de Seguridad Nacional confidencial del más alto nivel, el carácter y desconfianza de Trump hacia el gobierno y todo lo que tenga que ver con Washington, terminará con ceder más poder y decisiones a Bannon, quien se puede no sólo convertir en el principal hombre del presidente, sino en el presidnete mismo.
Poder judicial. En una conferencia de prensa desde la Casa Blanca, Trump anunció el martes 31 de enero a su candidato para ocupar la vacante en la Corte Suprema: el juez federal de distrito con sede en Denver, Colorado, Neil Gorsuch.